En ese momento, el tiempo pareció congelarse en aquella oficina de cristal y acero. Salomón Al-Sharif, quien era un hombre que nada lo descolocaba, quedó completamente paralizado ante la visita repentina de Nina. Un escalofrío recorrió su columna vertebral mientras tragaba profundo, sintiendo cómo su garganta se cerraba y su pulso se aceleraba a un ritmo inusitado. Sus pensamientos corrían frenéticos tras aquella fachada de compostura que amenazaba con desmoronarse: «¡¿Por qué estos imbéciles no le avisaron a Hassan o a mí que ella venía hasta acá?! ¡Los voy a matar!» Sus ojos, habitualmente fríos y calculadores, ahora brillaban con una mezcla de pánico y fascinación mientras contemplaba a la mujer que había poseído bajo otra identidad. El poderoso magnate, acostumbrado a controlar cada

