Adrián al escuchar la última voluntad de su padre por poco se vuelve loco, él empezó a reír mientras mostraba un perfecto desequilibrio mental en el que parecía en definitiva haber perdido la cordura por completo.
— ¿Esto es una broma, verdad? Mi papá no pudo haber estipulado eso en ese maldito testamento, a mí no me interesan las mujeres en absoluto y mucho menos casarme.
— El señor Lombardi que en paz descanse insistió mucho en poner tal cosa, incluso firmó el documento sin ningún problema.
Adrián tomó el testamento y miró la firma de su padre al final de la hoja, la había visto muchas veces así que era perfectamente capaz de reconocerla entre miles de firmas, él supo que era legítima sin necesidad de pedirle a un experto que la revisara.
— Hasta muerto el viejo me quiere fastidiar la vida — él arrojó lo que estuvo a su alcance — por un demonio solo a él se le ocurre imponer semejante penitencia, sé que no he sido un hijo modelo durante los últimos seis meses pero no era necesario recurrir a tal cosa.
— Esa es la única condición que puso su difunto padre — el abogado guardó el documento — así que es su decisión ver que va a hacer, le terminó de informar que va a tener una mensualidad que le permitirá vivir sin ningún problema y las decisiones de todo lo que tenga que ver con los negocios de su padre van a ser supervisadas por el señor Cassano, esto cambiará una vez que se casé y cumpla con los requisitos solicitados.
El abogado simplemente se marchó, Adrián empezó a destrozar cada cosa que encontró a su paso pero se detuvo en el momento que el personaje antes mencionado hizo una entrada nuevamente para advertirle que iba a pagar por cada destrozo que hiciera y que sería deducido de su mensualidad, al saber tal información se detuvo ya que sabía muy bien que hasta las cucharas de ese lugar eran valiosas.
Mientras tanto en una humilde casa ubicada en las afueras de la zona urbana se encontraba la misma chica en compañía de una anciana, ella lavaba ropa y a su vez tenía una plancha calentando en el fogón donde solamente había una olla de café, la joven empezó a almidonar las prendas con mucho cuidado y siguió lavando al mismo tiempo.
— Constanza te va a hacer daño estar lavando y planchando — la anciana le habló con cariño y preocupación a la jovencita — te puedo ayudar a lavar si lo necesitas.
— No se le ocurra abuelita, sabe que su artritis la tiene mala de los huesos — ella miró con dulzura a la anciana y la interrumpió en el momento que iba a hablar nuevamente — tampoco planchar, recuerde que sus pulmones están llenos de humos y eso la puede afectar.
— Hija mía, me recuerdas tanto a tu difunta madre — ella sonrió con tristeza — fue la única buena elección que hizo tu padre, luego de eso todo fue como una carreta en bajada y mi pobre nuera murió de tristeza por el zángano de mi hijo, me dió tanta tristeza su partida que la lloré como si yo la hubiese parido, sinceramente es la fecha y aún me duele la muerte de tu mamá, mi querida Catalina.
— Al menos usted la recuerda, fue triste que ella muriera cuando era solamente una bebé pero vive en mí gracias a todo lo que me cuenta, muchas veces al escuchar que habla con tanto cariño acerca de mi mamá hace que la sienta muy cerca de mí e incluso que me mira con orgullo — Constanza sonrió con ternura — espero que donde sea que este se encuentre mejor que lo que pasó aquí en vida.
El padre de Constanza llegó a la casa, él había pasado toda la noche fuera, su hija prefirió quedarse en casa, sintió un alivio enorme al haber seguido el consejo de aquel hombre tan amable y desde aquel día desistió de ir tras su papá más que todo por hacerle compañía a su abuela que por sí misma.
— Eres increíble que vengas a esta hora Ricardo, deberías estar buscando trabajo pero lo único que haces es apostar y beber, ¿Hasta cuando vas a dejar esa clase de vida? Tu padre nunca te dió ese ejemplo y lo sabes bien.
— ¿Y de qué sirvió que mi padre trabajará toda su vida? — Ricardo arrugó su rostro y movió su mano con total desprecio — cuando llegó a viejo simplemente lo desecharon y por el trabajo de treinta años le dieron un cheque que era la mitad de su salario.
— Es cierto lo que dices pero tu padre mantuvo su dignidad hasta el final de sus días, siempre fue un hombre trabajador incluso después de que lo despidieran de la mina y nos dió lo que tuvo en sus manos.
El hombre ignoró por completo lo que su madre quería hacer, él se dió la vuelta en una cama vieja que se encontraba en un rincón y estaba por dormirse cuando la puerta fue irrumpida con total violencia; dos sujetos entraron en la humilde morada y tomaron a Ricardo por los aires.
— Hemos venido por nuestro pago, así que suelta el dinero de una buena vez si no quieres que te demos una paliza que te va a dejar mal muerto.
— Prometo pagarles, solo denme algo de tiempo para darles el dinero — el hombre se miró temeroso — no les voy a servir si me golpean, así que por favor no me hagan daño.
— En algo tiene razón este bastardo — dijo el otro tipo — si lo golpeamos jamás vamos a ver nuestro dinero pero dale un recordatorio de lo que le va a pasar si no nos paga mañana mismo.
Le dieron un puñetazo que lo dejó tendido, tanto Constanza como la anciana no se extrañaron de que esto sucediera, ambos hombres se despidieron cortésmente de las mujeres y salieron de la humilde casa.
— Tienes que darme dinero — habló el hombre mientras estaba tendido en el suelo — lo que sea va a ser bueno para abonar a esa deuda.
— No tengo dinero papá — Constanza habló con pena — apenas voy a ir a dejar esta ropa que ya está lavada y planchada pero sabes que son para las medicinas de mi abuela además de la comida, por favor no hagas que pasemos hambre nuevamente.
— Ve a entregar esa ropa y luego vienes aquí, no se te ocurra pasar por la botica comprando la medicina de tu abuela, ella ya está vieja así que no creo que dure mucho, la muerte tarde o temprano va a tocar a su puerta…