6

991 Words
POV ELIZABETH Cuando Adam entró sin anunciarse en mi despacho, lo supe al instante: había llegado el momento de subir la apuesta. Durante una semana lo había evitado, aferrándome al control con uñas y dientes, enterrando mi deseo bajo montones de trabajo y reuniones sin fin. Pero verlo allí, apoyado en el borde de mi escritorio con esa maldita sonrisa, me recordó por qué huir de él nunca sería suficiente. —Te extrañé, Blackwell —dijo con esa arrogancia que le salía tan natural. Levanté la mirada con una calma ensayada, como si su presencia no hubiera detonado un incendio bajo mi piel. —¿De verdad? Porque yo apenas noté tu ausencia —respondí, cerrando la carpeta que tenía frente a mí. Adam soltó una risa baja, casi un ronroneo. —Ajá… Claro. Me puse de pie y caminé hacia él, despacio, saboreando el momento. Su mirada no se desvió de mí ni un segundo, como si quisiera leer cada uno de mis movimientos. Me detuve a escasos centímetros de su cuerpo, apoyando una mano en su pecho. —Déjame ver los avances —murmuré, aunque lo último que me importaba en ese momento eran sus malditos planos. Sacó los documentos de su maletín y los extendió sobre el escritorio. Me incliné para examinarlos, pero en realidad, lo único que quería era provocarlo. Sabía exactamente lo que mi proximidad le hacía. Podía sentir su respiración agitarse, su cuerpo tensarse bajo mi roce intencionado. —Todo está en orden —dijo con voz más grave de lo habitual—. Las estructuras están reforzadas y… —No me interesa la obra en este momento, Carter. Se tensó, sorprendido, pero antes de que pudiera reaccionar, lo empujé suavemente hasta que su espalda chocó contra la pared. Mis manos se posaron en su pecho, y lo sentí contener el aliento. —Dime algo, Adam… ¿te gusta jugar? —susurré, acercándome lo suficiente para que mis labios rozaran los suyos. —Depende del juego —murmuró, con una sonrisa desafiante. —Este es muy sencillo. Yo mando. Tú obedeces. No le di tiempo de responder. Lo besé, tomando lo que quería sin pedir permiso. Fue un beso cargado de desafío, de puro control. Sus manos se movieron hacia mis caderas, pero lo detuve con un suave mordisco en su labio inferior. —No —le susurré contra la boca—. No te atrevas a tocarme hasta que yo lo permita. Sus ojos ardieron con una mezcla de frustración y deseo. Me encantaba verlo así, atrapado en un juego que no podía controlar… al menos no todavía. Me aparté lentamente, arreglando mi blusa como si nada hubiera pasado. —Así me gusta. Obediente. Adam respiraba con fuerza, sus puños cerrados a los costados mientras trataba de recomponerse. —Esto no ha terminado —dijo con la voz más ronca que nunca. Me acerqué una última vez, apenas rozando su oído con mis labios. —Yo decido cuándo termina… y cuándo empieza. Él me observó unos segundos más, con los ojos encendidos de promesas peligrosas, y luego tomó sus planos y salió del despacho sin decir una palabra más. Cuando la puerta se cerró tras Adam, el aire en la oficina pareció quedarse en suspenso. Mi sonrisa se desvaneció lentamente, como si nunca hubiera estado ahí. Me apoyé en el borde del escritorio y solté un suspiro profundo, tratando de calmar el torbellino en mi interior. No debería haberlo besado. No así, no tan fácilmente. Me gustaba jugar. Me gustaba el poder, la sensación de controlar cada situación, cada persona a mi alrededor. Pero con Adam… con él siempre había algo más. Algo que se colaba entre mis defensas y me hacía olvidar quién era yo. Él me hacía sentir viva, sí. Me hacía sentir deseada. Pero también me hacía sentir fuera de control, y eso me aterraba. Porque bajo toda esa seguridad, bajo el juego y el desafío, había una verdad incómoda que me negaba a admitir: Adam Carter no era solo un capricho pasajero. Me importaba más de lo que debería. Y esa clase de debilidad podía costarme caro. —Estúpida… —murmuré para mí misma, apretando el puente de mi nariz. Había pasado demasiado tiempo construyendo este imperio, levantando muros a mi alrededor para protegerme. No podía permitirme bajar la guardia. No con él. No con nadie. Me arreglé la blusa de nuevo, aunque no hacía falta, y me enderecé. Tenía que mantenerme firme. Este juego era mío. Yo dictaba las reglas. Pero mientras volvía a sentarme en mi silla, con el sabor de su beso todavía ardiendo en mis labios, no pude evitar preguntarme cuánto tiempo más podría seguir fingiendo que tenía el control. POV Adam Carter Maldición. Maldita mujer. Cuando la vi por primera vez, hace más de un año, supe que Elizabeth Blackwell no era como las demás. No era solo su belleza devastadora o su porte de reina intocable. Era su mirada, la forma en que analizaba todo, siempre diez pasos por delante de todos. Una mujer que no pedía permiso. Desde el primer día, quise desafiarla. Quise que me mirara como algo más que un socio del proyecto. Pero ahora... ahora estaba jugando un juego peligroso. Y lo peor es que me tenía exactamente donde ella quería. Cuando me besó, cuando me acorraló contra la pared con ese fuego en los ojos, sentí algo que no había sentido antes. Porque sí, muchas mujeres sabían jugar al control, pero Elizabeth… ella lo encarnaba. Y yo, que siempre había sido el que mandaba, terminé obedeciendo sin dudarlo. ¿Por qué? Porque ella era un maldito imán. Porque mi cuerpo reaccionaba a su voz, a su tacto, a su presencia como si estuviera programado para ella. No me gustaba perder. Nunca lo había hecho. Sonreí mientras salía del edificio. Elizabeth pensaba que tenía el control. Lo que no sabía era que yo estaba dispuesto a jugar... y a ganar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD