Epígrafe
NARRADOR OMNISCIENTE
La tarde caía sobre la universidad Kins Jefferson con un aire solemne. Frente al escritorio de caoba, Clove, sostenía una pluma estilográfica entre sus dedos temblorosos mientras firmaba los documentos que completarían el pago del segundo semestre. Su rostro, delicado y todavía marcado por cierta inocencia, reflejaba tanto alivio como entusiasmo. Blair, su hermana mayor, la observaba desde la silla contigua, con los brazos cruzados y el semblante serio, aunque en sus ojos había un brillo de orgullo mal disimulado.
La directora, una mujer de porte impecable, con cabello recogido en un moño tirante y labios pintados de rojo intenso, las contemplaba a ambas con gesto adusto.
—Señorita Clove —dijo con voz firme—, ya tiene asegurada su permanencia en la modalidad de ballet. Pero recuerde que no debe bajar su promedio. La excelencia es lo único que la mantendrá en esta clase.
Clove asintió con rapidez, como si temiera que un segundo de vacilación la hiciera perderlo todo.
—Además —prosiguió la directora, entrelazando los dedos sobre el escritorio—, la próxima semana llegará una nueva profesora. Reclutará a las mejores para presentar El lago de los cisnes. Será un evento importante. Espero verla entre las seleccionadas.
Los ojos de Clove brillaron de emoción. Sus labios se curvaron en una sonrisa contenida, casi reverente. Blair notó cómo la respiración de su hermana se aceleraba levemente, esa chispa de ilusión que contrastaba con su propia visión cínica de la vida.
—Sí, señora —contestó Clove.
La directora cerró la carpeta y les indicó con un gesto que podían retirarse. Ya en el pasillo, Blair le dio un leve codazo a su hermana.
—Lo hiciste bien —murmuró con una media sonrisa.
Clove se giró hacia ella, manteniendo los ojos encendidos por un entusiasmo que no podía disimular.
—¿Te das cuenta, Blair? ¡Podría estar en El lago de los cisnes! Tengo que trabajar el doble para que la profesora me elija.
—No tienes que trabajar el doble, Clove. —Blair la observó con la seriedad que siempre la acompañaba—. Ya eres buena. Yo lo sé, todos lo saben. Tú estarás en esa obra.
—¿De verdad lo crees?
—Por supuesto que sí —Blair se quedó callada un par de segundos más.
—Vamos, dilo, sé que no habías venido a la universidad en la que estudio, así que dime lo que pasa por tu cabeza —insistió Clove, divertida.
—Lo sé. Es que... ¿te has fijado? La universidad ya no tiene tantos alumnos como antes.
Clove ladeó la cabeza, confusa.
—¿A qué te refieres?
—No es difícil notarlo. Cada año entran menos estudiantes, y muchos abandonan. Algo ocurre aquí —dijo Blair en un susurro, como si fuera un secreto que no debía repetirse demasiado alto—. Tal vez la presión, tal vez los estándares... Pero me da la impresión de que no es solo eso.
Clove negó con la cabeza, tratando de apartar el pensamiento.
—Siempre buscas lo extraño en todo... —rió con suavidad, aunque pronto recordó algo y sus ojos se abrieron de golpe—. ¡Por cierto! Esta noche es el baile de otoño, ¿lo habías olvidado?
Blair arqueó una ceja.
—¿Baile de otoño?
—Sí, Blair... —Clove se cruzó de brazos—. ¡Lo mencioné toda la semana!
Blair soltó una risa seca.
—Lo siento, lo he olvidado, estuve con Tobin estos últimos días.
—Con razón no me prestabas atención. Estabas más ocupada pensando en tu novio y en la última pelea que tuvieron, ¿cierto?
Blair apretó los labios. No lo dijo en voz alta, pero en su mente supo que su hermana tenía razón. Había estado tan ensimismada con las discusiones con su novio que apenas había compartido tiempo con Clove, por medio de videollamadas. El remordimiento la atravesó, aunque trató de ocultarlo con una sonrisa forzada.
—Algo así.
Al final del pasillo, Clove divisó a una compañera que la saludaba con la mano. Blair aprovechó el momento para apartarse.
—Ve con ella, yo iré al baño y enseguida vuelvo.
Clove asintió distraída y se encaminó hacia su amiga. Blair, en cambio, tomó rumbo hacia los servicios. El baño estaba frío, con luces blancas que resaltaban los azulejos brillantes. Se inclinó frente al lavabo, abrió la llave y dejó que el agua helada le golpeara el rostro. Mientras se miraba en el espejo, pensó en los celos enfermizos de su novio, en las discusiones que parecían no tener fin. Una maraña de sentimientos contradictorios se le clavaba en el pecho: amor, rabia, dependencia, miedo.
