El aire a su alrededor se volvió pesado. Una vibración subterránea, como si el mundo temblara desde el centro de la tierra. Samael dio un paso atrás. Isriel, uno adelante. Verónica se detuvo a medio metro de ambos, con los labios curvados en una sonrisa que no contenía alegría, sino desafío. —Isriel —dijo Samael en voz baja—. Escucha con atención: no la toques. La joven muerte frunció el ceño. —¿Quién es ella? Conozco ese nombre... “la intocable”. Pero nunca supe qué significaba en realidad. Samael no respondió de inmediato. Su mirada estaba fija en Verónica, pero no la miraba con miedo. La miraba con un dolor muy antiguo. Verónica ladeó la cabeza, divertida. —¿Hace cuánto no me ves, Samael? ¿Mil años? ¿Dos mil? —No el tiempo suficiente —respondió él, seco. Isriel entrecerró lo

