Sin embargo, Nina había decidido que era el lugar perfecto para este ritual improvisado de despedida: arrojar a las aguas cristalinas del Golfo Pérsico los restos de quienes la habían atormentado y luego ir al trabajo.
El viaje transcurrió en silencio, los hermanos perdidos en sus propios pensamientos. Al llegar al acceso público de la playa, Nina pagó al taxista con billetes cuidadosamente contados.
El agua turquesa lamía suavemente la orilla mientras Nina y Emir caminaban descalzos por la arena caliente, alejándose de las familias que disfrutaban del día y buscando un espacio de intimidad para su pequeña ceremonia. Finalmente, en un recodo relativamente aislado, se detuvieron frente al horizonte infinito.
―¿Estás lista? ―preguntó Emir, sosteniendo la urna que contenía los restos de Ma
