Capítulo 1. La humillación dorada.
La luz dorada de los candelabros de cristal bañaba el gran salón, lanzando destellos que jugueteaban sobre la seda del vestido de Rosella. De la mano de su padre, atravesó majestuosamente el umbral de la fiesta de la empresa, sabiendo muy bien que ese día también marcaba el aniversario de su nacimiento. Fausto Pazzi, con una sonrisa indulgente, le apretó ligeramente la mano en señal de complicidad; había aceptado posponer la celebración privada que ella deseaba a cambio de esta aparición pública.
—Recuerda mi niña, mañana será tu día por completo, prometo compensarte —murmuró Fausto a su hija, la luz de su vida, mientras saludaba a sus empleados y socios con efusividad.
Rosella asentía con una gracia ensayada, aunque cada fibra de su ser deseaba estar en otro lugar, disfrutando ya de su fiesta soñada. Pero como siempre, no podía negarle nada a quien se desvivía por complacerla desde que su madre les dejó, a su padre.
Los ojos de los asistentes parecían magnetizados hacia ella, susurros y miradas de admiración tejían una corona invisible sobre su cabeza. Pero en ese entramado de atención, un vacío captó su percepción: Esteban Ferrero acababa de entrar, tan elegante como distante, con Alberta Sarli enganchada a su brazo.
—Buonasera, buonasera! —Esteban saludaba con una amplia sonrisa a quienes se cruzaban su camino.
El corazón de Rosella latió al ritmo frenético de las alas de una mariposa atrapada. Pero cuando llegó su momento, él pasó de largo, como si ella fuera invisible entre la multitud. La temperatura de Rosella cayó varios grados mientras observaba su espalda alejarse. Tragó el nudo de humillación y plantó una sonrisa falsa en su rostro.
"Eres un pedazo de tonto, pero juro que vas a terminar siendo mi esposo" se dijo con determinación y es que ella estaba dispuesta a todo por lograrlo, se prometió a sí misma que lo haría realidad.
Rosella se esforzó por mantener su porte elegante mientras atravesaba la pista de baile hacia la esquina más alejada del salón, donde Esteban conversaba animadamente con un grupo de ejecutivos. A cada paso, su mente se debatía entre la indignación y la esperanza, el impulso de desquitarse con el deseo de acercarse a él.
Al llegar a la altura del grupo, respiró hondo y, con una sonrisa forzada, se acercó a Esteban. El grupo de hombres que lo rodeaba la miró con curiosidad, y Esteban, al percibir su presencia, giró lentamente para enfrentarla.
—¡Rosella! —exclamó Esteban con una cordialidad casi automática, pero su mirada era fría, distante—. ¿Cómo estás esta noche?
El tono de su voz era educado, pero no daba lugar a la calidez que Rosella anhelaba. La sonrisa en su rostro se mantuvo firme, aunque en su pecho, el dolor se hacía más agudo.
—Estoy excelente, Esteban —respondió ella, tratando de sonar casual mientras su voz temblaba ligeramente—. Qué gusto verte aquí. ¿Podemos bailar más tarde?
Alberta Sarli, al notar la tensión en el aire, respondió con recelo.
—¿No te has dado cuenta de que está conmigo? —inquirió con molestia Alberta.
—No te preocupes, puedo bailar con él, después que baile contigo, no tengo problema —dijo ignorando la negativa de la chica.
Esteban, al escuchar la afirmación de Rosella, mantuvo su sonrisa sin calidez y levantó una ceja, como si la idea de bailar con ella le resultara tan inverosímil como innecesaria. La mirada fría y calculadora que lanzó a Rosella hizo que el ambiente se volviera aún más tenso.
—Oh, Rosella, realmente aprecio tu entusiasmo —dijo Esteban con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Pero me temo que ya tengo planes para esta noche y en ellos no está bailar contigo, será en otra oportunidad.
El tono de su voz, aunque educado, dejaba claro que no estaba interesado en cambiar sus planes. La frustración de Rosella se hizo más evidente, pero ella se obligó a mantener la compostura.
—Claro, Esteban, entiendo —respondió ella, su voz más firme que antes—. Si cambias de opinión, estaré encantada de bailar contigo.
