La Sala De Preparación
La tenue luz azulada de las lámparas de cristal llenaba la sala de preparación con una calma extraña, casi solemne. Elira avanzó entre los anaqueles con túnicas de lino, los frascos cuidadosamente etiquetados y el suave murmullo de Markel que daba órdenes sin levantar la voz.
No era su voz lo que la hizo detenerse, sino la otra presencia.
Un hombre alto, de cabello blanco recogido con una cinta oscura, se volvió hacia ella al notar su llegada. Sus ojos eran los de Markel, pero más hundidos, con la experiencia de siglos marcando cada línea de su rostro. Vestía de n***o, como alguien acostumbrado a desaparecer tras los gobernantes, pero su porte era el de alguien que había sido testigo de las decisiones que moldeaban imperios.
- Duquesa Vodrak. - dijo con una reverencia formal, aunque su tono tenía la calidez de quien saluda a una esperanza largamente anhelada - Soy Aldren, padre de Markel y Adelheid. Escolta personal del Lord Vodrak… y, durante mucho tiempo, su sombra.
Isabella inclinó la cabeza, consciente de que no estaba frente a un simple sirviente, sino ante alguien cuya lealtad había sido puesta a prueba más veces de las que cualquiera recordaría.
- Gracias por recibirme. - dijo ella con suavidad, observando de reojo la mesa donde Markel organizaba los frascos con un silencio más rígido de lo habitual.
Aldren sonrió apenas y su mirada se deslizó hacia los recipientes que brillaban bajo la lámpara.
- Estoy agradecido, señora, por haberle dado una oportunidad a mi hija. No es fácil vivir bajo la sombra de un hermano como Markel. Ni de un Patriarca como Lord Tharion. Ella necesita un lugar donde pueda encontrar su propio centro… y usted le está dando uno.
La joven asintió con un gesto leve. No era necesario decir más. Lo entendía demasiado bien.
Pero al acercarse a la mesa, notó algo que la hizo detenerse. Los frascos preparados para ella tenían un sello distinto y el tono rojizo de la sangre era más opaco, casi como si estuviera atenuado. A su lado, otra serie de frascos, más pequeños, estaban marcados con el sello de Tharion. Más puros. Más densos. Y en ellos había una energía distinta, como una vibración que su piel podía sentir incluso sin tocarlos.
- ¿Estas son…? - preguntó, mirando a Markel.
Fue Aldren quien respondió, con voz pausada, pero sin evasivas.
- Las suyas, señora, están reforzadas con estabilizadores. Marcan una progresión para que aprenda a manejar la sed con control. Son mezclas cuidadosas, con trazas de hierro y esencia de lavanda. Markel las prepara personalmente para usted, todos los días.
Isabella bajó la mirada, tocando apenas uno de los frascos con la yema de los dedos.
- ¿Y las de Lord Vodrak?
Aldren guardó silencio por un momento, como si debatiera consigo mismo cuánto decir.
- Son más puras… y contienen calmantes. Desde que perdió a su consorte, otra sangre del viento no puede alimentarse de nadie más. Esa sangre, - añadió con respeto - fue preservada a petición de ella, desde que supo que estaba enferma. Su deseo fue que su fuerza siguiera sosteniéndolo incluso después de la muerte.
Isabella no se movió, pero algo cambió en su respiración. Como si una hebra invisible se tensara dentro de su pecho. Sus ojos se alzaron hacia el frasco con la sangre antigua y lo entendió.
No solo era una mezcla. Era una despedida convertida en sustento.
Markel, que había estado en silencio todo el tiempo, alzó una mano y negó discretamente con la cabeza hacia su padre. Fue un gesto sutil, pero cargado de urgencia. Aldren lo entendió y su expresión se volvió neutra.
Pero ya era tarde.
La duquesa había escuchado la palabra que no debía ser pronunciada.
“Consorte.”
No preguntó. No reaccionó.
Solo bajó la vista de nuevo a los frascos, como si no hubiera escuchado nada, aunque por dentro, la palabra se había adherido a sus pensamientos como una semilla que no podía ser desplantada.
Cuando por fin alzó la voz, fue con la misma calma que un noble usaría al firmar un tratado en tiempos de tensión.
- Agradezco su dedicación, señor Aldren. Espero poder justificar la confianza que ha depositado en mí y en su hija.
El hombre asintió profundamente, con la reverencia exacta de quien comprende la magnitud de un pacto silencioso.
Isabella se volvió hacia Markel, que ahora evitaba su mirada, más tenso que de costumbre. Pero no dijo nada. Ni sobre la palabra. Ni sobre lo que podía significar.
Por ahora, el lazo que ella llevaba era otro. El de un nombre nuevo, una casa nueva y un papel que aún estaba aprendiendo a sostener.
Pero en el silencio entre ellos, algo más había quedado asentado.
