Rechazando a mi esposa mudaUpdated at Oct 6, 2025, 12:18
—¿No tienes nada que decir? —preguntó él, arrodillado ante ella, sus labios rozando el hueso fino de su tobillo. Bernadette no se movió. Ni siquiera parpadeó. Silas levantó la mirada, lento, como quien mide el efecto de su propia crueldad—. Ni un gemido, ni un temblor… Qué manera tan elegante de castigarme. —Le besó la piel otra vez, esta vez más arriba, con la boca apenas entreabierta—. Me pregunto qué pasará cuando decidas usar tu voz. Porque si esto es silencio... no estoy seguro de poder sobrevivir al sonido.
***
En una Francia donde el silencio de una mujer es más valioso que su voz, Bernadette Laurent ha sido criada para obedecer, no para elegir.
Muda desde la infancia, es entregada en matrimonio como una ofrenda elegante: hermosa, educada, y perfectamente callada. Su padre la exhibe con orgullo y desprecio a la vez, convencido de que, aunque no hable, al menos servirá para restaurar el prestigio de la familia antes de morir.
Su esposo, Silas Deveraux, es todo lo que la sociedad admira y teme: un noble caído en desgracia, arrogante, culto, peligrosamente encantador. Acepta casarse con ella porque no espera resistencia, porque cree que el silencio será sinónimo de sumisión, entre otras ocultas intensiones.
Pero bajo esa fachada obediente hay una mente viva, una voluntad intacta, y una dignidad que nadie le ha permitido ejercer.
Consumado el matrimonio, Bernadette debe enfrentarse a un nuevo mundo donde las miradas la reducen, los rumores la diseccionan y su belleza es vista como su único mérito.
A su lado, un hombre que todos desean y que ella no termina de comprender.
La sociedad la quiere invisible. Él la quiere quieta.
Pero ella está decidida a recuperar algo que nunca le permitieron tener: el control de sí misma.
Y no necesita hablar para hacerlo.
***
La puerta del vestidor se abrió sin aviso.
Bernadette levantó la vista y lo vio.
De pie, sin prisa, sin vergüenza.
Desnudo como una estatua, pero demasiado vivo para ser arte.
—Si no vas a hablar —dijo Silas, mientras se acercaba con lentitud—, al menos mírame como si entendieras lo que estás viendo. —Ella no retrocedió. Él sonrió—. Eso es.
Las palabras sobran.
Pero la mirada...
La mirada puede gritar.