Bajé de la tarima y escuché aplausos. Me fijé en la hora: son las once y cuarenta y cinco. Corrí hacia mi padre, que estaba con Kate y Fabricio hablando con unos señores. —Papá, ya es hora —le dije, jalando a Kate, quien tenía mi bolso con el cambio de ropa. —Nos vemos luego —se despidió de las personas con las que estaba y fue tras de mí. —Espera —dijo Fabricio, siguiéndonos. Llegamos a un lago: el Lago de la Luna, de nuestra manada. Me quité el vestido y me puse una camisa, ya que llevaba short debajo. Luego le pedí a mi padre y a los acompañantes que me dejaran sola. Minutos después, comencé a sentir dolor en todo mi cuerpo. Sentí cómo mis huesos se quebraban para volver a adaptarse a su nueva forma. Después de cinco largos minutos, me levanté del suelo y me acerqué al lago para ver