Una verdad futura.
Una pregunta pendiente.
Y un fuego oculto en su sangre que aún no encontraba palabras.
Agua y Sangre
El vapor se elevaba en volutas perezosas por entre los mármoles claros de la sala de baño. Elsa, diligente como siempre, ayudó a Isabella a despojarse del vestido de día, retirando uno a uno los broches y dejando la prenda cuidadosamente doblada sobre el sillón de respaldo curvo. La bañera, una gran tina de cobre esmaltado, estaba llena hasta la mitad con agua caliente perfumada con esencias de flores alpinas.
- El baño está en su punto, mi señora. - dijo Elsa con una sonrisa discreta - El señor Markel mencionó que lo haría preparar para usted.
Isabella asintió, agradecida y entró al agua con un suspiro lento. El calor le envolvió los músculos y la dejó flotar unos segundos, sin hablar, sin pensar. Solo sentir. Cuando Elsa se retiró cerrando la puerta con suavidad, la habitación quedó en silencio salvo por el chisporroteo de una lámpara de aceite.
El sonido de pasos al otro lado de la cortina la sacó de su ensoñación. Giró la cabeza y para su sorpresa, Viktor se detuvo a medio camino, congelado al verla.
- Markel me dijo que el baño estaba libre. - murmuró él, incómodo, con la vista desviada y las mejillas levemente encendidas. Aún llevaba parte del uniforme con el cuello desabrochado y gotas de sudor perlaban su sien - Puedo salir, no quise...
- No. - dijo Isabella, su voz serena - Quédate. Markel debe haberlo planeado con Elsa.
Viktor se volvió hacia ella, con una ceja alzada. La miró como si esperara un desliz, una broma, un cambio de tono. Pero solo halló determinación en su expresión.
- ¿Estás segura, Elira?
Isabella asintió despacio.
- Quiero que entres al agua conmigo.
Viktor vaciló, su mano cerrándose en torno al borde del biombo de madera labrada. Sus ojos la recorrieron con respeto, pero también con hambre contenida. Nunca había sido insensible a su cercanía, pero hasta ese instante, había ejercido un dominio férreo. Y ahora, Isabella le estaba abriendo una puerta con palabras tan simples como definitivas.
- ¿Por qué? - preguntó al fin, su voz más baja.
- Quiero alimentarme de ti.
El silencio se volvió espeso entre ambos. Viktor bajó los ojos, procesando las implicaciones de aquella frase. Si ella lo mordía, no sería una transacción de supervivencia. Era una declaración, un vínculo. La sangre entre los Vodrak no era solo sustento: era intimidad. Confianza. Pertenencia.
Viktor asintió y comenzó a desvestirse en silencio. Se quitó la camisa con lentitud, dejando ver los músculos tensos de su torso, las cicatrices de antiguas batallas y el tatuaje n***o como tinta derramada que cubría parte de su hombro: el emblema del ducado de las montañas. Isabella lo observó sin apartar la mirada.
Cuando entró al agua, Viktor se movió con cautela. Se sentó frente a ella, dejando espacio, sin tocarla aún. La tina era lo bastante amplia para dos, pero el aire entre ellos estaba cargado. Isabella fue quien rompió la distancia.
Se acercó, rodeando con sus piernas las de él, hasta que quedaron frente a frente. El agua cubría parte de su pecho y su aliento tembló al rozar la piel húmeda de Viktor. Sus manos se apoyaron en los hombros de él y sin decir más, bajó el rostro hacia su cuello.
- Dime si te incomoda... - susurró ella.
- Elira, contigo nunca.
Entonces lo mordió.
La sangre de Viktor tenía un sabor diferente. No era solo el hierro o la calidez... había fuerza. Dominio. Lealtad. Había una promesa muda en cada trago que ella tomaba y en el modo en que él apenas se estremecía, permitiéndolo sin resistencia. La joven sintió su poder deslizarse en su pecho como una ráfaga caliente y algo en su interior - algo más allá del instinto - respondió. Era hambre, sí, pero también era pertenencia. Y al alimentarse, sintió que el hielo de su alma comenzaba a quebrarse.
Cuando se apartó, su aliento estaba agitado. Viktor, con los ojos entrecerrados, alzó la mano para tocar su mejilla. Su pulgar recorrió su piel con una ternura casi reverente.
- No creí que me dejarías ser tu sangre. - murmuró él.
- Tú eres mucho más que eso. - susurró Isabella, apoyando la frente contra la suya - No necesito marcas para recordarlo.
El agua se volvió un santuario. No hubo más palabras. Solo respiraciones compartidas, el murmullo del vapor y el crujido de la leña en la chimenea. En ese instante, no importaban los títulos, las casas, los ancestros. Solo ellos, carne y alma.
Y por primera vez desde que comenzó aquel invierno extraño, Isabella no sintió frío.