Prólogo: Encuentros Accidentales.
Cuando acepté el trabajo de asistente personal de Magnus McNamara, nunca imaginé que mi vida cambiaría para siempre. El edificio donde se encontraba su oficina parecía una fortaleza moderna, una estructura de cristal y acero que intimidaba con solo mirarla. Desde el primer día, supe que no sería sencillo. Magnus McNamara era un nombre famoso en los círculos empresariales: el hombre detrás de uno de los imperios más exitosos del país. Frío, calculador y extremadamente exigente, con una fama de millonario inalcanzable y, según mis compañeros, alguien incapaz de notar la existencia de los simples mortales que lo rodeaban.
Por eso, la primera vez que tropecé y dejé caer un café recién preparado en su impecable alfombra gris, estuve a un segundo de renunciar ahí mismo. Pero Magnus, en lugar de desatar su ira —como había visto hacer a otros con menos razones—, solo levantó la ceja y suspiró, quizás resignado ante mi evidente torpeza. ¿Qué podía ver un hombre como él en una asistente que apenas podía llevarle una taza de café sin armar un desastre? Para mí, él era un enigma fascinante, alguien por quien sentía una atracción tan intensa como inadecuada. Porque sí, desde el primer día, cada mirada, cada palabra suya, parecía elevar mi pulso al doble de su velocidad normal.
Él, por otro lado, parecía no notar mis sentimientos, o al menos eso pensé. Yo era solo su nueva asistente, a la que probablemente despediría en cualquier momento, y aunque intentaba ser profesional, los nervios me traicionaban constantemente. Cada vez que estaba cerca, las palabras salían atropelladas, mis movimientos se volvían torpes, y a pesar de mi deseo de ser una profesional impecable, nada parecía ayudarme a mejorar.
Pero la verdadera sorpresa fue que, en lugar de despedirme, él empezó a mirarme de una forma que jamás había anticipado. Era una mirada llena de exasperación, sí, pero también de algo más que no lograba descifrar. Una chispa, tal vez, o una curiosidad silenciosa. Y, sin que lo hubiera previsto, Magnus se convirtió en una parte de mis días, y yo, de alguna forma, en una de sus constantes, una especie de caos organizado que se deslizaba entre sus horarios estrictos y su orden absoluto.
No fue un romance a primera vista. Fue algo inesperado, algo que nació en medio de mi torpeza y de su frustración contenida. Sin embargo, lo que empezó como un trabajo más se transformaría en la experiencia más intensa de mi vida. Cada paso que daba en esa oficina era como avanzar en un camino oscuro, lleno de secretos, tentaciones y límites difusos.
Esta es la historia de cómo la asistente que apenas podía servir café sin derramarlo conquistó al hombre más inalcanzable y reservado que jamás conoció. Y, en el proceso, encontré algo mucho más profundo de lo que había esperado. Esto no fue un simple romance de oficina; fue el inicio de un amor tan intenso como prohibido, uno que nos obligó a elegir entre nuestras ambiciones y lo que realmente queríamos.