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1244 Words
El Primer Rayo de Sol Jardines de la Residencia Vodrak - Amanecer Las puertas de hierro forjado se abrieron con un leve crujido. Más allá, el jardín oriental esperaba, aún cubierto por la bruma. Los senderos de grava se curvaban entre rosales dormidos y bancos de piedra húmedos por el rocío. Era un paisaje silencioso, aún contenido por la noche, pero que comenzaba a vibrar con la promesa del día. Isabella se detuvo justo en el umbral. Llevaba un abrigo liviano, largo, del mismo tono marfil que sus guantes. Su cabello estaba suelto, pero peinado cuidadosamente, como si enfrentarse al sol exigiera una forma de ritual. Adelheid le había dado un elixir reductor del dolor y Elsa había rociado el dobladillo de su capa con una fórmula protectora. Todo era nuevo, cuidadosamente planeado. Y, aun así, Isabella temblaba. Viktor estaba a su lado. Vestía sin el abrigo , aunque su porte no conocía la relajación. Llevaba una bufanda de lana oscuro envolviéndole el cuello, ocultando las marcas aún frescas. La joven dio un paso, apenas uno. La luz todavía no la alcanzaba. - Puedo hacerlo. - dijo en voz baja, sin mirarlo. - Lo sé. - respondió él, ofreciéndole el brazo - Pero no tienes que hacerlo sola. Isabella lo tomó. Sus dedos estaban fríos, pero firmes. Caminaron despacio. El viento era suave, húmedo, casi amable. Viktor había elegido ese lado del jardín a propósito: los árboles altos creaban sombras irregulares que actuaban como un escudo natural. Aun así, a medida que el sol trepaba en el cielo, la luz se filtraba en haces dorados que cruzaban el camino como dedos de fuego. Isabella detuvo su paso al llegar al borde de una de esas franjas de luz. - Está bien. - dijo él, apretando su mano - Solo un paso. Y luego puedes volver a la sombra. Isabella asintió, pero no se movió. Sus pupilas se estrecharon, sus labios se separaron. El olor del sol… sí, podía olerlo. No era fuego, no exactamente. Era antiguo. Era juicio. - Piensa en mí. - murmuró Viktor, inclinándose a su oído -Bébeme con el recuerdo. Lo llevas dentro. Isabella cerró los ojos. Un momento. Dos. Y entonces dio el paso. La luz la envolvió como un velo cálido y su piel pareció reaccionar con un escalofrío inmediato. El dolor fue leve, como mil agujas sobre la carne. Un ardor sordo en las sienes, una tensión en los colmillos, el impulso de protegerse. Pero no se quemó. No gritó. Solo jadeó y apretó la mano de Viktor con fuerza. - ¡Ah…! - Fue un sonido contenido, un sollozo vencido por el orgullo. Viktor la sostuvo con ambos brazos, como si pudiera absorber el impacto con su cuerpo. La guio hacia el siguiente parche de sombra. Ella se dejó llevar. - Lo hiciste. - susurró él, bajando la cabeza para besarle la sien -Isabella… lo hiciste. - Un solo paso. - replicó ella, jadeante - Aún soy una cobarde. - Eres la mujer más valiente que he conocido. - dijo Viktor, con una voz baja que le temblaba en el pecho. La joven lo miró entonces. Sus ojos tenían un brillo nuevo. No de poder. De fe. En sí misma. En él. - Quiero intentarlo de nuevo y mañana, tres pasos. - dijo con una media sonrisa. Viktor sonrió también, cansado pero orgulloso. - Lo que desees, mi esposa. Después de hacer un nuevo ejercicio, se sentaron un momento en el banco bajo la pérgola, las sombras aún profundas allí. Isabella reclinó la cabeza en su hombro. Su respiración comenzaba a calmarse, pero aún podía sentir en la sangre el eco del vínculo, latiendo con fuerza. El duque acarició su cabello con suavidad, sin urgencia. Como si aquel instante fuera más sagrado que cualquier