|Ksenia Hartmann|
Ver casarse al hombre que te gusta con tus propios ojos es una tortura. Pero yo soy la masoquista; fui yo quien vino aquí por voluntad propia, para verlo entregarse a otra. Jurarle amor, jurar serle fiel hasta que la muerte los separe.
Me encuentro en las últimas sillas de la iglesia, vestida de n***o de pies a cabeza, con un sombrero que oculta mi rostro, evitando que alguien me reconozca. Duele, quema, lastima, pero no soy capaz de derramar una sola lágrima. Los Hartmann no lloran por este tipo de cosas, aunque al final, seguimos siendo humanos.
—Los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia —declara el padre.
Aplausos, risas, silbidos. Ojalá pudiera sacar un arma y volarles la cabeza a todos estos malditos, y solo dejarlo vivo a él.
Como la buena masoquista que soy, observo cómo le levanta el velo y la besa, como si la amara. Y lo hace. Eso es lo que mi orgullo y mi ego se niegan a aceptar.
Un beso es una daga. Una caricia en su mejilla, la daga se hunde más profundo. Una mirada de cariño, y ya estoy completamente desangrada. Siento un nudo en la garganta, pero mantengo la barbilla en alto. Odio verlo al lado de ella. Esa debería ser yo. Ksenia Hartmann debería estar allí, no esa maldita que un día se llamó mi amiga.
Aún lo es, porque es tan hipócrita y descarada que cree que seguimos siéndolo.
Contengo la rabia, no puedo descontrolarme. Él la eligió a ella por cobarde. Porque sabía que me gustaba, pero fingió no notarlo. Sus padres nunca me quisieron, odiaban nuestra amistad, y por eso eligieron a mi amiga para que fuera su esposa.
Los odio a todos.
Podría sacar un arma y matarlos a los dos fácilmente, porque si yo no soy feliz, nadie lo es. Ese es mi lema. Pero no quiero matarlo a él, lo quiero tanto que me siento una imbécil. Estoy tan enamorada de él, hasta los huesos, que soporto verlo casarse. Y si me lo pidiera, sería la otra, su amante, sin importarme su esposa. Sé que puedo quitárselo cuando quiera.
—Señorita —mi guardaespaldas me susurra al oído—. Es hora de irnos. El señor Rurik la ha solicitado.
—Bien —me levanto. No tengo por qué seguir viendo esta farsa—. Vámonos.
Subo al auto que me espera afuera y me quito los lentes de sol. Estoy de pésimo humor, con el nudo en la garganta aún atorado. No debería haber ido a esa boda. Pero quería comprobar, por primera vez, lo que es perder con un hombre. El hombre que más me gusta. Y odio ese sentimiento de derrota. Sin embargo, el tiempo pasará, su luna de miel, sus días juntos... Él volverá a mí de alguna manera. Soy Ksenia Hartmann, y yo nunca pierdo.
El auto se detiene frente a la mansión de mi padre. En realidad, tenemos muchas propiedades aquí en Italia, y también en Alemania. Mi padre siempre está de un lado a otro, igual que yo, pero decidí quedarme en Palermo por el hombre que me gusta. Mi padre lo sabe, pero también sabía que nada de eso podría ser.
Mi guardaespaldas me abre la puerta del auto y salgo. Le entrego el sombrero, mi bolso y los lentes de sol. Los lleva a mi habitación mientras me dirijo al estudio de mi padre, donde seguramente está.
—Papá —abro la puerta sin tocar. Lo encuentro con Vanessa sobre sus piernas, ambos besándose.
Pongo los ojos en blanco y me cruzo de brazos. Vanessa es nuestra "madrastra", una imbécil que se cree nuestra madre. Pero no es más que una alfombra para los pies de mi padre. Él nunca tiene una sola mujer; siempre son muchas. Pero con ninguna tuvo hijos, excepto con su legítima esposa. Aunque, claro, lo de mi madre es otro asunto aparte.
—Sal de aquí —le ordena a su esposa con frialdad. Ella asiente, sin atreverse a replicar; sabe que, de hacerlo, podría recibir un tiro en la cabeza por insolente.
Vanessa pasa a mi lado, fulminándome con la mirada, como siempre. Nos odia, a mí y a mi hermana mayor, pero no podría importarnos menos. Mi padre siempre nos prefiere a nosotras por encima de cualquier mujerzuela operada. Por muy esposa que sea de él, no tiene más rango que una prostituta de cabaret.
