Esa mañana, Claudia María retomó la conversación en el despacho, con la autoridad y calidez que la caracterizan.
— Julia, antes de que te sumerjas de lleno en tu trabajo, quiero hablarte de algo esencial para nosotros: los beneficios sociales que ofrecemos a todos en la empresa.
Alzó la mirada para asegurarse de captar mi atención completa.
— Ya sabes que cuidar la salud y bienestar de los trabajadores es fundamental. Por ejemplo, el seguro médico que ofrecemos es algo que realmente valoran, y además, es totalmente deducible del Impuesto sobre Sociedades —explicó con claridad.
— ¿Seguro médico completo? —pregunté sorprendida—. Eso es algo que no muchas empresas brindan.
— Exacto, hija. No solo eso, tenemos también cheques para comida, transporte y guardería. Sabemos que esas cosas hacen la diferencia en la calidad de vida de las personas. Que uno no se preocupe de esas necesidades básicas da tranquilidad y hace que el trabajador se sienta cómodo y satisfecho.
— Me parece increíble —dije—. Eso haría que cualquiera se sienta valorado.
Claudia María asintió, complacida.
— Hay más. También ofrecemos fondos de ahorro para que los empleados puedan planificar su futuro financiero. Es un beneficio que promueve la estabilidad y la posibilidad de invertir o comprar bienes importantes.
Me inclinaba más hacia adelante, interesada.
— ¿Cómo funciona?
Ella sonrió.
— Se acumulan recursos poco a poco, y luego, cuando el trabajador decida, puede invertirlos en su proyecto personal.
— Eso suena como un buen colchón —comenté—. Es bueno saber que la empresa piensa a largo plazo.
— Precisamente. Y hablando de crecer, tenemos formación bonificada para todos. Nuestros empleados pueden acceder a cursos según su perfil, para mejorar habilidades y aumentar su competitividad.
— ¿Así que puedo seguir aprendiendo mientras trabajo aquí?
— Por supuesto. Creemos en la formación continua y en que todos avancemos juntos.
Hice un esfuerzo por absorber todo eso, sintiéndome a la vez bienvenida y responsable.
— Como ves, Julia, todos estos beneficios se suman a tu sueldo mensual, que cobrarás el día quince y treinta de cada mes.
— ¿En serio? —pregunté con un destello de esperanza.
— Sí, hija. Queremos que trabajes tranquila, con la seguridad de que estarás siendo recompensada y cuidada.
Con ese mensaje de estabilidad, Claudia María inició con firmeza la parte más oficial.
— Bueno, ya que la mayoría del personal está reunido, quiero presentarles a todos formalmente a Julia Balbuena, nuestra nueva integrante del área de informática.
La sala, que parecía común hasta ese momento, adquirió un aire oficial. Todos los empleados giraron sus miradas hacia mí.
— Julia estará trabajando bajo mi supervisión directa —continuó ella—. Ya le he explicado sus funciones y tareas. Espero que todos sean amables y la apoyen en lo que necesite.
Desde un rincón, Carlos Eduardo Peña se adelantó con una sonrisa cordial.
— Julia, en nombre del departamento de talento humano y de toda la dirección, nos complace darte la bienvenida. Estamos encantados de tenerte con nosotros y te deseamos todo el éxito.
Eleonora Sifontes, la recepcionista, asintió y añadió con energía:
— Bienvenida al equipo, Julia. Aquí todos valoramos la dedicación y creemos que serás un gran aporte para la empresa. Gracias por sumarte a esta familia.
Sentí que la temperatura subía por el calor de tantas miradas, pero traté de comportarme con calma.
— Muchas gracias a todos por la bienvenida y por esos buenos deseos —respondí con una sonrisa—. Estoy segura que nos llevaremos muy bien.
Con la formalidad terminada, Claudia María me miró con esa mezcla de autoridad y cariño que le caracteriza.
