|Oleg Ferraro|
Estoy de regreso a casa. Igor se encarga de mi equipaje mientras yo busco con la mirada a alguien en particular. Entonces, la veo. Baja las escaleras rápidamente al verme, y una amplia sonrisa ilumina su rostro.
—¡Oleg! —se lanza a mis brazos, y la atrapo—. ¡Estás aquí! Ya te extrañaba.
Me besa la mejilla y me mira a los ojos. Loreley es así: dulce, carismática e inocente. Por eso la cuido tanto y la consiento todo lo que puedo. Pero no sabe lo que siento por ella, y no quisiera arriesgar esta calidez por mis deseos carnales.
—No corras por las escaleras —le digo, y ella asiente con obediencia—. ¿Cómo has estado? ¿Qué hiciste mientras no estaba?.
—Algunas compras, paseos y visitas a amigas. Pero más que eso, te extrañé —hace un puchero que me arranca una sonrisa.
—Yo también te extrañé —beso su frente con cariño—. Pero ya estoy aquí, que es lo importante.
Asiente con sus ojos ámbar brillantes de emoción. Se aferra a mi brazo mientras subimos las escaleras al segundo piso. Comienza a parlotear sobre todo lo que ha hecho, y aunque son cosas sin importancia, le presto la mínima atención, porque es ella.
—Llegaste antes de tiempo —comenta curiosa—. ¿Es por trabajo? No te excedas mucho.
Me tenso al instante. No sé cómo decirle que vine porque debo casarme con la hija menor de los Hartmann, los enemigos de su familia. No quiero romperle el corazón; es muy sensible y llora por cualquier cosa.
—Tengo algunos asuntos importantes que resolver sobre la organización —le digo con una sonrisa suave. Aunque no es una mentira, me siento mal por no decirle toda la verdad—. Siempre tan preocupada por mí, Lore.
—Si yo no te cuido, ¿quién más lo hará? —se sienta a mi lado en la cama—. Tú has hecho mucho por mí; es lo menos que puedo hacer yo por ti.
Sí, de esto se trata: cuidar de ella. Siento que solo me ve como un confidente, y esta amistad se vuelve opresiva porque no puedo tenerla como quiero.
Volteo a mirarla, y ella ya me está mirando. Su rostro es hermoso, inocente y sencillo; sus labios son carnosos y pequeños, y esos ojos...
No sé qué estoy haciendo ni en qué momento me acerqué tanto a su rostro, pero ya estoy cerca de sus labios, a punto de besarla sin poder detenerme. Loreley, aunque parecía que iba a corresponder, se levanta de la cama de repente y sonríe nerviosa, como si nada hubiera pasado. Y no pasó, pero se dio cuenta de mis intenciones.
—Haré que te preparen algo de comer —me dice sonriendo—. Debes estar cansado. ¿Por qué no duermes?.
—Esta noche tengo una cena —le aviso—. No volveré hasta tarde, así que no me esperes despierta.
—Ah —su sonrisa desaparece—. Está bien, no te preocupes.
Luego sale de mi habitación. Estoy seguro de que se fue triste porque quería pasar más tiempo conmigo, pero es inevitable. La suerte ya está echada; tengo que casarme con esa mujer, aunque no quiera. Después veré qué puedo hacer para que Loreley me entienda y comprenda en qué posición me encuentro.
***
La noche menos deseada para mí ha llegado. Me visto con un elegante traje oscuro sin corbata, ajusto las mangas y el cuello antes de darme los últimos retoques y salir de mi habitación. Mis hombres ya me esperan abajo junto con Igor. Vamos a la guarida del lobo. Aunque para mi padre los Hartmann son minas de oro, para mí siguen siendo mis peores enemigos.
Me subo al auto con mi mano derecha, mientras mis hombres nos siguen en otros vehículos. Me siento inquieto porque no vi a Loreley en el resto del día. ¿Se habrá enojado? Me da ternura que quiera tener toda mi atención, pero sabe que lidero una organización mafiosa, y mi ausencia en su vida será inevitable.
Solo espero que nada cambie entre ella y yo después de casarme.
Pocos minutos después, llegamos. Frente a mí se alza una imponente mansión con altos muros de piedra clara, y las enormes ventanas arqueadas reflejan la cálida luz del interior. Las columnas enmarcan la entrada como guardianes, sosteniendo un elegante balcón que parece flotar.
Subo las escaleras, sintiendo el mármol pulido bajo mis pies; todo parece estar diseñado para impresionar. Las luces exteriores bañan el jardín con un brillo dorado, resaltando cada rincón del cuidado césped y las flores perfectamente alineadas, mientras la fachada de la casa se convierte en una obra de arte bajo el anochecer. Al llegar a la puerta de madera tallada, toco el timbre. Mi padre ya debe estar aquí, esperándome con los Hartmann; creo que estoy retrasado.
Una sirvienta me abre la puerta. Entro con mis hombres detrás, recorriendo el lugar con la mirada. Están podridos en billetes, eso se nota.
—El señor Oleg Ferraro ha llegado —anuncian.
Encuentro a todos reunidos en la mesa del comedor, sus miradas ahora clavadas en mí. Mi padre, Rurik, una mujer pelirroja al lado de él y, por último, una mujer que ni siquiera me mira. Ella debe ser mi prometida, con quien debo casarme.
Su aspecto no me gusta. Parece tímida, con la cabeza agachada, vestida de manera muy normal, como un conejo asustado a punto de ser devorado por un lobo. ¿De verdad tengo que hacer esto? Es una mierda; quiero largarme de vuelta con Loreley en lugar de soportar esto.
