La noche todavía no se había retirado del todo cuando Valac apareció frente al edificio donde vivía su hermano. Vestía de n***o, como era su costumbre, con una chaqueta de cuero vieja y ajustada, botas hasta la rodilla y esa expresión juguetona que ocultaba su verdadera naturaleza: la de devoradora de almas rotas. No había tocado el timbre aún. Solo estaba parada allí, observando, como si el hormigón pudiera hablarle. —Hmm… hay algo… —murmuró, olfateando el aire como un animal salvaje—. Este lugar huele raro. No solo a ti, hermanito. Antes de que pudiera dar un paso más, Azazel apareció en el pasillo, recargado contra una de las columnas con una sonrisa burlona y un café en mano. —¿Qué haces espiando mi edificio como una acosadora? —preguntó, con el mismo tono perezoso de siempre. V

