Un músculo se tensó en la mandíbula de Salomón. Sus ojos se entrecerraron peligrosamente, como los de un depredador evaluando a su presa. Con un movimiento brusco que hizo que el cabello de Nina se agitara, la soltó. La marca de sus dedos quedó impresa en la piel pálida como un recordatorio de su poder. ―Sí, lárgate, no quiero a una estúpida como tú cerca de mi oficina―su voz había adoptado un tono gélido que contrastaba con el calor de sus ojos. Nina se frotó el brazo adolorido, pero levantó la barbilla desafiante. ―Más estúpido es usted, “jefe amigo”. Es un maldito imbécil, ¿sabe? ―Te vas a arrepentir ―la amenaza flotó en el aire como un presagio oscuro. ―No me interesan sus amenazas, ya estoy harta de que ricos como usted me vivan humillando. Con movimientos nerviosos pero decidi

