Justyna se pone rígida al verlo. Parece tensa, hasta preocupada. «¿Temerá que Deian la despida, por lo que pasó, haciéndola responsable de mi caída y de poner en riesgo al bebé cuando le ordenó expresamente cuidar de mí?» Él entra y avanza a la cama con paso apresurado. Se arrodilla en el suelo, pegado a la orilla de la cama, del lado donde yo me encuentro acostada. Agarra mis manos y las besa. —Joder, Mirena, ¿estás bien? —pregunta y me pasa una mano por la frente y el pelo. Su rostro es la viva imagen de la preocupación—. No tienes idea de cuan preocupado estaba pensando que podía pasarles algo grave, a ti o al bebé. —Estoy bien, Deian —respondo y miro al doctor y a Justyna, pues quisiera más privacidad para hablar con él. —Ejem, ejem —el doctor carraspea como si entendiera mi deseo

