Nina, por su parte, sentía que su corazón latía con una intensidad que nada tenía que ver con el esfuerzo físico reciente. La forma en que los brazos de Ahmed (Salomón) la rodeaban, eran protectores y a la vez posesivos, la hacía sentir simultáneamente segura y libre, una combinación que jamás había experimentado con ningún hombre anterior. Sus ojos no podían apartarse de aquel rostro que, a pesar del disfraz, le resultaba cada vez más hermoso, como si estuviera aprendiendo a ver más allá de las capas externas, hacia algo esencial que resonaba profundamente con ella. Los labios de ambos estaban tan cerca que podían sentir el aliento del otro, cálido y tentador. El deseo de eliminar esa última distancia, de besarse en medio de aquel caos de humanidad apretujada, era casi irresistible. Pero