banquete o ceremonia imperial. Sabía que el tiempo corría. En menos de dos semanas, Isabella estaría en los jardines del Hofburg, bajo el sol de Viena, rodeada de ministros, nobles y el propio emperador. Pero por ahora… por ahora bastaba con ese primer paso. Jardín oriental - Instantes antes de volver al interior El sol seguía su ascenso con lentitud, más cálido pero aún soportable. Isabella se había mantenido sentada en el banco junto a Viktor, sus dedos entrelazados, observando la vida tranquila del jardín como si fuese un mundo ajeno, uno al que ahora debía reaprender a pertenecer. Al ponerse de pie, sus pasos la llevaron hacia una esquina sombreada, donde un pequeño abeto crecía con obstinada firmeza entre los senderos. Aún no llegaba a los dos metros, pero tenía la forma cónica perfecta y ramas tupidas que parecían haber sido diseñadas para sostener adornos. - Viktor… - llamó con un tono pensativo, girándose hacia él - ¿Ese abeto está ahí desde hace mucho? Él entrecerró los ojos, evaluándolo. - Lo plantó mi madre cuando era niño. Creció solo, apartado. Nadie le presta demasiada atención. - Entonces quiero adoptarlo. - dijo ella, con una sonrisa que sorprendió incluso a sus labios. Viktor alzó una ceja. - ¿Adoptarlo? - Quiero decorarlo para las fiestas. Hacer una pequeña celebración aquí en el jardín. Tal vez invitar a las familias Vodrak que viven en Viena. Podría preparar obsequios para sus hijos, algo simbólico. Mostrar que… seguimos siendo una casa unida, incluso en esta ciudad. Viktor la miró en silencio, con la ternura oculta que reservaba solo para ella. La luz del sol le tocaba el rostro de perfil, y aunque el contacto la fatigaba, Isabella se mantenía firme, como el propio abeto. - ¿Podríamos poner una reja baja, o una celosía? - añadió - Algo que delimite el espacio sin encerrarlo. Me gustaría que ese rincón se convirtiera en un lugar seguro para juegos… para los niños. Desde detrás de ellos, Adelheid soltó un leve carraspeo teatral. - ¿Niños, dijo? ¿Incluyendo a los jóvenes príncipes que quizás acudan a ver tan noble árbol y tan gentil anfitriona? Elsa soltó una risa discreta y Markel frunció el ceño sin poder contener del todo una sonrisa irónica. Isabella parpadeó, confundida… y luego sintió cómo el calor subía a sus mejillas - esta vez no por la luz solar - al comprender lo que había dicho. Niños. Juegos. Invitaciones. Familias. Por un segundo, la imagen se impuso en su mente como un espejismo nítido: risas entre los árboles, pasos veloces sobre el césped, manos pequeñas colgando adornos torcidos en las ramas bajas del abeto. Y ella, inclinada para ayudarlos. Viktor, observando desde la terraza, quizás con una copa de vino y los ojos brillando de orgullo… o fastidio fingido. Familia. Isabella bajó la mirada, abrumada por lo que ese deseo significaba. Viktor la alcanzó sin prisa, sin decir nada. Pero al posar su mano en la curva de su espalda, le ofreció el ancla que su cuerpo y corazón necesitaban. Y, con voz apenas audible, susurró: - Si eso es lo que deseas… construiremos el espacio. Isabella lo miró de reojo. Había un brillo distinto en su mirada. No nostalgia. No tristeza. Esperanza. - Primero sobreviviré al sol. - dijo ella con una sonrisa desafiante. - Y luego conquistarás Viena. - agregó Viktor, con una media sonrisa que desmentía su habitual sobriedad. - Una rama a la vez. - replicó ella. Y juntos, regresaron a la casa, mientras el sol ascendía y las sombras del abeto, ignoradas durante años, comenzaban por fin a dibujar un nuevo centro en el jardín de los Vodrak.
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