Cuando salió, se dirigió por el pasillo donde había dejado a su hermana. No esperaba nada fuera de lo común, hasta que giró la esquina y chocó con un cuerpo sólido. El impacto la habría hecho caer de no ser porque un brazo fuerte la rodeó por la cintura, deteniendo su caída. El contacto fue eléctrico, una descarga que la inmovilizó por un instante.
Levantó la vista y lo vio, se trataba de un chico apuesto, de cabello castaño que caía con naturalidad sobre su frente y unos ojos grises tan fríos como tormentas invernales. Él no dijo nada. Solo la miró con una intensidad que le atravesó la piel. Su rostro permanecía serio, altivo, casi arrogante, pero en sus ojos había un destello imposible de ignorar: atracción. Curiosidad. Algo más oscuro. Estaba furioso, lo notó en la vena carótida que le resaltaba del cuello.
Blair sintió que el tiempo se suspendía, que la respiración se le atascaba en la garganta. El brazo que la sujetaba era firme, cálido, como si la quemara. Y, de pronto, él la soltó con brusquedad, como si su contacto lo hubiese marcado demasiado. Pese a que todo ocurrió en cuestión de segundos, ese momento le pareció una eternidad.
—Fíjate por dónde vas —dijo con voz grave, seca. Y se marchó sin mirar atrás.
Blair lo siguió con la vista, con el corazón latiendo a destiempo y el ceño fruncido.
—Qué creído... —murmuró para sí, aunque una parte de ella supo que lo recordaría.
Cuando encontró a su hermana, Clove estaba sola, con el rostro serio mientras miraba su celular. Algo la preocupaba, pero al notar la presencia de Blair, volvió a sonreír como si nada ocurriera.
—Ya me tengo que ir —dijo Blair suavemente—. Lamento no poder estar en tu baile, pero sé que te irá bien.
Clove la abrazó con fuerza.
—Lo sé, hermana. Quiero que me prometas que verás las fotos.
—No lo dudes.
Se despidieron, aunque Blair, al subir a su auto y mirar a su hermana por el espejo retrovisor, tuvo un mal presentimiento. Algo no estaba bien.
Las horas pasaron, y la universidad se llenó de preparativos para el baile de otoño. Las luces se encendieron en el salón de eventos, Clove se miraba en el espejo de su dormitorio. Su cabello oscuro caía en ondas sobre sus hombros, enmarcando sus ojos marrones y su tez morena. Llevaba un vestido naranja, delicado, con un corte que resaltaba su figura esbelta. Se ajustó los tirantes con manos temblorosas y sonrió con timidez a su reflejo. Realizó una mueca al darse cuenta de que deseó tener los ojos azules de Blair, y su piel blanca.
Al salir, el aire de la noche la envolvió. El salón estaba decorado con guirnaldas doradas y centros de mesa brillantes. Música vibrante llenaba el ambiente. Clove saludó a un par de compañeras y se unió a ellas para bailar. Reía, moviéndose al compás, olvidando por un momento sus preocupaciones. Hasta que una chica se acercó y le susurró algo al oído. Clove se tensó. Asintió sin decir palabra.
Salió de la universidad, el aire frío le acariciaba la piel expuesta de los brazos. En la penumbra, una figura la esperaba.
—No sabes en el problema en el que te has metido —dijo la voz, grave y cargada de amenaza.
Clove frunció el ceño, confundida.
—No entiendo... ¿de qué hablas? —su cuerpo tembló un poco.
—Deja de fingir que eres tan mustia —replicó la figura, avanzando hacia ella.
El corazón de Clove golpeaba en su pecho. Retrocedió un paso.
—Yo no he hecho nada…
Un destello de furia brilló en los ojos de la otra persona. Con brusquedad, rasgó el vestido naranja con un cuchillo pequeño. Clove gritó, intentando defenderse, pero las manos desconocidas eran violentas.
—¡Esto te pasa por meterte con lo que es mío! —escupió la voz, llena de veneno.
La empujó con fuerza. Clove cayó al suelo, el asfalto frío raspó su piel.
—Te dijimos que te mantuvieras alejada de él —una tercera voz se unió, una mano se enredó en su cabello, la arrastraron hasta la avenida y ambas personas comenzaron a patearla.
—¡Por favor, deténgase, yo no he hecho nada! —gritó con desesperación, Clove.
—¡Lo pagarás caro, maldita!
Un instante después, las luces de un auto la cegaron. No hubo tiempo de levantarse. Todo fue demasiado rápido, la velocidad con la que venía el auto, le congeló la sangre. El impacto fue brutal. El mundo se volvió un estallido de dolor y silencio, mientras en la oscuridad que la envolvía, solo quedó la certeza de que nada volvería a ser igual.
—¿Qué has hecho? —preguntó la chica que se colocaba detrás de la misma persona que la mandó llamar.
—Fue un accidente —susurró mientras observaba la sangre en el asfalto y el cuerpo inerte de Clove Evans.