Cuando Brenda se abraza a mi pierna me es inevitable esbozar una tierna sonrisa, sus pequeñas y cálidas manos se aferran con insistencia mientras de su boca brota una dulce risa que llama a jugar. Alexander nos ve desde el automóvil con una expresión que no puedo descifrar, es por unos cortos segundos, un lapsus de tiempo en que nuestras miradas se cruzan y se separan de manera apresurada. La conversación que sostuve antes con Noah se repite en mi mente, el pulso de mi corazón se acelera y soy incapaz de mirar de nuevo al hombre contra el auto. Los latidos no disminuyen y siento el aire pesado, mis manos tiemblan de manera imperceptible y me digo que debo ir al médico porque estos síntomas no son normales. Doy una palmadita en el hombro de Brenda y la tomo de la mano para caminar h

