El inicio.
La puerta de la oficina se abrió sin que me molestara en tocar. ¿Para qué anunciarme? Esta no es una relación en la que haya lugar para protocolos absurdos. Marco y yo estamos comprometidos, pero lo nuestro no es amor. Es estrategia. Un juego de poder entre apellidos importantes, una fusión de intereses, no de almas.
La habitación me recibió con ese aroma amaderado de su loción cara mezclado con el cuero de los sillones. Impecable, elegante… superficial, como todo lo que envuelve a Marco Beltrán. Estaba vacía. Mejor. No tenía ganas de fingir sonrisas.
Avancé con paso firme hasta su escritorio, rodeada por ese silencio cómodo que solo se consigue cuando sabes que todo te pertenece. Tomé asiento en su silla, la giré ligeramente hacia la pantalla del ordenador, y al encenderla, me encontré con algo... curioso.
Fotografías.
Muchas.
Y todas de la misma persona.
Ana.
Mi hermana menor.
La dulce, ingenua, aplicada Ana. La ratita de biblioteca. La que se sonroja cuando un hombre le habla. Allí estaba, en traje de baño, en la playa, leyendo, jugando con el agua. Imágenes captadas sin que ella lo notara, otras con ella mirando hacia la cámara, sonriendo con esa torpe ternura que siempre la ha caracterizado.
Mis labios se curvaron en una sonrisa seca.
¿Marco? ¿Obsesionado con Ana?
Qué patético.
Cerré la carpeta y me recosté en el sillón como si estuviera en mi trono. Desde pequeña entendí que el poder era lo único que importaba. Mi madre, Isabel, me lo inculcó con firmeza. Ella era una joya fría y brillante: elegante, bella, peligrosa. Se casó con mi padre, Edward Vargas, por dinero. Nunca lo amó. Lo ha despreciado durante años con la misma gracia con la que se sirve una copa de champán.
Y aun así, él la adora. Es uno de los empresarios más influyentes de Estados Unidos, dueño de un imperio financiero y de una ingenuidad emocional repugnante. Nunca ha visto el vacío detrás de los ojos de mi madre. O tal vez sí… y eligió ignorarlo. La riqueza hace eso con la gente.
Yo soy la primogénita. La que fue criada para heredar, para mandar, para no caer nunca en la debilidad. Los sentimientos… los sentimientos matan. Eso lo aprendí desde la cuna.
Escuché la puerta cerrarse. Marco apareció con su gesto de siempre: el ceño fruncido, el control temblando.
—¿Qué haces aquí, Sofía?
No respondí de inmediato. Levanté la mirada lentamente y sonreí.
—Viendo tus tesoros ocultos —dije, girando la pantalla hacia él—. Te diría que qué decepción… pero en realidad, esto es muy tú.
Marco se tensó al ver las imágenes. No dijo nada.
—¿Sabes qué es lo mejor de todo esto? —dije mientras me levantaba del sillón con esa calma calculada que tanto le desespera—. Que Ana no está enamorada de ti. Te mira, sí, como se mira a un jefe. Pero cuando habla de verdad, cuando suspira… es por tu hermano.
Marco parpadeó, sorprendido.
—¿Max? —murmuró, incrédulo.
—Sí —sonreí con malicia—. Max. El hijo rebelde. El que no quiere herencias ni trajes a medida. El guapo. El deseado. El que realmente le quita el sueño. Y tú aquí, babeando por una chica que jamás te va a mirar como mira a él.
Marco me lanzó una mirada oscura, dura.
Yo reí. Reí de verdad.
—Vamos, Marco, no pongas esa cara. Todos tenemos debilidades. La tuya es que vives a la sombra de tu hermano. Yo, en cambio, si quisiera, me lo tiraría con gusto. Apostaría que es mucho mejor que tú en la cama.
La tensión explotó en sus ojos.
—Sofía…
—¿Qué? —me acerqué con una sonrisa cruel—. ¿Me vas a decir que no lo has pensado? Que no te sientes insignificante cada vez que Max entra en una habitación. Que no te hierve la sangre de solo imaginar que alguien como yo pueda desearlo más a él que a ti.
—Estás cruzando la línea.
—¿Cuál? —pregunté con voz baja, como un susurro venenoso—. ¿La de la verdad?
Me giré hacia la puerta, elegante y tranquila como una reina que abandona su trono.
—No te preocupes, Marco. Ni tú ni Ana están hechos para este juego. Pero yo… yo nací para jugar con fuego. Tirate a quien quieras a la nerd si se te antoja, pero no arruines mis planes, no te conviene.
Salí de la oficina y me percate de que me lanzo una mirada asesina, pero no me importa. Marco es demasiado débil para enfrentarme.
Notas del Autor:
Recuerden que el primer libro es: La obsesión de mi cuñado. Les recomiendo leerlo primero para entender mejor la trama. De todas formas ambos libros transcurren al mismo tiempo.