La lluvia apenas comenzaba a rozar el parabrisas cuando Samael tomó la última curva que lo alejaba del bosque y lo acercaba al edificio seguro que Azazel había señalado.
En el asiento trasero, Miriam se sujetaba el vientre con los dientes apretados, los ojos llorosos y el rostro pálido. Shamael la sostenía, murmurando palabras que pretendían consolar, pero que apenas lograban contener su rabia. El caos había quedado atrás, pero no el dolor. No la verdad.
—¿No deberíamos ir a un hospital? —preguntó Shamael con desesperación, viendo el rostro desencajado de su esposa.
Samael negó con suavidad mientras mantenía ambas manos en el volante.
—Es un nacimiento de un contenedor —dijo con calma grave—. No podemos arriesgarnos a que los doctores vean algo así. No es como un parto normal. Esto...
