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1452 Words
Regreso A Casa Entrada del ducado - Tarde gris, olor a tormenta Las ruedas del carruaje giraron sobre el lodo endurecido del sendero, salpicando los costados de la tela ya empolvada. Isabella tenía la cabeza apoyada en el cristal empañado, observando cómo el paisaje familiar volvía a dibujarse ante sus ojos. Había algo reconfortante en los árboles torcidos por el viento, en el valle angosto que descendía hasta las casas del personal. Aunque había hollado las calles de la ciudad solo unos días atrás, la experiencia le había dejado un peso extraño en la espalda. Como si la conciencia misma hubiera cambiado de piel. Adelheid dormía con la frente apoyada en el marco, los mechones revueltos. Aldren, en frente, aún sostenía con firmeza la caja con los frascos sellados. Sus ojos claros estaban alerta, mirando hacia la entrada principal. Las puertas del portón se abrieron sin necesidad de aviso. Y allí estaba él. Tharion. De pie en el umbral, con el bastón de viaje en la mano y un abrigo gris que parecía absorber la luz del cielo. Su rostro era una máscara serena, pero sus ojos… sus ojos ardían como ascuas antiguas. Isabella descendió primero, la capa ondeando con el viento. El silencio entre ambos duró solo un segundo. Luego, Tharion caminó hacia ella y colocó una mano firme en su hombro, sin decir palabra. No hacía falta. - Volvieron. - dijo con gravedad, mirando a los tres con un leve asentimiento. - Enteros. - respondió Adelheid, estirándose. Tharion miró los frascos, pero no dijo nada sobre ellos. En cambio, su atención volvió a Isabella. Ella apenas asintió. - ¿Todo en orden aquí? - preguntó ella, notando la tensión en sus hombros. El hombre dudó un instante. Luego habló, con voz baja pero firme: - Hay rumores. Las revueltas en Francia no han cesado. Italia tampoco está estable. El Emperador de Austria ha comenzado a mover piezas. Se habla de una posible retirada de las tropas para evitar otra revolución. - ¿Viktor…? - susurró Isabella, el nombre escapando de sus labios antes de poder evitarlo. Tharion la miró con la ceja arqueada, pero no ironizó. - Aún no hay órdenes formales, pero se espera que regresen. Si el tratado avanza, estarán aquí antes de que termine la primavera. Un latido, una punzada. La idea de verlo. De enfrentarlo. De que las palabras no dichas ya no pudieran postergarse. - Vamos dentro. - añadió Tharion - Han hecho lo que ningún noble del consejo se atrevió a intentar. Esa sangre asegurará muchas noches. Pero el invierno no ha terminado. Isabella respiró hondo. Mientras caminaban hacia la casa, sintió que cada paso sobre la piedra era una vuelta más al principio… o tal vez al fin de algo que apenas comenzaba. Volvemos a Casa Los vientos aún eran fríos, cortantes como cuchillas y traían consigo el olor a tierra, metal y fuego apagado. Las carpas del campamento se alzaban como fantasmas en la llanura grisácea, desgastadas por un año de guerra. Viktor estaba de pie frente al mapa semidoblado sobre la mesa, los bordes cubiertos de manchas, anotaciones y tachaduras. El humo de su pipa se alzaba perezoso mientras su mirada recorría posiciones que ya no importaban. Markel irrumpió en la tienda, cubierto de polvo y con una expresión tensa. Pero sus ojos brillaban con algo distinto. - General. - anunció, alzando un sobre lacrado con el sello imperial de Viena. Viktor alzó la mirada, tomando la carta sin palabras. Rompió el sello con los dedos manchados y leyó en silencio. A medida que las líneas avanzaban, sus cejas descendieron y luego se alzaron apenas. El silencio fue denso por unos segundos, hasta que alzó los ojos y susurró: - Napoleón se ha marchado. Las revueltas en París lo obligaron a regresar. Italia se retira. Y... - inspiró profundo, dejando caer el papel sobre la mesa - el emperador ha ofrecido una paz con honor. Francia ha aceptado. El tratado se firmará en Génova, en abril. Markel soltó el aire, como si hasta entonces no hubiese respirado. - ¿Ha terminado? - Sí. Podemos volver a casa. La última palabra pesó más que toda la frase. “Casa”. Un