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1689 Words
La Prueba De Los Vínculos La nieve caía con una parsimonia casi ceremonial cuando el carruaje de Adelheid llegó a la mansión. Los sirvientes se alineaban discretamente a los lados del vestíbulo principal y el ambiente olía a madera limpia, té de invierno y una expectación contenida. Isabella permanecía de pie frente a la escalinata con una capa granate sobre los hombros, el broche de la casa Vodrak brillando como una estrella helada contra el terciopelo. Tenía el mentón alto y los ojos atentos. Ya no era la visitante de otra tierra. Era la señora de la mansión. La duquesa. Viktor se acercó unos pasos y, en voz baja, le susurró: - Recuerda lo que hablamos… no podemos esperar de Adelheid una actitud cortesana, pero sí respeto. Y tú lo impones a tu estilo. Isabella asintió sin mirarlo. Su atención estaba ya en la figura que descendía de la carroza, lanzando su capa hacia atrás con una teatralidad casi divertida. Adelheid no era lo que uno esperaría de alguien con la sangre antigua del clan. Vestía un pantalón entallado de piel oscura, una blusa de mangas anchas bordada con símbolos de la vieja lengua y un abrigo sin mangas, ceñido con hebillas doradas. El cabello largo, suelto por la espalda, tenía dos trenzas laterales anudadas con cintas carmesí. Sonreía como si el mundo entero fuera una broma privada. - Así que tú eres la esposa de Viktor - dijo en cuanto sus botas pisaron las losas del vestíbulo, sin amagar reverencia ni saludo. - Y tú debes ser Adelheid. - respondió Isabella con voz serena, ni fría ni cálida - Bienvenida a la mansión Vodrak. Espero que el viaje haya sido cómodo. Adelheid enarcó una ceja, divertida. Pero cuando sus ojos se cruzaron con los de Isabella, hubo una pausa. Un latido de silencio. Algo que la joven percibió más allá del tono educado o la postura impecable: una presencia. No sólo la autoridad del título… sino la fuerza sutil y envolvente que nacía en la sangre. Su sonrisa se mantuvo, pero algo en su cuerpo se ajustó. Como un animal que cambia el paso al entrar en el territorio de otro alfa. - Fue… interesante. - dijo, esta vez más despacio - No esperaba una recepción tan formal. - Aquí no hacemos las cosas a medias. Especialmente cuando se trata de familia. Markel apareció entonces por el corredor lateral, deteniéndose con rigidez al ver a su hermana menor. El gesto en su rostro fue el de un hombre enfrentado al pasado… o a una pesadilla recurrente. - ¡Dioses viejos! - murmuró por lo bajo - Sigues viva. Adelheid giró la cabeza con un brillo burlón en los ojos. - ¡Querido hermano! Pensé que te habías casado con tus libros y habías olvidado lo que es respirar aire fresco. - Y yo pensé que te habrías fugado con un contrabandista o una tropa de actores ambulantes. - replicó Markel con el ceño fruncido - Mi señora - añadió, girándose hacia Isabella - si me permite una súplica… no la deje quedarse. Viktor, que hasta entonces se había mantenido en silencio, apoyado en el bastón ceremonial, esbozó una sonrisa. - Lo lamento, Markel. Ya está decidido. Necesitamos a alguien que cuide a la duquesa como tú lo haces conmigo. Y tu familia ha servido a los Vodrak desde el primer jefe de clan. Esta vez… será ella quien lo haga. Adelheid chasqueó la lengua, fingiendo fastidio. - ¿Eso significa que tengo que portarme bien? - Eso significa que tienes la oportunidad de demostrar tu valía. - intervino Isabella con suavidad, sin perder el contacto visual - No te exijo perfección. Pero sí compromiso. La joven pareció sorprendida por el tono. Luego, inclinó ligeramente la cabeza. No era una reverencia completa… pero era algo. Viktor se permitió entonces recordar, mientras observaba ese pequeño gesto, una conversación en su estudio días atrás. Isabella revisaba los libros de cuentas y la correspondencia del ducado, cuando él le habló de la joven. “Adelheid puede ser imprudente, pero es porque ha vivido a la sombra de Markel. Si le damos algo con lo que demostrar su valor, se moderará. En eso te pido ayuda… Tienes toda la autoridad de mi nombre para guiarla y formarla de la mejor forma, a fin de que se acomode a tu estilo.” Y allí estaba. La prueba comenzaba. Isabella no había alzado la voz, ni dado órdenes. Solo había sostenido la mirada y la sangre de viento en su interior había hecho el resto. - Markel. - dijo ella con calma - por favor, acompaña a tu hermana a sus aposentos. Se le ha asignado la habitación solar del ala este. - ¿La que da al jardín? - preguntó él, horrorizado - ¿Está segura? - Tiene buena luz para los libros y la costura. Tal vez le inspire otros intereses. - respondió Isabella. Adelheid soltó una risa encantada mientras