Capítulo 1
I
Como todos los días, se asomaba por la mirilla de la puerta para así poder ver cómo era que él dictaba su clase. Verlo moverse con esa gracia y soltura le hacía sonreír y de alguna manera se convertía en su motor para soportar la jornada. Los estudiantes lucían exhaustos, mientras que él apenas si se notaba cansado. Era su deber formar a los mejores bailarines del país, los que harían parte del mejor ballet del mundo y danzarían hasta que sus pies sangraran. O al menos esa era la atemorizante publicidad de su salón.
—Choi, ¿Otra vez viendo dónde no debes?
Uno de los mejores amigos que Dan Choi hizo en su estadía en ese lugar, Fito Dobargo, le dio un golpecito en la espalda hablándole en tono burlón. Era el único en el mundo que sabía lo mucho que a Dan le gustaba ese otro hombre.
—Es hipnótico verlo moverse así, es casi como si flotara y mi cuerpo siente electricidad cada vez que danza —replicó ese de ojos tan sesgados, sin despegar un minuto los ojos de quien estaba al otro lado de la puerta, aprovechando que la ventanilla no permitía ver hacia fuera. De no ser por eso, lo habría descubierto hacía mucho tiempo y era bien sabido que el profesor Greco no se llevaba con nadie—. Con un beso podría conformarme el resto de mi vida.
—Dan, por favor, hemos hablado de esto ya muchas veces, él jamás te va a dirigir la palabra, no para otra cosa que no sea el trabajo. Además, sabes de su especial carácter. Es un amargado.
—Quizás lleva un dolor muy grande, nadie se amarga así porque sí.
—Tal vez sea cierto —respondió su amigo recostándose en una pared junto a él—. Pero igual, ese hombre no se va a fijar en otro, ha manifestado infinidad de veces que le gustan las mujeres. Y mucho. Que no encuentre la esclava que desea es otra cosa. —Dan viró para verlo con una mueca—. Lo sabes, tú no tendrás opción. Espero que lo tengas muy claro.
Dan Choi, un poco apenado, bajó la cabeza y le dio la razón a su colega y amigo. Acomodó mejor su maleta al hombro y se dirigió a su salón para impartir la asignatura que le correspondía. Sus alumnos le querían mucho por su carácter dulce y por hacer las clases dinámicas a pesar de tener la estricta educación surcoreana.
Hacía un año que trabajaba en esa Universidad en Rusia. Estaba feliz, pues el enseñar ahí le subía muchísimo en el escalafón al que aspiraba. Fue seleccionado de entre muchos maestros en la Universidad en Estados Unidos, donde dictaba su cátedra, y luego de presentar una tesis impresionante, fue elegido para ir hasta San Petersburgo. La paga era buena, y podía dictar sus clases en inglés, ya que la mayoría eran alumnos extranjeros.
Pese a eso, su tiempo de práctica estaba por terminar y tendría que salir de allí para regresar de nuevo a Estados Unidos y seguir con su vida, quizás aspirar a ser decano del departamento de Historia, sin importar lo joven que fuera. Sin embargo, algo no le permitía estar en paz con la universidad ni con él mismo. Era ese hombre. Alexandro Greco. Él era el antiguamente bailarín de ballet más afamado de todo el mundo y ahora profesor de esa misma Universidad. Cuando se hizo la presentación oficial de todos los maestros, Dan quedó prendado por el magnetismo de esa mirada. Ese azul no lo había visto jamás en otros hombres y había algo que aún no podía explicarse que lo atraía a él como un imán.
Pero Alexandro Greco era un ser muy especial. Amargado mejor. Las muchas veces que Dan intentó acercarse para charlar de lo que fuera, él apenas si asomaba su mirada por sobre sus lentes y lo ignoraba groseramente. Creyó que quizás era un caso de xenofobia, no obstante, luego se enteró de que él era así con todas y cada una de las personas de la tierra. Pese a eso, Dan intentó por todos los medios hablar con él, hasta que su amigo lo detuvo, ya que podía revelar su condición s****l y eso quizás no caería muy bien en las directivas, y Greco podría acusarlo de acoso. Entonces se empezó a conformar con verlo desde la puerta. Aun así, el rendirse no era una característica de Choi. A él le encantaba escalar los volcanes en erupción.
