El sonido del vapor silbando de la cafetera llenaba el ambiente con un ritmo constante, casi hipnótico. Aromas tostados flotaban en el aire, mezclados con la suave melodía que salía de los altavoces empotrados en las esquinas del café. La tarde había caído hace rato, y el cielo de la ciudad era una mezcla de nubes y luces de neón.
Nahamac intentaba concentrarse.
Estaba detrás del mostrador, como siempre. Llevaba el delantal oscuro bien atado, el cabello recogido y los audífonos en uno de sus bolsillos, sin usar. Frente a él, una taza de café con leche recién espumada temblaba en su mano.
Temblaba.
No por la cafeína ni por el cansancio.
Por algo más profundo.
—Café con leche y pastel de zanahoria para la mesa cinco —leyó en voz baja, dando un paso hacia adelante.
Fue entonces que ocu
