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Oscuros Secretos

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Blurb

Light and Blessings es un internado de prestigio religioso. Ofrece a los estudiantes la mejor educación en un ambiente seguro y sereno, con maestros calificados y certificados comprometidos.

Pero todo eso cambia ante la llegada de una joven que es trasladada al internado. Nadie puede entender cómo ni porqué Bridget no dice palabra alguna, dando motivos para mirarla de soslayo y mantenerse alejado de ella. Bridget es misteriosa y reservada, sembrando dudas en todas las personas a su alrededor, ya que las muertes que ocurren en este internado son escalofriantes y extrañas.

Light and Blessings tiene oscuros secretos en su pasado que darán de qué hablar, renaciendo la angustia y el terror en sus cuerpos.

El hecho de ser una chica rara dará especulaciones y sospechas. Sin embargo, no todo parece apuntar a la nueva alumna...

O eso creían.

Una historia con misterios y giros inesperados, romance y suspenso.

¿Te atreverías a contar tu oscuro secreto?

© Prohibido la copia u adaptación de esta historia.

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Capítulo 1.
Montana, estado de los EE.UU. 5 de junio. Abro mis ojos de golpe, mi cuerpo tembloroso me avisa que algo malo acaba de pasar, mi corazón late con fuerza y trato de mantenerme en calma; por lo menos para intentar saber que ocurre a mi alrededor. Un dolor de cabeza me consumió por completo e intento ignorar las punzadas. Empecé a marearme, todo me daba vueltas, pestañeé varias veces para que mi vista alcanzara su estado normal. La sensación de estar perdida me ponía los pelos de punta, era como si hubiese perdido la memoria de lo que paso unas horas antes. La noche oscura junto las fuertes gotas de lluvia resbalan por mi rostro mojando mi cabello y mi ropa, jadeando miro hacia ambos lados buscando una explicación del porque me encuentro sola en medio de la carretera, el terror me invade sintiéndome en un lugar sin salida. Tenia mi cara mojada y mi respiración a una inmensa velocidad como si hubiese corrido un maratón. Doy un brinco cuando escucho un sonido a mis espaldas, fue casi como un susurro, pero al mirar hacia atrás no hay nadie y la calle está completamente despejada. Solo parte de los relámpagos que iluminaban la carretera provocaban que me levantara del suelo, y poco a poco, estaba completamente de pie. No tarde en darme cuenta que mis dedos sentían un extraño líquido, y un olor no muy agradable se instalo en mis fosas nasales. Grite. Mis manos estaban manchas de sangre; el color carmesí se esparce por mis muñecas cuando las gotas de agua caen en ellas. Mi pecho esta en un ritmo de subida y bajada, al mismo tiempo en que es golpeado por mi corazón, provocando que no logre respirar. El relámpago ilumina mis manos, las cuales temblaban ante la situación, sin embargo; mi garganta no reaccionaba para gritar con todas mis fuerzas. Traté de hacerlo, pero no pude. Solo jadeaba y chillaba, llorando, me estremecía de miedo y pavor. La oscura calle no tarda en volver y doy pasos hacia atrás sin dejar de mirar la sangre esparcida en el suelo. Tratando de encontrar sentido a todo. Mire de nuevo hacia ambos lados, pero me paralizo. Tropecé y me caí de espaldas, pero lo que más me impacto, fue un cuerpo tenido en el suelo; justo a mi lado. Su rostro estaba cortado, su abdomen ensangrentado y la mano izquierda de la persona formaba una cruz, como si hubiera sido dibujado con una navaja. Ahí temblé mucho más. Mis gritos fueron acompañados por los truenos, me levante inmediatamente, llevando mis manos hacia mi pecho. Las gotas golpeaban con furia el suelo, el cuerpo de aquel hombre desconocido y a todo lo que estuviera a mi alrededor. Mi estomago se revolvió y quise vomitar, pero me aguanté, sintiendo la necesidad de buscar ayuda. Sin embargo, seguía paralizada y en estado de shock, me mantuve asi por varios segundos. Observando aquel cadáver del hombre desconocido. Un escalofrió fue mi compañía, de nuevo, esa voz susurrada me habla queriéndome torturar. Pronunciando palabras inentendibles. Entonces me doy vuelta, pero, una vez mas no hay nadie a mis espaldas; allí todo fue como una escena de terror. Me asfixio en mi miedo, en la frustración y en la ansiedad. ―Esto no está pasando, no es real – me dije a misma – todo es mentira – pensé. Doy un respingo, al escuchar