echaba a andar por el pasillo. - Empiezo a pensar que me va a gustar vivir aquí. Markel resopló y la siguió, murmurando en voz baja cosas poco elogiosas que no se atrevería a decir en presencia de la duquesa. Cuando quedaron a solas, Viktor tomó la mano de Isabella y se la llevó a los labios con una reverencia suave. - Lo hiciste sin levantar un dedo. - No necesito levantarlo. - respondió ella con una media sonrisa - Soy la señora de esta casa. - Estoy orgulloso de ti. – le dijo en voz baja con una sonrisa. Y la nieve siguió cayendo en silencio, como si también lo supiera. Primera Lección El salón sur estaba iluminado con la tibia luz del mediodía. Los ventanales daban al jardín helado y los muebles antiguos olían a cera de abeja y linaza. Isabella - Elira para todos los presentes - aguardaba con una pluma entre los dedos, nerviosa por primera vez en días. No por el contenido, sino por la maestra. Adelheid entró descalza, con los pies envueltos en calcetas bordadas y una trenza ladeada cayendo sobre el hombro. A pesar de tener más de cuatro siglos, su aspecto juvenil y su andar ligero la hacían parecer una estudiante recién salida de un internado rebelde. - ¿Lista para tu primera clase, Herzchen? - dijo con un guiño divertido. (¿Lista para tu primera clase, corazoncito?) - Mientras no implique trepar torres o beber sangre, creo que puedo intentarlo - respondió Isabella con una sonrisa leve. Adelheid rio suavemente y se dejó caer sobre el sillón frente a ella, extendiendo un cuaderno en blanco y varios libros. - Gut. Vamos a empezar con lo básico. No quiero que hagas el ridículo cuando alguien te diga “Grüß Gott” y respondas con cara de vaca perdida. (Bien. Vamos a empezar con lo básico. No quiero que hagas el ridículo cuando alguien te diga “Dios te salude” y tú respondas con cara de vaca perdida.) - Viktor me lo ha dicho. - admitió Isabella mientras asentía y tomaba notas - Es un saludo formal en las zonas más conservadoras. Adelheid asintió, esta vez sin sarcasmo. - Exacto. Y luego siguen con: “Wie geht es Ihnen?” (¿Cómo está usted?). No digas ”Ich bin gut“, eso no se dice. Suena… vulgar. Mejor: “Mir geht es gut, danke.” (Estoy bien, gracias). Isabella repitió la frase con cuidado, imitando el acento de Adelheid. - Mir geht es gut, danke. - No tan mal. - dijo la joven con los labios apretados - Pero baja la mandíbula al final. Como si no te importara la respuesta. Es el tono lo que te da autoridad, no las palabras. Isabella ensayó de nuevo, más segura. Adelheid la observó y algo cambió en su mirada: su expresión, generalmente desenfadada, se volvió medida, casi solemne. - Tienes fuego bajo la piel, Lady Elira. Lo noto. Me dan ganas de no decepcionarte. La frase no era un halago ligero. Venía con la gravedad de alguien que rara vez mostraba respeto por autoridad alguna. Isabella ladeó la cabeza, curiosa. - ¿Eso es algo bueno? - Es raro. - admitió Adelheid, bajando la vista - Por eso intento hacer esto bien. No solo porque Viktor me lo pidió, sino porque tú… no eres una sombra. No quiero ser una yo tampoco. Isabella escribió lentamente la nueva frase en su cuaderno: “Ich möchte nicht nur ein Schatten sein." (No quiero ser solo una sombra.) - ¿Sabes qué significa tu nombre entre los Vodrak? - preguntó Adelheid de pronto, sacando un pañuelo bordado del bolsillo - “Elira” viene del antiguo dialecto de los clanes del sur. Significa “corazón oculto”. Tal vez Viktor lo eligió porque sabía que no todo lo que escondes es debilidad. Isabella no respondió. Solo bajó la vista hacia el pañuelo que Adelheid le tendía. - Esto se lleva en la muñeca cuando das tu primer saludo formal en público. Como una marca de quién te ha instruido - explicó la joven con una sonrisa genuina - No es oficial, claro, pero entre mujeres Vodrak… significa que no te soltaremos tan fácil. - Gracias, Adelheid. - dijo Isabella, tomando el pañuelo. Y esta vez, la palabra no fue diplomática, sino sincera. - Bitte schön, Elira. (De nada, Elira.) El sol ya se había deslizado varios grados en el cielo cuando terminaron la lección y Viktor, desde la puerta entreabierta, escuchaba sin ser visto. Había sonreído al ver cómo la imprudente Adelheid se moderaba. “Pero es la que tenemos”, le había dicho a Isabella unos días antes en el estudio, mientras pasaban documentos juntos. “Adelheid puede ser imprudente, pero ha vivido a la sombra de Markel. Si le damos algo con lo que demostrar su valor, se moderará. En eso te pido ayuda… Tienes toda la autoridad de mi nombre para guiarla y formarla de la mejor forma a fin de que se acomode a tu estilo.” Y por lo visto, su plan ya comenzaba a dar frutos.
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