lugar que parecía un recuerdo lejano, más allá de trincheras, barro y sangre seca. Más allá del agotamiento que se había vuelto parte del cuerpo. Viktor miró el mapa una última vez, luego lo enrolló sin prisa y se giró hacia la salida de la tienda. Abrió la cortina de lona y dejó que el aire frío le golpeara el rostro. A lo lejos, el cielo comenzaba a clarear. - Prepara a los hombres. - ordenó, con voz firme, aunque cargada de emoción - Mañana partimos. Markel asintió, pero antes de irse, se volvió hacia él. - ¿Se lo hará saber a la duquesa? Viktor asintió lentamente. Ya lo sentía, en el leve cosquilleo bajo la piel, en ese lazo sutil que jamás se había roto del todo. Sabía que Isabella había percibido el cambio. Tal vez ya lo intuía. - Sí. Es hora de volver con ella. Y por primera vez en mucho tiempo, Viktor sonrió. Las Noticias Llegan Los rayos del sol de primavera se colaban por los ventanales de la galería, cálidos sobre las baldosas del pasillo. Isabella corría descalza, sin importarle que la bata azul que llevaba se agitara tras de sí como una bandera. El corazón le golpeaba el pecho con fuerza y un nudo de emoción le cerraba la garganta. Aún tenía la carta en la mano, arrugada por los dedos temblorosos que no habían dejado de sostenerla desde que la recibió. Bajó los peldaños de dos en dos, casi resbalando por la alfombra, hasta llegar al salón familiar. Allí, sentado en uno de los grandes sillones de cuero envejecido, estaba Tharion. El anciano hojeaba los periódicos con su acostumbrada paciencia de halcón que observa antes de atacar, gafas bajas en la nariz y una copa de vino sin tocar sobre la mesita baja. Isabella se detuvo en seco en el umbral, sin aliento. Él alzó la vista con una ceja arqueada, más por costumbre que por sorpresa. - ¿Qué desgracia ocurre para que vengas corriendo como si los franceses hubieran cruzado el Danubio otra vez? La joven levantó la mano, enseñándole la carta. Tenía los ojos brillantes. - Regresan. - susurró, como si al decirlo muy alto fuera a romper el hechizo - ¡Las tropas regresan! El emperador firmará la paz en Génova. Viktor viene de vuelta. ¡Viene a casa! Tharion dejó lentamente el periódico sobre su regazo. Su expresión no cambió de inmediato, pero algo en su postura se suavizó. - Así que terminó al fin… - murmuró. Isabella entró, como si de pronto no supiera dónde colocar la emoción que le recorría todo el cuerpo. Se dejó caer en un sillón frente a él, con la carta aún en la mano y el pecho agitado. - ¿Cuándo crees que lleguen? - Depende de cuánto tarden en desmontar posiciones y reagrupar a los hombres. Días, tal vez una semana. - Lo dijo con tono calmo, pero la mirada aguda del viejo general la estudiaba con atención - Estás temblando, niña. - Es que… - ella tragó saliva - ha pasado tanto. Lo sentía vivo, pero no tener noticias, ni cartas, ni… saber nada. Y ahora va a volver. Tharion la miró largo rato, y luego se quitó las gafas con lentitud. - Hace un año no habrías cruzado una palabra conmigo sin torcer el gesto. - dijo, sin sonreír, pero con tono cálido - Ahora me estás llorando de alegría frente al fuego. La sangre del viento ha echado raíces en estas piedras. Isabella le lanzó una mirada incrédula, con una sonrisa rota. - No estoy llorando. - Claro que no. Solo estás sudando por los ojos. Isabella rio entre dientes, limpiándose con el dorso de la mano, mientras Tharion se levantaba con ese porte de soldado que nunca abandonaba del todo. - Vamos, muchacha. Mueve a la servidumbre. Este lugar va a oler a polvo y a caballos sucios en menos de una semana. Que esté digno para recibir a un Vodrak y no parezca una villa de montaña para nobles aburridos. - ¿Eso quiere decir que estás feliz? Tharion se detuvo en la puerta, de espaldas a ella. - Estoy aliviado. - dijo, y su voz bajó como una plegaria - He perdido suficientes hijos a la guerra. Que regrese uno… es más de lo que muchos obtienen. La joven se quedó en el sillón, abrazando la carta. El corazón aún le latía como si fuera a volar. Volvía a casa. Volvía con ella.
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