—Vamos, hijo, siéntate —me indica mi padre.
Mis hombres e Igor se quedan de pie detrás, a una distancia prudente. Tomo asiento al lado de mi padre, observando a todos en la mesa. La expresión en el rostro de mi futuro suegro es neutral, fría, al igual que la mía y la de mi padre. La pelirroja al lado de Rurik no sé quién es, pero parece querer comerme con la mirada. Por la alianza que lleva en el dedo, puedo deducir que está casada.
—Sean bienvenidos —dice Rurik, rompiendo el silencio—. Déjenme presentarles a mi familia. —Se vuelve hacia la mujer a su lado—. Esta es Vanessa, mi esposa. Ya han oído hablar de ella, supongo. —Luego se dirige a la chica que todavía no se atreve a mirarme—. Y esta es Frieda, mi hija mayor.
¿Que? ¿Qué significa esto? Si ella es la hija mayor, entonces... ¿Quién demonios es mi prometida?
—Lamento la tardanza —dice una voz femenina desde el umbral.
Nos giramos hacia ella todos al mismo tiempo. Es una mujer de cabello largo y n***o, ondulado, con un flequillo que le cae sobre la frente. Sus labios son de un rojo carmesí, y sus ojos, con una mirada soberbia, parecen desafiar. Viste una falda negra elegante que llega justo por encima de las rodillas y una chaqueta del mismo tono. En medio de su pecho descansa un hermoso collar en forma de corazón color rojo que contrasta con sus labios carnosos. ¿Quién demonios es ella?
—Llegas tarde —la reprende Rurik—. Has hecho esperar a nuestros invitados; discúlpate.
—Oh, sí, lo lamento de verdad. El tiempo pasó volando —dice, avanzando hacia nosotros mientras contonea sus caderas—. Espero que no hayan esperado demasiado por mí.
Se sienta junto a la mujer tímida, quien la mira de reojo. Parecen hermanas; tienen similitudes, solo que una es más... atrevida que la otra.
—No te preocupes —responde mi padre, aclarando su garganta—. Lo importante es que estamos todos juntos. Empecemos con lo esencial.
No me digas que ella es...
—Esta es mi hija menor, Ksenia Hartmann —la presenta Rurik.
Nuestros ojos se encuentran por un momento. Ella me sonríe ligeramente, una sonrisa casi forzada, y luego aparta la mirada como si fuera uno más en la mesa. Debe saber quién soy y por qué estoy aquí; aun así, me mira con desdén.
—Ksenia —su padre le habla y ella lo mira—. Maxin Ferraro y su hijo Oleg Ferraro, tu prometido y suegro —nos presenta.
—Es un gusto conocerlos —dice, haciendo un ligero asentimiento hacia nosotros.
Todos hemos oído hablar los unos de los otros, pero no nos hemos visto cara a cara hasta ahora, al menos yo no con sus hijas, y creo que mi padre tampoco. Solo sé que ese bastardo de Rurik es un asesino a sangre fría.
—Lo que estamos celebrando hoy —dice Rurik, alzando su copa de vino— es más que la unión de dos personas. Es un paso hacia un futuro más fuerte y unido para nuestras familias. La historia nos ha enseñado que la unión es poder.
—Por el buen futuro que estamos a punto de construir juntos —dice mi padre, imitando su gesto y levantando su copa.
De inmediato, todos tenemos nuestras copas en el aire, brindando. Incluso yo. La alianza ya estaba sellada sin mí, y no sé si para la mujer frente a mí también. Estar aquí, haciendo acto de presencia, solo confirma a la familia Hartmann que estoy de acuerdo, pero lo demás ya se había discutido entre mi padre y Rurik.
Miro a mi prometida y frunzo el ceño al verla entretenida con su teléfono, como si nada. Luego, observo a su hermana, quien permanece en silencio, evitando mi mirada. Finalmente, dirijo mis ojos hacia la esposa de Rurik, Vanessa. Ella me observa con interés, esbozando una sonrisa sutil y sardónica en sus labios rojos. ¿Qué le pasa? Zorra.
Parece que ninguna de ellas se atreve a hablar en la mesa sin el permiso de Rurik. Los únicos que expresan su entusiasmo por este matrimonio son mi padre y él. Armó toda esta escena sin decirme nada, como si yo hubiera estado de acuerdo con esta farsa. Odio a esta familia, y él lo sabe bien, porque no es un secreto lo que los Hartmann le hicieron a los Vitale; todos aquí conocen el muro que nos separa.
—Ksenia, Oleg —llama mi padre, dirigiéndose a ambos. Ella alza la mirada y la fija en él—. Ahora que la cena ha terminado, deberían aprovechar para hablar y conocerse mejor.
—Tienes razón —secunda Rurik—. Ahora tendrán que aprender a convivir juntos; deberían conocerse más. Además, hay ciertas condiciones que deben discutir sobre este matrimonio.
—¿Condiciones? —por fin hablo, frunciendo el ceño.
—Es algo que debemos discutir en privado —interviene Ksenia, dirigiéndose a mí por primera vez desde que se sentó en esta mesa—. ¿Vienes conmigo? No tomará mucho.
Aprieto la mandíbula. Este matrimonio es beneficioso, pero habría preferido que fuera con otra familia. Me siento como un peón en un tablero de ajedrez. A ella parece no importarle en absoluto, pero para mí, esto significa mucho.
Finalmente, me levanto de la mesa, asintiendo, y ambos nos dirigimos al jardín, donde el aire frío de la noche nos golpea la piel.