— Bueno, ahora los dejo con sus labores. Y Julia, desde este momento estarás acompañada por Alejandra Maldonado, quien será tu asistente y guía en esta nueva etapa.
Alejandra se acercó con una sonrisa afable y me tendió la mano.
— Con mucho gusto te ayudaré en todo lo que necesites.
— Gracias —le respondí—. Sé que contigo será más fácil adaptarme.
Claudia María añadió:
— Julia, recuerda que tienes mi número. No dudes en llamarme si algo surgiera.
Asentí, sintiendo el respaldo verdadero.
***
Mientras Alejandra me llevaba a conocer la oficina, por otro lado, en los pasillos dos secretarias intercambiaban miradas cargadas de malicia.
— ¿Viste a la nueva, Carmen Victoria? —comenzó Ana Teresa, en voz baja pero con tono burlón.
— Honestamente, Ana Teresa, creo que es otra víctima más para nuestras fechorías —se rió Carmen—. No pienso permitir que una recién llegada me quite el puesto por el cual sudé tanto en la universidad. Esa ignorante me las va a pagar.
Ana Teresa bajó aún más la voz y advirtió:
— Te ayudaré con eso, Carmen, pero cuidado. No podemos ser descubiertas. Planea bien todo.
— Descuida, amiga. Tengo algo en mente y va a funcionar a la perfección.
Sus risas contenidas eran como cuchillas que presagiaban tormenta.
***
Alejandra y yo llegamos a la oficina.
— Esta será tu área —dijo mientras me mostraba los implementos—. Aquí encontrarás todo lo que necesitas para trabajar: computadora, impresora, materiales.
Me senté apoyada en la silla y Alejandra continuó.
— Mira, Julia, la mayoría de nuestros compañeros, incluyéndome a mí, somos dedicados y de confianza. Pero, un consejo que te doy es que un compañero de trabajo puede ayudarte mucho, pero también puede decepcionarte. Nunca te confíes demasiado.
— Eso es cierto —repliqué—. Ya noté que cuando la dueña me presentó, algunas caras mostraron desagrado hasta por los poros. Tengo el presentimiento de que no todo será fácil.
Alejandra me lanzó una mirada franca.
— Te lo digo porque la experiencia me ha enseñado eso. Hay gente que sorprende, para bien y para mal. Aquí la política no está exenta de conflicto.
Era como un aviso disfrazado de advertencia, y por mucho que deseaba creer en la buena voluntad, algo me decía que debía estar alerta.
Después de ponerme al tanto, Alejandra se dirigió a su escritorio para continuar con sus tareas.
Yo aproveché para hacer un recorrido por las instalaciones. En cada departamento saludaba a los empleados y escuchaba sobre sus labores, llenándome de esa atmósfera que solo un hotel activo sabe crear: el ir y venir, las voces, risas y el ruido constante.
Cuando regresé, Alejandra me esperaba.
— Julia, ¿qué te pareció el recorrido?
— Magnífico —respondí—. Los compañeros me han explicado bien sus trabajos. Siento que me he hecho una idea clara.
Ella sonrió.
— Me alegra oír eso. Bueno, ya es hora de descansar. Fuiste de gran ayuda en este primer día, así que cuídate y hasta mañana.
— Hasta mañana, amiga —dije con convicción.
***
Eran cerca de las tres de la tarde y mi jornada terminaba oficialmente. Me dirigí nuevamente a la oficina de Claudia María.
— Gracias por todo, señora —dije con sinceridad—. Este primer día fue intenso pero muy positivo.
— Me alegra oírlo, Julia. Ahora a que hagas una pausa y cargues energías. Mañana será un día igual o más productivo.
Me despedí con un abrazo cálido y subí a la habitación con la cabeza llena de ideas, pero también con un corazón más ligero.
Sabía que la batalla no había terminado, pero que esa pequeña empresa, ese hotel, era un refugio desde donde podía comenzar a reconstruir mi vida.