Cada palabra que Cristina dice me golpea como un trueno, reverberando en mi mente y en mi cuerpo. Una sensación de pánico y terror se apodera de cada célula de mi sistema, al darme cuenta de que esto es mucho peor de lo que he pensado. ¿En qué juego maquiavélico de locos he caído? ¿Qué es todo esto? ¿Qué es lo que realmente quieren de mí, como para hacer todo esto?
—Cristina, estás segura de lo que dices? —cuestiono, todavía dudando de sus palabras.
Ella asiente, agitando la cabeza y se encorva un poco, mientras avanza a la cama y se va encogiendo, como si temiera ser escuchada y que eso le acarreara represalias.
—Sí, señora. Yo los vi. Con estos ojos —se señala los ojos— que los gusanos se comerán algún día. Se lo juro, así que no dude de mi palabra.
Contengo la respiración y miro a t
