POV ELIZABETH Un mes. Treinta días exactos desde la última vez que tuve a Adam contra la pared de mi despacho, sometido a mis reglas y atrapado en un juego que creí tener bajo control. Treinta noches en las que me repetí que lo que pasó entre nosotros no significó nada, que solo fue un capricho bien ejecutado, un recordatorio de que yo siempre tenía el mando. Pero entonces, ¿por qué cada vez que cerraba los ojos, su imagen volvía a mí como un irritante eco que se negaba a desaparecer? ¿Por qué en cada roce ajeno, en cada caricia fugaz, mi mente traicionera sustituía esos cuerpos con el suyo? Sacudí la cabeza y me serví una copa de vino tinto mientras observaba el skyline de Nueva York desde mi ático. La brisa nocturna entraba por los ventanales abiertos, enfriando mi piel expuesta bajo e

