La loba de Sora está sobre mí, sus garras hundiéndose profundamente en mis hombros, provocando una presión aguda que me hace apretar los dientes. El dolor es intenso, pero también algo más: una furia que arde en mis entrañas. Mis pensamientos se nublan momentáneamente con la rabia, pero no puedo dejarme llevar. No frente a los demás, no ahora. —Vaya, pero qué maleducada —dije, mi voz saliendo en un tono calmado, casi burlón, a pesar del dolor. Sin pensarlo, me giro rápidamente y la empujo con fuerza, quitándola de encima de mí. Cada músculo de mi cuerpo está tenso, y aunque mi cabeza grita que la destruya, me obligo a mantener la compostura. No quiero que esto escale, pero el desdén por su actitud es tan fuerte que no puedo dejarlo ir sin mostrarle que no me intimidará. —¿No sabes que in

