El agua salpicó sobre el mantel inmaculado de lino egipcio, formando un charco. Salomón contempló con irritación las gotas que habían alcanzado su impecable traje Brioni y, con un movimiento fluido nacido de años de privilegio, tomó una manzana roja del frutero de cristal tallado y la lanzó hacia Hassan. —Me mojaste, idiota —espetó, con su voz grave vibrando con ese tono autoritario que hacía temblar a ejecutivos y políticos por igual. Hassan, aún tosiendo, atrapó la manzana en el aire con reflejos sorprendentes. Sus ojos oscuros, abiertos como platos, escrutaban el rostro impasible de su amigo mientras se limpiaba la boca con el dorso de la mano, un gesto que contradecía la elegancia de su traje. —¿Estás hablando en serio? —logró articular finalmente, inclinándose hacia adelante como s

