Capitulo 3

1576 Words
Encontró su teléfono y su cartera en la cabina de mando y una bolsa de viaje en la cabina de pasajeros. Recogió todo y regresó a la casa, negándose a volver a mirar los destrozos mientras caminaba por el lodo fangoso de su jardín. Cuanto antes se fuera, antes podría seguir adelante con su vida y encontrar la manera de salir adelante y mantenerse un paso por delante del director del banco, sin su cosecha completa de rosas para sustentarse. —Quizás quieras ponerte ropa limpia antes de que vengan a buscarte —sugirió, dejando la bolsa a sus pies y colocando su cartera y teléfono sobre la mesa. Él se inclinó hacia adelante y extendió la mano hacia ella, pero gimió sonoramente, recostándose y sacudiendo levemente la cabeza, lo que provocó otro gemido de dolor. —¡Ay, por favor, no puedes salir de mi casa en ropa interior! —exclamó ella, horrorizada ante la idea de que alguien pudiera verla. Hoy en día todo el mundo tiene una cámara, y ella no estaba dispuesta a ser el próximo escándalo en el que él se viera involucrado; no es que nadie lo creyera, pero aun así, no quería ser esa chica. —Dime qué necesitas del bolso y te ayudaré —dijo mientras abría la cremallera de la suave piel estampada—. ¿Esto? —preguntó, mostrando una suave camiseta de punto color caramelo. —Servirá —dijo con voz dolorida mientras se quitaba la bata—. También hay unos pantalones caqui claros. Ella rebuscó y los encontró, luego lo ayudó a vestirse. La cercanía y el calor de su cuerpo tonificado y musculoso le aceleraron el corazón y le hicieron temblar las manos. Sabía que estaba siendo ridícula, y en cuanto terminó, se levantó de un salto y se apartó para mirar por la ventana en busca de algún helicóptero. —Probablemente lo oirás antes de verlo —murmuró mientras se reclinaba y apoyaba la cabeza de nuevo. Ella se había duchado y lavado el pelo, que le caía en largas ondas casi hasta la cintura. Le gustaba su olor, aunque no lograba identificarlo, y la miró, admirando pensativo la fuerza de su porte y las líneas de su figura. Era alta, como la mayoría de las mujeres con las que había salido, pero no tenía esa delgadez extrema, y él apreciaba la curva de sus caderas y glúteos, ajustados con firmeza en sus Levi's. —Te ofrecería algo de beber, pero dado tu estado… —se encogió de hombros. Además, estaba sin blanca y, aunque las carreteras no hubieran estado cortadas por las inundaciones, no tenía mucho que ofrecerle a Kaeden aparte de té o café, porque estaba muy arruinada. —¡Ay, Dios mío, hace siglos que no reviso tus respuestas! —exclamó, cogiendo la linterna que seguía junto a la vieja silla. —¡No! —le agarró la muñeca, apartando la temida luz de sus ojos. —¿Siempre eres tan difícil? —preguntó frustrada, intentando zafarse de su fuerte agarre que parecía quemarle la carne. —¿Lo eres? —replicó con esa sonrisa torcida que parecía hacerlo de algún modo más guapo. —No soy difícil. Estoy siguiendo las instrucciones del médico, a diferencia de ti —le acusó. —¿La operadora de emergencias es médica? —la miró con los ojos entrecerrados, captando la pequeña mentira y divirtiéndose con su expresión de disgusto. —Puede que descubras que tu buena apariencia y encanto te consigan lo que quieres con todas las demás mujeres que conoces, pero yo no soy como ellas —le permitió arrebatarle la antorcha de la mano y luego tomó su mano entre las suyas, dándole la vuelta para comprobar su pulso. —Tienes razón —rió entre dientes—. Ninguna mujer que yo conozca se habría atrevido a salir en medio de una tormenta para ayudar a un desconocido. Ni siquiera habrían sabido abrir la puerta de ese avión, mucho menos sacarme a rastras y traerme de vuelta. Y la verdad es que muchos de los hombres que conozco tampoco lo habrían hecho. —Se quedó pensativo mirándola—. Gracias —dijo con solemnidad—. Pagaré cualquier daño que haya causado. Toma —dijo, haciendo una mueca mientras buscaba su cartera—. Llámame y dime cuánto son los daños; aquí están mis números personal y profesional —le extendió una tarjeta de visita. —No es necesario. Fue un accidente. Tengo seguro y sobreviviré. Siempre lo hago —dijo Maggie con una triste sonrisa—. Además, cualquiera en mi lugar habría hecho lo mismo. Necesitabas ayuda y yo era la persona más cercana para echarte una mano. El sonido de un helicóptero la salvó de tener que seguir discutiendo, así que salió a hacerle