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744 Words
POV ELIZABETH Había pasado exactamente un año desde que saqué a James de mi vida, y debo admitirlo: mi vida jamás había sido mejor. Mi empresa estaba en la cima, mi cuenta bancaria seguía creciendo de forma obscena y mi vida s****l… bueno, era exactamente como quería que fuera: intensa y sin compromisos. Sin embargo, en ese momento, mientras revisaba los planes de expansión de Blackwell Innovations, supe que las cosas estaban a punto de complicarse. Habíamos comprado un edificio enorme en el corazón de Manhattan para convertirlo en la nueva sede. Un símbolo de poder, y yo no estaba dispuesta a dejar que nada saliera mal. Por eso necesitaba al mejor arquitecto. Y ahí fue donde apareció Adam Carter. Desde el instante en que cruzó la puerta de mi despacho, me di cuenta de que había cometido un error. No porque dudara de su talento, sino porque… mierda. Ese hombre era el tipo de problema que sabía que debía evitar. Cabello despeinado, camisa remangada, jeans y botas gastadas, con una actitud relajada que gritaba “me importa un carajo lo que pienses”. Y sus ojos… Dios, esos ojos verdes me desafiaban desde el primer segundo. —Señorita Blackwell —dijo con una sonrisa ladeada, rozando el límite entre el sarcasmo y el descaro—, es un placer finalmente conocerla. ¿Placer? No lo parecía. Su tono me hizo arquear una ceja, pero no le di el gusto de mostrar sorpresa. —Señor Carter, espero que su trabajo hable mejor que usted. Él sonrió más amplio, y maldita sea, esa sonrisa era peligrosa. —Oh, lo hace. Y si no, puede despedirme en el acto. Aunque dudo que quiera hacerlo. ¿Presuntuoso, mucho? Lo observé en silencio unos segundos, analizando cada palabra y cada gesto. —Siéntese —ordené, señalando la silla frente a mí. Lo que siguió fue una de las reuniones más intensas que había tenido en años. Adam presentó su visión para el edificio con una pasión y una seguridad tan arrolladoras que, por primera vez en mucho tiempo, alguien me desafiaba en mi propio terreno. Y lo peor de todo era que me gustaba. Cuando la reunión terminó, me di cuenta de que estaba mordiéndome el labio sin darme cuenta. Necesitaba retomar el control. —Nos veremos en la inspección del edificio mañana —le dije, mi voz firme. —Lo espero con ansias, señorita Blackwell. Y con otra sonrisa descarada, se marchó. Exhalé lentamente, cerrando los ojos un segundo. Esto iba a ser complicado. Al día siguiente La inspección del edificio fue peor de lo que había imaginado. Adam no solo tenía ideas brillantes, sino que también parecía disfrutar cada oportunidad para provocarme. —Déjame adivinar —dijo cuando nos quedamos a solas en la terraza, con la ciudad extendiéndose bajo nuestros pies—. Eres el tipo de mujer que cree que el amor es una pérdida de tiempo, pero el sexo... bueno, eso es otra historia. Le sostuve la mirada sin pestañear. —No veo cómo mi vida personal sea relevante para la renovación de este edificio. Él soltó una carcajada baja, y mi piel se erizó al escucharla. —Lo tomaré como un sí. Ugh. Era insoportable. Pero también endemoniadamente atractivo. —Si tienes tiempo para hacer suposiciones, señor Carter, entonces asumo que el proyecto está bajo control. Adam me recorrió con la mirada, deteniéndose un segundo más de lo necesario. —Oh, Elizabeth. Siempre bajo control. La forma en que pronunció mi nombre me descolocó. Nadie me llamaba así. Todo el mundo me decía “Señorita Blackwell” o “CEO Blackwell”. Pero él lo hizo sonar como si fuera su derecho. Me aclaré la garganta, recuperando mi compostura. —Más te vale que sea así. Porque si no cumples con mis expectativas, te haré la vida imposible. Adam inclinó la cabeza, con esa expresión de pura diversión que me sacaba de quicio. —Empiezo a pensar que me gustaría verte intentarlo. Basta. Necesitaba alejarme antes de hacer o decir algo de lo que me arrepintiera. Giré sobre mis tacones y me marché con pasos decididos, sin mirar atrás. Podía sentir su mirada clavada en mi espalda, y por alguna razón, eso solo me hacía caminar más rápido. Adam Carter era peligroso. No porque fuera un problema… sino porque había una parte de mí que quería jugar con fuego. Y eso era lo más peligroso de todo.
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