2 - Pesadilla y Llamada Sorpresa

1143 Words
Para Xandría todo se sentía tan… Irreal. Había pasado una semana desde que murieron, desde que se despidieron de ella con una sonrisa cada uno y un fuerte abrazo, ella estaba triste por no poder viajar pero debido a su mala conducta el profesor de educación física le había obligado a limpiar todos los días la cancha hasta el cierre del año escolar dentro de un par de semanas, de lo contrario, no se graduará. El avión tuvo una falla en el motor, eso fue lo que dijeron, ¿Pero cómo entonces fallecieron ellos y otros no? Era casi imposible que de las 27 personas que tomaban ese vuelo matutino de Boston a Miami sólo 10 han muerto, y entre esos su familia. Estaba sola, sin nadie con quien contar, sin nadie que abrazara sus hombros, con el único consuelo de MEDITECH, maldita empresa que había destruido todo y no le había dejado nada. Era una conferencia médica para aprobar las nuevas medicinas creadas por su mamá, por eso viajaban. Y ella tenía que haber estado ahí.   -Xan, nos vamos- Ella pestañeó, se había vuelto a quedar muda mirando la pared donde estaba el cuadro familiar, asintió con una sonrisa triste a sus amigos. Kelly, Jordan y Paul nunca la habían dejado sola y este difícil momento no era la excepción, tal vez no estuviese tan sola. Lo gracioso de todo era que, luego de lo que pasó, el profesor Brudy le eximió la materia, sin importarle un comino que fuese o no a limpiar. -Gracias, amigos. No sé qué haría sin ustedes- les dijo con un hilo de voz, algo muy irregular para ella que vivo casi gritando, pero así como tenía la voz, tenía el alma. -Estamos aquí para ti- dijo con seguridad Jordan mientras Paul tomaba su mano con cariño, Kelly le sonrió desde la puerta y Xandría les lanzó besos a los tres mientras salían. Y volvió a mirar el retrato. Fue en un día de la Independencia, de hace dos o tres años. Su padre hacía un asado y su madre, Marilyn y ella jugaban a las cartas, fue un día estupendo y en algún momento en el que salieron a la calle junto a los demás vecinos, aprovecharon de pedirle a alguien que capturara el momento. Nunca imaginó que extrañaría tanto a mi familia. Nunca se imaginó perdiendolos. No tenía muy buen carácter, lo sabía bien. Su padre era igual, aún así era inteligente, aplicada y educada, sólo eran cosas que usaba cuando realmente lo requería, no le importaba ensuciarse las manos y eso fue de su madre. Ahora no le quedaría más que una casa vacía, llena de recuerdos con los que ahogarse a diario. Caminó a la cocina, tomó la taza de café favorita de su madre, esa por la que peleaban en las mañanas porque ella siempre la tomaba y la dueña nunca la encontraba, ahora nadie le discutiría por tomarla. Se preparó un expreso y mientras lo tomaba, el teléfono celular empezó a sonar. -¿Bueno?- dijo con recelo, era un número extraño, ni siquiera tenía el código de Estados Unidos. -¿Habla Xandría Hill?- dijo una voz femenina. -Sí. ¿Quién me habla? -La Presidenta de la Sociedad Rossé desea reunirse con usted lo más pronto posible. Xandría se congeló, la taza amenazó con caerse de sus manos, se quemó con el líquido caliente pero, por suerte, no la quebró, no soportaría que eso pasase. Sociedad Rossé, había escuchado de eso, aunque no mucho y no de muchas personas, era algo muy exclusivo por lo que ella tenía entendido, una vez incluso espió a su madre y a Marilyn conversar sobre el tema. Ambas habían sido parte de la Sociedad, al igual que todas las mujeres poderosas que conocía, que eran amigas o socias de sus padres, incluso las amigas de su hermana.  ¿Qué era en realidad? Nunca lo supo, nadie se lo dijo. El único día en el que se atrevió a preguntar a su madre, esta la reprendió como nunca antes en su vida, lo recordaba con exactitud: Tenía 11 años, su hermana 17. Había recibido una carta de la Academia Rossé y fue Xandría la que la recibió. Recibió 22 azotes en las nalgas de parte de su madre con un grueso cinturón de cuero. Tardó tres días en poder sentarse de nuevo, aplicando un ungüento que Marilyn le colocaba en las noches sin que su madre se diese cuenta. Malageta nunca fue agresiva ni maltrató a sus hijas, pero se sintió tan aterrada por su pequeña hija, ya era suficiente el tener que permitir que su hija mayor participase, porque como lo exigían las reglas de la Academia “Sólo las primogénitas o en su defecto las únicas hijas hembras serían aceptadas”. -Yo… Claro, podría reunirme con ella. No sé exactamente de qué trata la Sociedad Rossé, ¿Podría usted decirme?- preguntó a la voz en el celular. -El día de mañana a las 7 de la mañana un carro de color n***o pasará por usted hasta llevarla a una pista. Desde ahí, un avión privado saldrá con destino a Londrés, donde la Presidenta hará un espacio en su agenda para reclutarla personalmente. -¿Reclutarme?- preguntó con asombro, le empezó a parecer más una grabadora que una persona de carne y hueso por esa voz tan monótona. -Así es, venga con máximo 2 bolsos grandes, no se permite más que eso. Sea puntual, señorita Hill. Y nuestro sentido pésame por su pérdida reciente, su madre fue una m*****o ejemplar y su hermana se preparaba para serlo también. Esperamos, de corazón, que con usted sea igual, o incluso mejor. -Gracias- murmuró ella sin saber qué más decir, la línea se cortó de inmediato y ella se quedó mirando el aparato con asombro, ¿Su cabeza la había traicionado e imagino aquello? No parecía ser el caso, puesto que ahí estaba la llamada, el número, lo buscó: tenía el código de Londrés. ¿Era posible? ¿Se arriesgaría a formar parte de una Sociedad secreta de mujeres que parecían ser empoderadas y perfectas? Bufó, ella estaba más que lejos de la perfección. Pero si ese era el caso, ¿Por qué estaba siendo invitada? Y lo que más le importaba en ese momento: ¿Por qué la “Presidenta” la atendería personalmente? Era todo tan confuso para ella que dejó de darle vueltas al asunto, a decir verdad, cualquier lugar era mejor que su casa en ese momento. Y eso incluía un largo viaje. Subió a su habitación dandose una ducha luego de limpiar el desastre que hizo con el café, se puso una camiseta de su padre muy grande de color gris, aún olía a él, y mientras se calentaba la pizza congelada en el horno, decidió preparar sus bolsos.
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