El hijab que hacía juego era igualmente espectacular, de la misma seda púrpura con bordados dorados que enmarcaban perfectamente su rostro recién transformado por las estilistas más exclusivas de Dubái. Al parecer, Nina había desarrollado un gusto genuino por vestirse tradicionalmente, encontrando una elegancia y una dignidad en estas prendas que jamás había experimentado con la ropa occidental.
Había algo profundamente satisfactorio en la forma en que la abaya fluía alrededor de su cuerpo como agua líquida, cómo el hijab enmarcaba sus facciones dándole un aire de sofisticación misteriosa, cómo cada elemento de su atuendo hablaba de respeto, tradición, y un estatus que aún le costaba creer que fuera suyo.
Salomón, en ese momento, estaba de pie frente a su propio espejo, ajustando los últ
