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Un servicio al jefe

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Él necesitaba un servicio, que solo ella podía darle.

Después de firmar el contrato, nunca imaginaron lo que sucedería.

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Primero
Atiné a decir un par de palabras de disculpa, cuando de forma inesperada, él, sólo me callara, sólo asentí, era normal que estuviera molesto e irritado, claro que era normal. Pero tampoco merecía ese trato tan despreciable.   —    ¿Puede irse? — dijo, mientras se dejaba caer en el sillón más cercano y me daba la espalda. Aunque más que una invitación, era un mandato para salir de su oficina —    ¡Claro! — respondí, me acerqué a la puerta y salí de ahí, sin voltearlo a ver.    Llegué a mi oficina, parecía todo un poco más alocado que días anteriores. Serena, mi compañera, corrió tras de mí cuando me vio salir y cuando ambas estuvimos en mi oficina, cerró, tras de sí, la puerta.   —    ¿Cómo te fue? —    Mal, está hecho una furia — contesté, mientras acomodaba unos expedientes. —    Y ¿luego? – preguntó un poco ansiosa. —    Y luego… nada, me dijo que me fuera. No sé si me llamará en un rato. —    Lo más probable… ¿Sabes? Dicen las chicas que está así porque su novia le puso los cuernos. —    ¡Por Dios! ¿Qué niña estúpida le pondría los cuernos a semejante hombre? – pregunté más para mí que para ella. —    Tal vez una niña estúpida que no recibe amor. Y veo, Sarah, que te encanta el jefe… o ¿no? —    Cállate, sólo admito que es apuesto. —    ¡Claro que es apuesto! Además, es rico, apareció en el puesto tres, de la revista FORBES de este año.   No sabía que decirle, Arturo Rizzo, nuestro jefe, es apuesto, alto, cabello color azabache, tez clara y ojos muy singulares color castaño dorado; es delgado, de complexión poco musculosa, pero todos esos atributos físicos no sirven para cubrir el horrible carácter que tiene. ¿Qué culpa tengo yo de que su novia le sea infiel?   Otra noche más, saliendo tarde, casi todos los empleados se habían ido, salí de mi oficina y observé la suya notando que, por debajo de la puerta, salían luces.   —    Así que sigues ahí — pensé, y solté un suspiro.   Miré mi reloj de muñeca por décima vez, quería ir a preguntar si podía retirarme, pero tenía cierto temor de encontrarme con la fiera de horas atrás. ¡A la mierda, estoy cansada!   —    ¿Se puede? — pregunté al tocar. —    Pase.   Lo encontré sentado enfrente de su escritorio, la corbata deshecha alrededor de su cuello y el cabello revuelto le daba una apariencia más relajada, sus ojos observaban con atención un par de muestrarios de telas.   —    ¿Qué necesita, señorita? — preguntó sin voltear a verme. —    Señor, ya son casi las diez de la noche y yo me pregunto ¿me necesita o ya puedo retirarme? —    Las diez… — susurró, dejó los muestrarios sobre el escritorio de caoba y por fin decidió prestarme atención — ¿Por qué no se ha ido, si ustedes salen temprano? —    Pensé que el señor me llamaría para conversar sobre el tema que quedó pendiente… — Le respondí, sabía que no debí recordárselo, pero él había preguntado, frunció el ceño y me preparé para otro momento de “mala actitud”. —    Entiendo… ya olvídelo — agarró su saco, se metió el celular en el pantalón y se acercó a mí — Vamos, la llevaré a su casa. —    Co… ¿cómo? —    ¿Trae coche? —    Oh no, pero… —    Entonces, muévase.    Pasó por delante de mí y mis ojos se clavaron en su cuello, odiaba la forma tan demandante como “pedía” y hacía todo, lo odiaba, pero tenía que admitir que la solicitud de llevarme no podía negársela, tardaría años en llegar sí tomaba el bus de regreso a casa.   Llegamos al estacionamiento del edificio, con tristeza vi que sólo quedaban escasos 3 coches más, caminamos hacia el fondo y su Mercedes Benz, azul marino, estaba estacionado.   —    ¿A dónde la llevo? —    Al norte, señor, yo le indico. —    Correcto.    Los primeros minutos del camino, fueron de un silencio casi sepulcral, de no ser por la música que salía del reproductor la cual, sólo era clásica, todo el trayecto hubiera sido silencioso. Lo vi de reojo, no parecía tener más de 35 años y sus gustos eran muy aburridos.   —    Señorita – comenzó él, y pausó un momento — le debo una disculpa por mi comportamiento de horas atrás, creo que en efecto fue descortés de mi parte.   Mis ojos se abrieron desmesuradamente, mientras trataba de obligar a mi mente a recordar hasta la mínima palabra antes escuchada.   —    No, no hay problema, señor, entiendo que… esté pasando por malos días. —    ¿Disculpe?   Justamente en ese momento había parado por un semáforo en rojo y volteó a verme, sus ojos dorados me taladraban con lentitud, como si con eso me obligara a decirle cada una de las cosas que por mi mente pasaban.   —    Na-nada — respondí con rapidez. —    Sé a qué se refiere, pero admito que aquello no tiene nada que ver con la actitud que tomé para con usted – dijo y apartó sus ojos de los míos, mientras continuaba manejando. —    Entiendo — dije, aunque realmente no entendía si estábamos en la misma sintonía y hablábamos de lo mismo, pero lo mejor era no preguntar.   Llegamos a mi edificio, él lo miró detenidamente, seguramente imaginando que no se comparaba en nada con el pent—house que tenía hacia el cuadrante este de la ciudad.   —    Muchas gracias, señor, que tenga una buena noche. —    Espere… — dijo mientras detenía mi mano que iba a la manija de la puerta, la ponía sobre mi regazo con suavidad – la necesito mañana temprano, en las oficinas. —    Ok, llegaré a las nueve — que invadiera mi espacio personal agarrando mi mano, me tomó desprevenida. —    No, la necesito a las siete.   En mi mente ya empezaban a fluir palabrotas para el cabezota que tenía en frente, pero era mi jefe, era una ¿orden?   —    Voy a pasar por usted, mañana a las siete en punto – dijo, mientras me abría la puerta desde adentro – Tenga usted una buena noche.   Me bajé con rapidez, apenas cerré la puerta, él arranco y se perdió al voltear en una esquina de la cuadra.   —    ¡Maldito! – grité y entré al edificio muy disgustada.    Al día siguiente, levantarme me costó bastante, tomé un baño muy rápido, sequé mi cabello e intenté estar lo más presentable posible, tal vez era tonto mi comportamiento, pues sólo se trataba de mi jefe, pero al final, lo vi necesario. Faltaban diez minutos para que dieran las siete, cuando vi el Mercedes Benz de ayer estacionado frente a la banqueta, terminé de cerrar la puerta del edificio y me dirigí hasta el lujoso coche.   —    Buenos días, señor – saludé, mientras me subía. —    Buenos días, puede empezar revisando esto – dijo, mientras me pasaba una carpeta de aros, de tamaño mediano – necesito que me ayude.   Abrí la carpeta, era la planificación de la próxima colección otoño—invierno, estábamos a un mes de presentarla.   —    Sé que usted está ocupada con la coordinación de producción, pero necesito su apoyo para el gabinete de prensa. —    Entiendo, señor. —    Necesito que se confirme la asistencia de los invitados, haga las convocaciones a la prensa, decida los asientos de los invitados y me consiga un jefe de prensa, también, necesito todo su apoyo para el plan de comunicación, habrá que idear una estrategia para llamar la atención, eso lo puede coordinar con el área de marketing. —    Me parece bien.    Cuando llegamos a la empresa, me fui con rapidez a mi oficina para comenzar a trabajar, el piso estaba vacío y agradecí por ello, ya que de esa manera no tenía que dar explicaciones al llegar con mi jefe. No quería que nadie lo malinterpretara.   Cuando terminé con las llamadas, ya era más de medio día y había algo que me llamaba la atención, y eso era que como “acompañante” de mi jefe, no había ningún nombre, debatí internamente conmigo durante varios minutos, el pensar si era correcto hacerle ver este pequeño e insignificante detalle, luego decidí que no era correcto, pues podía invadir su privacidad, pero después me imaginé siendo castigada por no haber puesto a la persona correcta, por no haber preguntado y dejando a mi jefe en absoluta soledad durante la presentación. Finalmente me decidí a comentarle.   —    Pase – escuché su voz profunda del otro lado de la puerta. —    Señor, he terminado con lo que me pidió, ya tengo a ochenta personas confirmadas y las que faltan quedarían de avisar a más tardar mañana en el transcurso del día. —    Correcto, y ¿prensa? —    Confirmaron dos televisoras nacionales y una internacional, de prensa gráfica nos ofrecieron dos artículos en revistas de moda, tengo al fotógrafo para el backstage, y al equipo de cámara que cubrirá el evento, tengo al señor Joseph Duperon como editor responsable y a Cristina Sevadua como directivo de publicaciones y sólo estoy en espera de confirmación de dos bloggers para prensa on—line. —    Está bien ¿ya armó la estrategia de comunicación? —    Sí, señor, enseguida, sólo… —    ¿Sólo? – se volteó a verme con frialdad y detenimiento, supongo que esperando malas noticias. —    Necesito el nombre de su acompañante, para mandarle la invitación, llamar y confirmar.   Me volteé hacia mi libreta para hacer las anotaciones, dándole a entender que, para mí, no tenía ni la más mínima importancia, le escuché un suspiro y vi de reojo cómo tomaba un post—it y escribía algo, después me extendió el papel.   —    Puede poner este nombre y por favor, que confirme para antes de la hora de la comida – dijo, mientras me sonreía, cuestión que me pareció bastante extraña. —    Sí – contesté, mientras tomaba el papel y contemplaba el nombre con aquella perfecta caligrafía.   “Lic. Sarah Fiore”   —    Pero, señor – dije, no comprendía nada, releí unas diez veces y hasta parpadeé otras cinco, pero ante mis ojos una y otra vez aparecía mi nombre. —    ¿Pero? —    ¿Es una broma? – me volteé a verlo, con el ceño fruncido y mi ego pisado – porque entonces sus disculpas de ayer, no valdrán nada, porque esto es… —    ¿Puede confirmar antes de la comida, o va a necesitar más tiempo, licenciada Sarah Fiore? – preguntó, mientras me daba la espalda y se volteaba a ver por el gran ventanal de su oficina. —    ¿Está hablando en serio? —    ¿Acaso he bromeado con usted sobre asuntos laborales? —    Claro que no, usted es muy formal, pero siempre he estado coordinando el evento desde backstage, por eso yo no estoy… —    Es usted muy competente, debo admitirlo, sabe lo que hace y lo hace muy bien, y nunca he pensado lo contrario – se volteó a verme y noté en sus ojos sinceridad – necesito a alguien que sepa de este mundo y no sólo una cara bonita que se preste a ser fotografiada y filmada mientras yo acaparo toda la atención. Al ser mi acompañante, va en representación de la empresa y no mía ¿ha entendido? —    Sí – le contesté, sin desearlo, sus palabras habían creado un sonrojo involuntario, me distraje acomodando el pedazo de papel con mi nombre entre la lista de invitados, para evitar verlo a los ojos. —    Entonces, confirme antes de la comida, puede retirarse.   Contemplé un par de segundos aquel papel, antes de ir con el equipo de trabajo y diseñar estrategias, saqué la lista de invitados y me anoté en ella.   Aquel día me fui temprano a casa, mi jefe no me llevo, ni tampoco volvió a decirme que al día siguiente me esperaba a las siete de la mañana, sin embargo, supuse que debía prepararme en caso de que llegara a buscarme, pero eso no paso, ni al día siguiente, ni al después de ese.   ***   Estábamos a quince días de la presentación y mientras veía a las modelos pasar a fittings, me di cuenta que no tenía nada que ponerme y eso me afectaba mucho, sobre todo por ser la acompañante del presidente, me ponía más nerviosa y mucho más estresada y, en busca de ayuda “profesional” decidí contarle a Serena.   —    ¿Me estás diciendo que serás acompañante de nuestro jefe? ¿el señor Arturo Rizzo? – preguntó como por quinta vez, mientras caminábamos por las tiendas departamentales – ¿de Arturo Rizzo, nuestro jefe? —    Sí, Serena, ¿qué tiene? —    Eres su empleada, él es tu jefe – dijo. —    Lo sé, pero él dijo que sólo era trabajo… —    ¡Ah, claro que sólo es por trabajo! no creo que después de andar con semejantes modelos profesionales y actrices internacionales se conforme contigo, Sarah. —    ¿Cómo? ¿y dices algo así siendo mi amiga? – le dije algo molesta, más porque sabía que era verdad, aunque en realidad en ningún momento pensé tener una relación con ese sujeto tan petulante, de carácter soberbio y de modales malos. – Aunque sé bien que nunca pasaría. —    Qué bueno que eres consciente de eso, Sarah, además, si te digo algo así es porque somos amigas.   Ese día no conseguí nada más que una peineta, pero al llegar a casa, el portero me entregó una caja y un sobre con ella, lo contemplé buscando una dirección pero sólo tenía mi nombre en él, conocía esa letra, era de mi jefe, lo abrí con algo de desconfianza pero emocionada por saber el contenido, y me encontré con la invitación sellada, impresa en un papel mate con letras color borgoña y tacto de satín, seguido de eso, una nota firmada por él que leí con torpeza al inicio y como no entendí nada, tuve que reiniciar mi lectura por segunda vez.   Ignorando si tienes algo que ponerte para el día de la presentación, me tomé el atrevimiento de escogerte algo, en caso de tener las medidas erróneas, hazme el favor de notificarlo. Por otro lado, ese día pasaré por usted alrededor de las 10 pm. Arturo Rizzo.   Me dirigí al paquete y lo abrí para saber el contenido; parecía algo irreal, casi como un cuento de hadas por tanto brillo y elegancia. Saqué el vestido color rubí, era realmente hermoso y delicado, me asusté un poco al ver el escote que se deslizaba por la parte de atrás y me sonrojé al pensar que él lo había escogido, tenía los hombros descubiertos, volteé a la siguiente prenda, eran un par de zapatos plateados, con cintas a su alrededor  y con tacón fino tipo stiletto, los dejé en el suelo y, cuando vi la tercera pieza, tuve que contener el aliento un segundo al abrir la caja de tamaño mediano y observar su contenido, era una gargantilla con pequeños brillantes y unos pequeños pendientes.   —    Esto es demasiado – susurré.  En ese momento, volví a pensar en él y en que debía agradecerle en la primera oportunidad que tuviera, también me sentí aliviada por no haber encontrado un vestido ese día, pues estoy segura que ninguno se compararía con el que ahora descansaba sobre mi cama. Me sentí emocionada al saber que él había escogido esto para mí, pero también que el motivo principal era que, al ser su acompañante, no podía ir mal vestida.

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