una respuesta de aquella voz. ―Es real – me dijo, pero su voz era rasposa, baja, como si estuviera en un eco – Es real, Bridget. ―¡No! – chillo, cerrando fuertemente los ojos – cállate, es mentira. Un aire pasa por mi nuca, sintiendo su aliento cerca de mí, rodeándome. Entonces, cuando levanto mi cabeza, veo su cuerpo justo delante del mío y un relámpago ilumina parte de su cara: muy pálida, con rasguños y sangre, sus ojos blancos y uñas extra largas; vestimenta de esmoquin con agujeros en sus pantalones. Esa persona me sonríe y, al hacerlo, las líneas carmesíes son parte de su boca hasta resbalarse por su cuello. ―Corre – dijo. Por unos segundos me quede quieta e inmóvil, con los ojos fijos en aquella persona que ahora rondaba en mi cabeza. Sin embargo, hice lo que me pidió, empecé a correr. Al principio fueron pasos torpes, pero logre correr a toda velocidad, las gotas no dejaban de caer en mi cuerpo y no podía describir el miedo que sentía en este instante. No sabía con exactitud que ocurrió, pero no quería quedarme para averiguarlo, seguí mi rumbo sin dejar de correr. Un ruido espeluznante proveniente de aquella voz me sobresalta y di el doble de mis pasos. Sentía como me perseguía hacia donde me llevaba el viento, podía adivinar que su rostro maniático dibujada la comisura de sus labios, me estaba volviendo loca y necesitaba alejarme de ello. Quería salirme de aquel infierno que ahora me perseguía. Deseaba alejarme y esconderme, quería abrazarme a mí misma, llorar y gritar. Rezar por mi vida y que todo lo ocurrido fuera producto de mi imaginación. Lo deseaba, deseaba que no fuera cierto. Entre varios minutos de correr por las calles, seguía mirando hacia atrás, con las esperanzas de que aquella persona ya no me estuviera persiguiendo. Al no ver nada, exhale llevando mi mano al pecho. «Ya no está» pensé. Al girarme, di un paso atrás. Su sonrisa maniática regresa y sus uñas acarician mi mejilla, rasguñando mi piel. ―¿Estas segura? – pregunta, elevando una ceja. Sus ojos se blanquean más de lo normal, y de sus labios salieron gritos espantosos. Negué con la cabeza y cerré los ojos. «Vete, vete ¡vete!» gritaba en mi interior. Seguí corriendo de nuevo buscando una salida, algún refugio en donde pueda sentirme segura. Busque algún restaurante abierto, alguna persona que pueda ayudarme, una tienda, ¡algo! Pero no encontré un sitio donde no me miren como si estuviera loca. Donde no me vean como si fuera una cosa extraña. Sin embargo, no perdía las esperanzas. Continué corriendo deslizándome por las calles, la lluvia no cesaba y el viendo frio golpeaba mi cuerpo, me estremezco cuando un relámpago ilumina la calle como si estuviese guiándome hacia mi salida; aunque sonara loco, logre encontrar un escondite. Mire una puerta de madera que estaba entreabierta, en el interior de ella pude ver una luz amarilla muy brillante, no me tome el tiempo de observar todo por fuera; simplemente subí los pequeños escalones hasta llegar a la puerta y cerrarla de golpe colocando las palmas de mis manos en ella. Respiré profundo cerrando mis ojos y solté un suspiro, tratando de relajar mi respiración entrecortada. Las gotas de lluvia se habían quedado en mi rostro, deslizándose en mi nariz, mejilla y frente. Suspire de nuevo. «Estas a salvo» pensé para mí misma al sentirme protegida en mi nuevo escondite. ―¿Estas bien mi niña? – La voz de una mujer provoco que diera un pequeño salto, asustándome, sacándome de mis pensamientos – ¿necesitas ayuda? – me pregunto. Fue ahí que me di cuenta que, no solo ella me observaba, sino otras dos mujeres las cuales eran monjas. La primera, tenía su físico de ser una mujer bastante mayor, su frente tenía arrugas y bajo sus ojos resaltaban parte de sus ojeras; sus labios son un tanto resecos formando una línea recta. Sus cejas son redondas y finas, usaba unos lentes de lectura y un collar de Jesús rodeaba su cuello al igual que las otras dos. La segunda, era un poco más delgada y joven, de labios pequeños y ojos verdes, cejas delgadas pero muy formadas, usando una mantilla negra para cubrirse la cabeza al igual que la primera. La tercera mujer usaba la misma vestimenta, calculando su edad debe tener unos treinta y ocho años, sus ojos son grandes y llamativos al igual que su nariz pequeña y respingada; cejas gruesas y perfectas, aun asi tenía una mirada bastante seria. ―¿Quieres que llamemos a alguien? – me pregunto la segunda monja – te ves asustada y parece que algo malo te paso. Negué con la cabeza y descansé mi espalda en la puerta, no quería responderles, de hecho; no podía casi hablar. ―¿Cómo te llamas querida? – insistió la primera monja – no te haremos daño, solo queremos ayudarte. Intenté decir algo, ellas esperaron por mi respuesta, pero cerré mi boca de golpe. Negándome a tratar de responder. Las imágenes del cuerpo tendido en el suelo y la sangre llegaron a mi mente como imágenes turbias que jamás desearía volver a ver, mi respiración cambia de un segundo a otro y mi cuerpo se agita, la presión de ser atacada me perturba y me asusta; abrazándome a mí misma las lágrimas vuelven a caer sobre mis cachetes. Las monjas me observan con sus ceños fruncidos y confusas, dan un paso adelante, mirándome de pies a cabeza con un tanto de desconfianza. La tercera monja me señala por un momento y mira de reojo a sus compañeras. ―No deberíamos de dejarla entrar, no la conocemos – ―¡Por amor a cristo, hermana Rose! – exclamo un tanto enojada la segunda monja – esa no es la forma de tratar a una jovencita, ¿no se da cuenta que necesita ayuda? ―Esta joven acaba de entrar sin permiso a nuestro internado, hermana – repuso la monja de nombre Rose, todavía insegura ante mi presencia – le hacemos preguntas y no responde. ―Quizás solo este asustada ¡no para de temblar! – contesto la primera, luego, dio dos pasos más hacia mi e intenta preguntarme – ¿puedes decirnos tu nombre o de dónde vienes? Me quede en silencio, observándolas a las tres. No quería darle mucha información, estaba aterrada y muy asustada, mi piel pálida seguro me provocaría un desmayo. ―¡Lo ven! No quiere responder – se quejó la monja Rose. ―¡Por favor, hermana, dejémosla respirar un momento! – propuso la primera con seriedad – hay que traerle una manta, la pobre está muy empapada por la lluvia. ―Pero…―intento reclamar la hermana Rose, pero la interrumpieron. ―Pero nada Rose, hay que ayudar a esta joven – decidió la primera moja sin derecho a réplica volviéndose hacia ellas – a Dios no le gustaría que la dejáramos sola, el que ayuda Dios le ayuda ¿no lo recuerdan?   ―Si, hermana – contestaron las dos al mismo tiempo. ―Bien, ahora, hermana Tracie necesito que le busques una manta a la señorita por favor – le ordeno ella. ―Como ordene, Hermana – contesto la monja llamada Tracie en un asentimiento y se fue en busca de la manta. ―Me llamo Selma – se presentó la primera monja ofreciéndome su mano para estrecharla. La mire por unos segundos con un poco de desconfianza y baje mi vista hasta sus manos, las cuales lucían con arrugas donde sus venas y tendones se dibujaban, dándole un aspecto deslucido; con manchas y pecas oscuras. Cuando estaba decidida a estrecharle la mano, sus ojos se abrieron de par en par entreabriendo sus labios con sorpresa, por lo tanto; me di cuenta que había expuesto las manchas de sangre en mis muñecas. La mujer ahoga un grito y la mano que estaba dispuesta para estrecharse con la mía fue directamente hasta su pecho. Su piel palidece y su respiración cambia de un segundo a otro, asustada por mi apariencia dio un paso hacia atrás chocando por un instante con su hermana católica, la cual tenía la misma expresión que ella. ―¡Santo Dios! – exclamo Selma y me dio un repaso rápido de arriba abajo – ¿pero qué te ha pasado jovencita? ¿alguien te hiso daño? – pregunto rápidamente. No le podía responder, me mantuve en silencio. ―Por amor a Dios niña ¡habla! – me pidió casi exigente su compañera – tendremos que llamar a la policía si no nos dices que ha pasado – advirtió ella con un señalamiento de dedo. Negué rápidamente con la cabeza, asustada, no quería que llamaran a nadie. No recordaba lo que hice hace unas horas, asi que tener que enfrentarme a un montón de policías seguramente las cosas vendrían a peor. ―Si no quieres tener problemas, entonces dinos cuál es tu nombre y de dónde vienes – pidió la monja nuevamente cruzándose de brazos. Entrelace mis dedos temblorosos y me pase saliva por los labios, quedándome cabizbaja, mi cabello escurría agua como un gotero mojando el piso de madera con color marrón oscuro, inspire hondo en un intento de hablar; pero mi garganta no me lo permitió. Era como si tuviera algo trancado en medio de ella, provocando que las palabras no me salgan o me faltara el aire al tratar de pronunciar cualquier cosa, para mí era frustrante y cansador, ya que daba todo mi esfuerzo para