—Siéntate —me indica. Obedezco, cruzando las piernas mientras lo miro fijamente—. Estabas en esa boda.
—Ah —ruedo los ojos, cansada del tema.
—Te lo dije —me recuerda—. Ese hombre no era para ti.
—Siempre dices que si quiero algo...
—Sí, es verdad. Si deseas algo, simplemente tómalo, hazlo tuyo, a cualquier costo. Es nuestra ley —me interrumpe fríamente, con ese tono habitual que utiliza en cualquier conversación—. Y te habría dicho que lo tomaras por la fuerza en esa boda, si eso es lo que realmente querías. Pero justo ahora no me conviene que lo hagas.
Frunzo el ceño, desconcertada.
—¿Qué intentas decir?.
—Ksenia, te casarás con el hijo mayor de los Ferraro—suelta—. Es un tratado entre nuestras organizaciones, y el matrimonio es esencial para sellar ese lazo de lealtad. Tú eres la más indicada para este papel. Tu hermana es la mayor, pero ella... solo es ella.
Claro, mi hermana Frieda no es como yo. Es más recatada, más ingenua, y guarda cierto rencor hacia mi padre por lo que le hizo a nuestra madre. Cualquiera en su lugar lo tendría, porque fue una aberración. Sin embargo, en parte, estoy de su lado. A pesar de todo, sé que mi padre nos ama a ambas por igual.
—Matrimonio —repito, pensativa, sin enojo—. Dices que con el hijo de los Ferraro. ¿Confías en ellos?.
—Aquí nadie es amigo. Estamos en el mismo barco por interés mutuo. Yo los necesito a ellos, y ellos me necesitan a mí, simple y llanamente.
Mi padre me está usando como una pieza de negociación, pero no me siento ofendida. Es lo que somos, una familia que se sacrifica cuando llega el momento. Él lidera la organización más poderosa de toda Alemania, un hombre temido y sanguinario, pero, a su manera, nos ama. El hecho de entregarme al matrimonio no significa que no me quiera, es solo por el bien de las organizaciones.
—Acepto —digo, esbozando una sonrisa maliciosa.
Si el hombre que me gusta acaba de casarse con nuestra "amiga", ¿por qué no podría hacerlo yo? Me pregunto cuál será su reacción cuando se entere. Nos besamos una vez, borrachos, y podría volver a suceder más que eso. Sé que le gusto. Cuando él sienta que ya he perdido el interés, me buscará. Incluso si ambos estamos casados, lo conseguiré de alguna manera. Será mío.
—Pero quiero que haya condiciones —añado.
—Dilas.
—No sé quién es el hijo de los Ferraro, pero mi instinto me dice que no nos llevaremos bien. Sabes perfectamente que no me dejo gobernar, yo gobierno —mi padre asiente, escuchándome con atención—. No quiero que se meta en mi vida personal, ni que intente controlarme o hacer cosas que me molesten, porque sabes que estoy detrás de alguien más. No quiero que mi matrimonio me impida buscar al hombre que realmente me gusta.
—¿Seguirás persiguiéndolo, a pesar de que él está casado?
—Él debió ser mío primero —espeto—, y lo será, papá.
—Como quieras —suspira—. Solo no causes problemas con la familia de ese hombre. Hazlo con cuidado. No quiero tener que matarlos si te tratan mal.
—¡Gracias, papi! —me levanto y lo beso en la frente. Sé que odia las muestras de cariño, pero me da igual—. Tú encárgate de todo, ¿sí?.
—Tenemos una cena con ellos esta noche.
Ruedo los ojos, molesta.
—¿Tengo que ir? —pregunto, con fastidio.
—Tienes.
Bufando, salgo del estudio de mi padre. Lo que me faltaba. Estoy irritada al recordar a esos dos malditos casándose, y ahora me toca a mí hacer lo mismo con un desconocido. Bueno, es el hijo de los socios de mi padre, pero para mí es lo mismo. Me obsesiona lo que no puedo tener, y ni el matrimonio ni nadie me impedirá tomar lo que, desde el principio, debió ser mío. Objetivo: un hombre casado que jamás en su puerca vida debió casarse con alguien más que no fuera yo.