***
—Alexandro, hora de almorzar —indicó su amigo Chris, asomándose a la puerta—. Dicen que las albóndigas hoy están deliciosas.
—Más te vale, tengo mucha hambre. Hoy los alumnos estuvieron especialmente torpes y me han cansado más de lo normal.
—Eres muy rudo con ellos, de verdad dan todo de sí, los he visto practicar mucho fuera de tu clase para poder llegar a complacerte, debes ser un poco menos estricto.
Chris le tomó por un hombro como si le consolara. En verdad, en ocasiones parecía que su amigo quisiera morir en uno de sus bailes.
—Tienen que saber que afuera la competencia es real. Que habrá tiburones por doquier esperando que fallen para poder pararse sobre el cadáver de sus carreras y arrebatarles todo por eso por lo que han trabajado.
Chris no quiso hablar más. Siempre terminaban en una discusión sobre su particular forma de ver la vida profesional. Cuándo eran más jóvenes, ambos compartieron glorias en los escenarios, no obstante, un día sin más, Alexandro decidió retirarse con el argumento de estar cansado y agobiado. Chris creyó que todo era temporal, pero cuando llegó el momento de retirarse él mismo, se dio cuenta de que lo de Alexandro no tenía vuelta atrás. Sin embargo, su cambio abismal sí lo tomó por sorpresa, ya que de ese hombre gentil y feliz, apenas quedaban las cenizas. Por eso se sintió muy honrado de que le permitiera seguir siendo su amigo.
—¿Cómo te fue con la chica con la que saliste la otra noche? —preguntó Chris mientras llevaba el tenedor a la boca—. Parecía muy linda.
—Tú los has dicho, parecía. No dejó de hablar ni un segundo de su familia y lo mucho que habían apoyado su vida para que ahora pudiera tener su propia empresa… fue muy molesto que no se callara un momento.
—Quizás, de vez en cuando, escuchar a las mujeres no es tan malo, Alexandro. Tu búsqueda está fallando porque tú mismo estás saboteándola. —Chris soltó un momento el tenedor, y sacó del bolsillo de su camisa una tarjeta, que parecía la publicidad de una página web—. Intenta en este sitio, puedes llevarte una sorpresa. —Alexandro tomó la tarjeta y luego de leerla se echó a reír un poco.
—¿Es en serio? Esto es algo para quinceañeras...
—Todo lo contrario, Alexandro, es para personas solitarias que, como tú, esperan encontrar en un mar de rostros el que quieren que les acompañe en resto de la vida. Además, será un excelente filtro para ti, así ya no pasaré vergüenza cada vez que te presento una chica y esperas que sea la versión terrenal de Venus. Hay algo extraño en tu excesiva búsqueda de la perfección. ¿No será que las mujeres no son realmente lo que quieres?
Alexandro levantó una ceja. Sabía por dónde iba la conversación y que terminaría muy mal. Él buscaba una compañera para su vida y punto. Nada más. Una esposa amorosa que le esperara todas las tardes con una cena caliente, que cuidara de sus hijos y mantuviera la casa limpia y ordenada. Una que le escuchara todo lo que tuviera que contarle acerca de su día en el trabajo. Más o menos una mujer de 1950. Parecía que había llegado tarde a buscarla.
Dan, en cambio, buscaba amor. Pero lo hacía también equivocadamente en amantes casuales que, aunque muy bellos, jamás serían Alexandro. Sentía un temor enorme en que si lograba tenerlo un día en su cama, ya no quererlo más y sacarlo de su vida. Que solo fuera un capricho por su indiscutible belleza física, sus ojos de zafiro y sus cabellos de sol. Lo estaba volviendo loco.
***
Fin capítulo 1