A pesar del brillo que envolvía el Reino Medio, Isriel siempre caminaba a la sombra. Era una elección. Una armadura. La mayoría de los herederos de la Muerte poseían cierto halo trágico, una herencia inevitable de su linaje. Pero Isriel… ella era la tragedia que se había pulido sola. Sin madre. Sin canciones de cuna. Sin ternura. A veces, cuando el silencio era tan absoluto que ni el eco se atrevía a repetirse, Isriel escuchaba los gritos. No los del Reino Medio. No los de los condenados. Los otros. Los de la tierra reseca de Esparta, donde una vez fue humana, donde sus pies desnudos se hundían en la sangre de sus enemigos y la tierra temblaba con su rugido. Isriel no nació para la muerte. La conquistó. Siendo criada por los muros de la misma tribu sangrienta. Compañera de Azrael d

