—¿De medio lado? —preguntó ella, intrigada por la posición que sugería.
—Sí.
—Está bien, señor Ahmed —accedió sin titubear, con su cuerpo respondiendo con una docilidad que nacía no del miedo como con Driztan, sino de un deseo genuino de complacer a este hombre que había despertado en ella sensaciones tan intensas.
Salomón, incapaz de contenerse ante la visión de aquel cuerpo pequeño y vulnerable que se rendía tan confiadamente a sus deseos, la apresó con un brazo fuerte alrededor de su cintura. La inmovilizó contra su cuerpo con una firmeza que bordeaba lo posesivo, mientras su otra mano descendía con avidez voraz hacia aquellas nalgas que lo obsesionaban desde el primer momento que las vio.
Sus dedos se hundieron en la carne suave y firme, amasándola con una mezcla de rudeza y devoc
