Se dice que el tiempo es preciado, y no hay nada más cierto que esta afirmación. El tiempo no se detiene jamás; avanza incesantemente, arrastrando nuestras vidas en su inexorabilidad. Sin embargo, he tenido la dicha —o quizás la desgracia— de experimentar algo extraordinario: lo que Aaron llama bucles de tiempo. En esos momentos, el tiempo de todos se detiene, pero el mío sigue corriendo, dejando interrogantes flotando en mi mente. ¿Qué quiere decir eso? ¿Acaso mi tiempo se agotará primero que el de los demás? Esta no es una preocupación trivial; cada bucle, cada pausa, me lleva a meditar sobre la fragilidad de la existencia.
Los bucles de tiempo no sólo son una curiosidad, ellos son un recordatorio constante de la impermanencia. No es que desee vivir menos que los demás; al contrario, an
