2. La asistente torpe y el jefe implacable.

782 Words
Ser Magnus McNamara implica, ante todo, vivir en una continua sucesión de reuniones, decisiones y, como él dice, “problemas de alto calibre”. No tiene tiempo para nimiedades y, menos que nada, para las interrupciones constantes de su nueva asistente, Daniela. Llego a la oficina a las ocho en punto, en mis mejores tacones y con una taza de café para él. ¿Mi intención? Ser puntual, profesional y, sobre todo, impresionante. ¿El resultado? Una vez más, un desastre en toda regla. —¡Magnus! —grito, entrando a su oficina sin querer derramar ni una gota. Él levanta la mirada apenas un segundo, con esos ojos intensos que me dejan sin aliento. Se acomoda en su silla de cuero con una calma peligrosa, como si mi sola presencia interrumpiera el flujo de su día. —Daniela, ¿qué haces? —pregunta, aunque claramente ya se da cuenta. Intento explicarle que el café que le traigo es su favorito, de vainilla con leche de almendra, pero en cuanto me acerco, mi pie se enreda con la alfombra y… ahí va el café, desbordando en su escritorio, mojando sus papeles importantes, y, por supuesto, salpicando su elegante traje. Su cara se tensa. Y yo, en un intento desesperado por limpiar, tomo el pañuelo que tenía en la mano y empiezo a secar. —¿Sabes lo que estás haciendo, Daniela? —dice él, con una mezcla de irritación y… diversión en su voz. Me ruborizo y asiento, aunque ambos sabemos que no tengo idea. Quiero mostrarme confiada, pero Magnus me mira de una forma que me deja sin aire. Un hombre así, acostumbrado a obtener todo lo que quiere, con esos ojos verdes y esa mandíbula fuerte, parece inmune a las distracciones. Aunque, por alguna razón que ni yo entiendo, parece encontrar mis torpezas entretenidas. —Bien, Daniela, a partir de ahora serás mi “asistente de café”, ¿te parece? —bromea, sonriendo por primera vez desde que llegué. —Lo siento, Magnus, de verdad… No sé cómo sucede, pero te prometo que seré más cuidadosa. —Me esfuerzo en mantenerme firme, pero él parece a punto de reír. —Eso quiero verlo, querida —dice, secándose el traje sin apartar sus ojos de mí. Después de un rato incómodo, me permite salir de la oficina con una sonrisa. No sé si reír o llorar, aunque me inclino más por lo primero. Magnus tiene ese poder de sacarme de quicio y hacerme reír a la vez. Sin embargo, hoy tiene algo en los ojos. Algo que me hace pensar que, aunque me amenaza con despedirme, en realidad, no le soy tan indiferente. Capítulo 2: El encierro que cambia todo Después de semanas de tropezones, errores y disculpas, hoy, como de costumbre, entro a su oficina con una pila de documentos. Pero, apenas cierro la puerta detrás de mí, escucho un clic extraño. La puerta se ha trabado, y Magnus y yo estamos solos, atrapados en esta oficina de paredes inmaculadas. —Daniela, ¿qué has hecho esta vez? —pregunta, aunque no parece realmente molesto. Más bien, parece… intrigado. Intento girar la manija, pero nada. El pánico me invade y empiezo a pedir disculpas a toda velocidad, como si eso solucionara el problema. —Tranquila, Daniela. No te voy a despedir… todavía —dice él, con un tono que podría casi considerarse… ¿juguetón? Me detengo, respiro profundo y, sin querer, dejo escapar una risa nerviosa. Él sonríe también, y entonces, por primera vez desde que empecé este trabajo, hablamos. No como jefe y asistente, sino como dos personas atrapadas, sin nada más que hacer que conocerse. Entre risas y bromas, me confiesa que nunca se imaginó a sí mismo con una asistente que desafiara su paciencia. Me doy cuenta de que Magnus no es tan implacable como aparenta, y cuando su mirada se vuelve seria, todo dentro de mí se enciende. —Magnus… —susurro, sin saber muy bien qué decir. Y entonces, sucede. De alguna forma inexplicable, él se inclina hacia mí, y yo, perdida en esos ojos verdes, no tengo ni un segundo para pensar. Nuestros labios se encuentran en un beso, y, en ese instante, el mundo desaparece. Todo el rigor y la distancia entre jefe y asistente se evaporan. Sus manos se deslizan por mi cintura, y yo, en lugar de detenerme, me pierdo en el calor de ese momento. Cuando salimos del encierro y el mundo vuelve a su curso, todo ha cambiado. Me retiro en silencio, convencida de que esto significa mi fin en la empresa, pero con la certeza de que no cambiaría un solo segundo de lo ocurrido.
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