señas para que aterrizara lejos del lugar del accidente y de sus queridos invernaderos. Tres hombres descendieron del vehículo y corrieron hacia ella, agachada bajo las aspas giratorias. El doctor examinó a Kaeden y le pidió que se quedara mientras le hacía una serie de preguntas antes de permitir que el otro hombre lo ayudara a levantarse. Se preguntó adónde habría ido el tercer hombre, pero, mientras acompañaban a Kaeden hacia la puerta, lo vio regresar desde los invernaderos gritando por teléfono. Se quedó en la puerta, observando cómo ayudaban a Kaeden a caminar hasta el helicóptero que los esperaba, pero él se detuvo y se giró para hacerle señas para que se acercara, con una mueca en el rostro. Caminó los pocos pasos hasta donde él estaba y se estremeció de sorpresa cuando él la rodeó con un brazo por la cintura y la atrajo hacia sí, besándola. —Después de todo, necesitaba ese beso de la Bella Durmiente. Gracias por todo lo que hiciste —dijo con la voz ronca por el dolor—. Llámame, por favor. Te lo compensaré. Atónita y muda, se quedó paralizada, temblando entre la sorpresa y el placer, mientras él se giraba y se dirigía al helicóptero. El tercer hombre del grupo que llegaba se acercó a ella. —Esta tarde tendré un pequeño equipo aquí para intentar mover ese avión y solucionar temporalmente el problema del invernadero hasta que lleguen los peritos del seguro —dijo, entregándole una tarjeta de visita y dirigiéndose al helicóptero. Aun así, ella no se movió, salvo para cubrirse el rostro mientras el helicóptero despegaba, dejándola sola, en un silencio atónito, preguntándose si las últimas horas habían ocurrido de verdad o si las había soñado. Sin embargo, una sola mirada hacia los invernaderos le reveló la realidad de la situación. ***** Maggie estaba furiosa. Un grupo de trabajadores se presentó y comenzó a trabajar sin siquiera consultarle, y al sacar el avión del invernadero causaron más daños que los que ya tenía. Se marcharon sin importarles las macetas rotas ni las preciosas plantas que ella había cuidado con tanto esmero durante todo el año. El seguro jamás cubriría todo esto, pensó con desesperación. Sin el seguro ni el dinero que la cosecha le habría reportado en cuestión de semanas, no sabía cómo iba a pagar el préstamo, y mucho menos todas las demás facturas que la esperaban. Se sentó en medio de los escombros, rodeada de andamios improvisados y las lonas de plástico que habían colocado para proteger su invernadero, y sintió ganas de gritarle a alguien. Pero la persona a la que quería gritarle había sido trasladada al hospital con una conmoción cerebral y otras posibles lesiones ocultas. Bueno, ya que tenía ganas de pelea, decidió llamar a su agente de seguros, su hermanastro, Alecks. ¡Dios mío!, hasta odiaba su nombre; ¿por qué no podía escribirlo como una persona normal? Sabía que no era culpa suya que su hermanastro malvado le hubiera hecho eso, pero, con todo lo que había pasado, no soportaba seguir debiéndole algo a él y a su familia. —Bien, Maggie, sigue enfadada, así será mucho más fácil —se dijo. Sacó el móvil y, sentada en medio del desastre de su vida y su carrera, marcó su número. —Mags, no es un buen momento para esto. Estoy más ocupado que un adolescente en un club de striptease —refunfuñó por teléfono. —Tú lo sabrías —resopló con desdén. —Mira, tengo un millón de clientes esperándome aquí, ya sabes que las tormentas y las inundaciones han sido terribles. ¡Hay cosas mucho más importantes que tu floristería ahora mismo! —espetó, y ella sintió que se disponía a colgar. —Soy clienta, y esta mañana un avión se estrelló contra mi invernadero. Destruyó la mitad de mi cosecha, Alecks, y a menos que dejes de comportarte como un imbécil y me ayudes por primera vez en tu vida, ¡voy a perderlo todo! —gritó por teléfono. —¡Joder! ¿Estás bien? —preguntó, sonando sorprendido, si no preocupado. —Estoy bien, los pilotos están en el hospital y la empresa de su padre vino a hacer reparaciones provisionales. Probablemente para que no los demande, pero he perdido la mitad de la cosecha de rosas y el Día de San Valentín está a la vuelta de la esquina. Incluso si cosecho lo que me queda, ¿cómo se lo voy a decir a mis clientes? Se alegró de que no se le hubiera quebrado la voz; seguía enfadada y se aferró a ese enfado con fuerza.
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