La indiferencia con la que Esteban respondió hizo que Rosella sintiera un vacío helado en su interior. Sin embargo, su determinación no se desvaneció. Se dio media vuelta y comenzó a alejarse, pero no antes de lanzar una última mirada a Esteban, que combinaba la determinación con una pizca de desafío.
Mientras se movía hacia el borde de la pista de baile, sintió la mirada de los demás invitados sobre ella. Sabía que su padre estaba pendiente, y no quería que viera la derrota en su rostro. En su mente, se repetía una y otra vez que no podía rendirse, que debía encontrar una manera de captar la atención de Esteban.
En ese momento, un joven camarero se acercó a ella con una copa de champán.
—¿Desea algo, señorita Pazzi? —preguntó con una sonrisa cortés.
Rosella tomó la copa con una sonrisa agradecida. Sin embargo, sus pensamientos seguían siendo oscuros, sumidos en la frustración. La noche avanzaba y la música seguía su curso, pero para ella, cada nota parecía un recordatorio del rechazo de Esteban.
Pasaron unos minutos, y mientras observaba a Esteban disfrutar de la compañía de Alberta, Rosella sintió que su paciencia se agotaba. Con un suspiro decidido, se acercó a la mesa de bebidas para recoger una copa de agua y calmar sus nervios. En ese momento, Fausto Pazzi se acercó a ella con una sonrisa de orgullo.
—Rosella, hija, estoy muy contento de que estés disfrutando de la fiesta —dijo su padre, notando su actitud tensa—. Pero parece que algo te preocupa.
Rosella se esforzó por sonreír genuinamente.
—No, papá, todo está bien. Solo... necesito un poco de aire fresco.
Fausto asintió con comprensión y le dio un abrazo breve antes de regresar a la conversación con sus socios. Rosella, ahora sola, se dirigió a una de las ventanas del salón, buscando el alivio que la brisa nocturna pudiera ofrecer.
Mientras miraba el jardín iluminado por las luces de la fiesta, sintió una mano en el hombro. Al volverse, se encontró con la mirada curiosa de su amiga Claudia, que había llegado con su pareja.
—¿Estás bien, Rosella? —preguntó Claudia con preocupación—. Pareces un poco abatida.
Rosella forzó una sonrisa y asintió.
—Sí, solo necesito un momento para respirar. La fiesta es maravillosa, pero... ya sabes cómo son estas cosas.
Claudia miró hacia el interior del salón, donde Esteban y Alberta estaban bailando cerca de la pista. Sus ojos se entrecerraron al notar la tensión en el rostro de Rosella.
—Esteban Ferrero, ¿verdad? —preguntó Claudia, con un tono que denotaba curiosidad—. No te presta atención.
Rosella se encogió de hombros.
—Sí, es... un desafío.
Claudia le lanzó una mirada comprensiva y luego sonrió.
—Si alguien puede lograr lo que se propone, eres tú. Solo asegúrate de que no pierdas de vista lo que realmente importa.
Rosella asintió agradecida, pero su mente seguía centrada en cómo atraer la atención de Esteban. No podía permitirse dejarse llevar por la derrota. Con un nuevo impulso, volvió al salón, decidida a cambiar la dinámica de la noche.
Al regresar a la pista de baile, se dio cuenta de que Esteban estaba solo, Alberta se había alejado para hablar con un grupo de amigos. El corazón de Rosella palpitó con fuerza al ver la oportunidad. Se acercó con pasos firmes y una sonrisa calculada.
—Esteban —dijo con voz clara—, ¿podemos bailar?
Esteban la miró con sorpresa, luego su expresión se endureció.
—¿No te cansas de estar rogándole a un hombre a quien no le importas?
El comentario de Esteban fue como una bofetada para Rosella, pero ella mantuvo la compostura.
—No estoy rogando, Esteban. Solo quiero bailar contigo —respondió con calma.
Esteban soltó una risa sarcástica.
—Pero yo no quiero, me irritas, me molestas y no soporto tu presencia… si te medio tolero es por tu padre.
En ese momento, Alberta regresó y notó la tensión entre ambos.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, mirando de Esteban a Rosella.
—Nada —respondió Esteban rápidamente—. Rosella ya se iba, ¿verdad?
Rosella sintió que la sangre le hervía, y lo miró desafiante.
—Juro que algún día te vas a arrepentir —pronunció, mientras se alejaba tratando de ocultar su dolor.