La Daga de los Recuerdos

952 Words

El silencio que cubría el apartamento no era de paz, sino de ruina. Azazel avanzó hasta la habitación, los pasos tan pesados que el suelo parecía resentirse con cada uno. Frente a él, Silvia… o lo que quedaba de ella. De pie junto a la cama, la mujer que una vez amó sonreía con crueldad, los ojos bañados en una sombra profunda y oscura, los labios curvados en una mueca burlona que no le pertenecía. —El tierno angelito de la muerte se detuvo —musitó Silvia, con un tono que heló la sangre de Azazel—. ¿Anda… o no quieres acercarte porque ya te diste cuenta de que no soy Silvia? Azazel apretó los puños. Su pecho dolía, no por la batalla ni por la marca ardiente aún palpitando sobre su piel, sino por la decepción. Por la traición de la realidad. Por sentir que había llegado demasiado tarde.

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