Abro los ojos y al hacerlo me doy cuenta de que ya no está lloviendo y afuera hace un grandioso, espectacular y resplandeciente sol. Frunzo el ceño y me llevo la mano al rostro, para restregarme los ojos y quitarme el sueño. Me quito las sábanas de encima, extiendo mi mano, cojo el teléfono móvil y entonces me doy cuenta: Estaba tan agotada por lo que había hecho, que me acosté a descansar un rato y me he quedado dormida de verdad; profundamente dormida, porque ya es otro día. —¡Carajo! No lo puedo creer —muerdo, hablando para mí misma. Sin embargo, no tengo mucho tiempo para quejarme tanto porque la puerta se abre y Justyna aparece, trayendo la bandeja de plata con mi desayuno. —Buenos días, señorita Holz —saluda, con el usual tono amable y cordial que últimamente siempre utiliza conm

