POV ELIZABETH
Las luces del edificio parpadeaban levemente en la penumbra. Nunca me ha gustado dejar cabos sueltos. Si algo lleva mi nombre, debe ser impecable, y esta noche no podía quedarme en casa sabiendo que el correo de la tarde había desatado un pequeño caos en el proyecto. Una reunión urgente y la necesidad de revisar los planos personalmente me trajeron aquí, a las diez de la noche, dispuesta a asegurarme de que todo estuviera bajo control.
El ascensor industrial se sacudió mientras subía hasta la planta superior. Ajusté mi gabardina negra y respiré hondo. Control. Revisión. Perfección. Reglas inquebrantables de mi mundo.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, no esperaba encontrar a Adam Carter.
Estaba inclinado sobre una mesa improvisada, revisando planos con una intensidad que casi podía sentir desde donde estaba. Su camisa blanca estaba remangada hasta los codos, y el chaleco de seguridad colgaba descuidadamente sobre sus hombros. Su cabello desordenado le daba un aire de hombre que vive para el trabajo... y que probablemente no teme romper las reglas.
—¿Trabajando hasta tarde, Carter? —pregunté desde la puerta, manteniendo mi tono neutral.
Él levantó la mirada, y la chispa de diversión en sus ojos verdes me dejó claro que ya estaba disfrutando del momento.
—Señorita Blackwell. ¿Noches de insomnio o pura pasión por el trabajo?
Avancé hacia él y apoyé las manos sobre la mesa.
—Control. Siempre control. —Desvié la mirada hacia los planos para evitar el peso de su mirada sobre mí—. ¿Qué estás revisando?
Él se acercó más, demasiado. Sentí su presencia antes de verlo directamente. El calor de su cuerpo me envolvía sin tocarme, y ese aroma a madera y especias era un recordatorio constante de lo peligroso que era.
—Distribución de la luz en el vestíbulo —murmuró junto a mi oído—. Quiero que cuando alguien entre aquí, sienta que está pisando el corazón de un imperio.
La forma en que lo dijo, con esa voz baja y rasposa, me erizó la piel. Me giré apenas, encontrándome con su mirada a escasos centímetros de distancia.
—No necesito dramatismo, Carter. Necesito resultados.
Su sonrisa fue lenta, deliberada, cargada de arrogancia.
—¿Y si te dijera que puedes tener ambos?
Mis dedos se tensaron sobre el borde de la mesa. Era un juego peligroso, y ambos lo sabíamos.
—Haz tu trabajo, y yo haré el mío. Nada más.
Retrocedí un paso, buscando distancia. Necesitaba recuperar el control. Pero Adam no parecía preocupado por eso. Me observaba como si acabara de ganar una partida que yo aún no sabía que estábamos jugando.
—Nada más —repitió, como si esas palabras fueran una promesa rota antes de pronunciarse.
Me giré y caminé hacia el ascensor, decidida a salir de allí antes de que mi autocontrol se desmoronara por completo. Las puertas estaban a punto de cerrarse cuando Adam entró tras de mí con su típica seguridad.
—¿Qué haces? —pregunté, sintiendo cómo mi irritación crecía.
—Asegurándome de que tengamos una despedida adecuada.
Antes de que pudiera responder, levantó un dedo y lo deslizó lentamente por mi barbilla, obligándome a mirarlo a los ojos. Su cercanía era abrumadora, y el latido de mi corazón martillaba en mis oídos.
—Simplemente irresistible —susurró con una sonrisa ladeada.
El ascensor se detuvo y el suave timbre nos devolvió a la realidad. Me aparté bruscamente, recuperando el control.
—Esto no va a pasar, Carter —dije, mi voz firme y calculada.
Él apoyó una mano contra la pared, bloqueando mi salida por un instante.
—Dices eso, pero tus ojos cuentan otra historia.
Lo miré directamente, sin parpadear.
—Mis ojos no toman decisiones. Yo lo hago.
Salí del ascensor sin mirar atrás, ignorando la sensación de su mirada clavada en mi espalda. Una vez dentro de mi auto, tomé aire profundamente, intentando apagar el fuego que aún sentía bajo la piel.
Adam Carter era una tentacion demoniaca. Y una grande.... Pero eso.. eso me gustaba.
A LA MAÑANA SIGUIENTE:
La mañana llegó demasiado pronto, como siempre. Estaba de nuevo en la obra, revisando cada detalle, asegurándome de que todo estuviera en orden. No podía darme el lujo de bajar la guardia, especialmente después de la noche anterior.
Adam estaba allí, moviéndose entre los trabajadores con esa confianza irritante. Su camisa remangada, sus jeans que parecían diseñados para él… un imán de miradas. Y la mía no era la excepción, por más que me odiara por ello.
—Señorita Blackwell —saludó con una sonrisa fácil, la misma que siempre parecía ocultar un desafío—. ¿Viene a inspeccionar o a buscar una excusa para verme?
Le entregué un documento, ignorando su comentario.
—Necesito tu aprobación en estos planos antes de continuar.
Él tomó el papel, pero su mirada no se apartó de mí.
—¿Así será esto? ¿Vamos a fingir que anoche no pasó nada?
Crucé los brazos, manteniendo mi expresión neutral.
—No tengo tiempo para juegos, Carter. Ni anoche ni ahora.
—¿Juegos? —dio un paso hacia mí, invadiendo mi espacio personal—. Lo que pasó en ese ascensor no fue un juego. Fue electricidad pura.
Alcé una ceja, negándome a caer en su provocación.
—Entonces espero que no haya causado un cortocircuito en tu cerebro, porque necesito que trabajes, no que te distraigas con fantasías absurdas.
Adam rió suavemente, su mirada intensa recorriendo mi rostro como si intentara descifrar cada uno de mis pensamientos.
—Puedes seguir fingiendo, Elizabeth. Pero los dos sabemos que esto no ha terminado.
No respondí. No tenía por qué hacerlo. Me giré con la misma elegancia con la que dirigía mi imperio y me alejé, sintiendo su mirada clavada en mi espalda.
Porque, aunque intentara negarlo, mi cuerpo aún recordaba cada segundo en el ascensor.