Acabamos de entrar a la casa, y aún me cuesta procesar todo. Mis ojos recorren cada rincón, cada detalle cuidadosamente colocado en este espacio que, hasta hace unas horas, ni siquiera sabía que existía. La estructura de madera cruje levemente bajo nuestros pasos, como si la casa misma nos estuviera dando la bienvenida. Las paredes están cubiertas con tonos cálidos de barniz, dejando visible la textura natural de la madera. A pesar de estar en medio del bosque, se siente acogedora, un refugio que invita a quedarse. El salón principal es amplio y bien distribuido. Hay una chimenea de piedra en una de las esquinas, con un par de sillones desgastados pero cómodos justo enfrente. Sobre la repisa de la chimenea, algunas velas a medio consumir dejan rastros de noches iluminadas solo por su ten

