Los días pasaron rápido, casi sin darme cuenta, hasta que por fin llegó ese momento largamente esperado: mis vacaciones. Había planificado todo con cuidado para disfrutar de unos días en las islas de Margarita, un paraíso caribeño al que necesitaba escapar, lejos del estrés, del pasado y de las sombras que me perseguían. Pero antes de partir, decidí pasar por la oficina de la señora Claudia María para despedirme y agradecerle. — Hola, Alejandra, mi buena y eficiente secretaria —saludé con una sonrisa—. ¿Cómo estás hoy? — Hola, buenos días, Julia. Estoy muy bien, gracias. ¿Y tú? — Bien, gracias a Dios. Oye, ¿ha llegado ya la señora Claudia María? Quisiera despedirme de ella porque me voy de vacaciones, quince días. Alejandra me contestó con entusiasmo, aunque con una pequeña crítica