decir todo lo que pensaba. Intento de nuevo antes de que las monjas pierdan paciencia, abro lentamente mis labios y les respondí en un susurro muy ronco: ―Bridget. ―¿Qué? – me preguntaron, ya que no había pronunciado bien las palabras, fue muy bajo y muy ronco. Tuve que carraspear. ―Me llamo Bridget – respondo con detenimiento, las dos compartieron miradas. ―Muy bien Bridget, ¿Por qué tienes sangre en tus manos? – me pregunta Selma, insistiendo en saber las razones. No le pude responder, un mareo me impidió el hacerlo, de pronto comenzaba a mirar borroso y las figuras de ambas mujeres se convirtieron en sombras. Parpadeo varias veces en un intento de que mi vista pueda aclararse y volver a la normalidad, pero mi intento fue un completo fallo, mis piernas flaquearon y me sostuve del pomo de la puerta; si no fuera por unas manos que me sostuvieron de la cintura y brazos me hubiera caído. ―Hay que llevarla con el enfermero – dijo Selma, en su voz pude percibir su preocupación. ―Es casi media noche, debe estar dormido – le recordó la monja y la ayudo para sostenerme del otro brazo. ―De todas formas, hay que llamarlo – repuso Selma –. esta joven necesita que la examinen, no sabemos que pueda tener, por favor acompáñame para llevarla a mi despacho – pidió. La monja asintió con la cabeza y ambas me ayudaron a caminar. Las punzadas en mi cabeza regresaron y esta vez un poco más intensas, como si estuvieran puyándome el cerebro con alguna jeringa, por lo tanto, soltaba algunas quejas de dolor y me masajeaba la cabeza con la palma de mi mano; sentía pocas fuerzas de caminar. Aun asi, hice lo que pude.                                                                       † Un ruido se escuchó a espaldas de las tres, fue como si un objeto se hubiese caído, cuando nos dimos vuelta para ver de dónde provenía aquel sonido; una chica nos miró perpleja. Tenía sus ojos agrandados sin hacer un solo parpadeo, ya que fue descubierta en su muy obvia escabullida. Usaba un pijama rosa con muchas lunas moradas en el pantalón, su cabello amarrado en una cola alta y en el suelo se encontraba una libreta de color rojo. ―¿¡Que hace despierta a estas horas señorita Clinton!? – reclamo la monja a mi lado izquierdo, frunciendo sus cejas. ―Perdóneme madre, yo solo quería…―ella intento explicar, pero la hermana le interrumpió. ―¿Hacia dónde pensaba irse? – exigió. ―Solo…solo quería beber agua, una disculpa nuevamente – explico la chica, pero su tono no me pareció muy creíble. ―¿Segura que no está mintiendo? – inquirió Selma –. sabe perfectamente que está prohibido entrar al ala de los chicos, mucho menos a estas horas de la noche – repuso. ―Lo sé, pero le aseguro que solo quería beber agua, es todo – dijo. Luego, al percatarse de mi presencia su ceño se frunce ligeramente – ¿Quién es ella? ―Eso a usted no le incumbe – se negó la monja a dar explicaciones – ¡ahora a su habitación! – ordeno. La chica se agacho para tomar su libreta y la abrazo contra su pecho como si fuera de gran valor, se despidió dando las buenas noches y prosiguió a subir una de las escaleras. Las monjas me guiaron hacia un gran pasillo con muchas puertas – deben ser las aulas de cada clase en específico – pensé. Mas allá de ellas, casi al final, se encontraba el despacho de Selma. La mujer saco sus llaves y las introdujo en la perilla, al darle dos vueltas, esta se abrió de inmediato. Prendieron las luces iluminando el interior, la pared se fijaba de un color oscuro, justo atrás del escritorio estaba una cruz pegada a la pared, entre otras decoraciones como cuadros de Dios o frases bonitas de la biblia. Al lado derecho pude visualizar uno de los salmos, escrito con pincel: > ―Ven, siéntate aquí – Selma me guía hacia una de las sillas del escritorio, obedecí y me senté, todavía me dolía la cabeza. La monja busco un vaso de plástico y me sirvió agua en uno de los dispensadores del despacho, al llenar el vaso lo suficiente, se acercó a mi – toma agua e intenta inhalar profundo – me dijo. Agarre el vaso de agua y bebi un sorbo, respire algunas veces inhalando hondo, poco a poco el mareo se iba, pero, todavía continuaba rondando en mi cerebro. Bebi un sorbo más, inspire hondo y exhale, mire por encima del borde del vaso; pero no podía sacar de mis pensamientos la horrenda imagen del hombre tendido en suelo. Aunque por los momentos solo deseaba dormir y olvidar todo lo ocurrido. En los alrededores del vaso, las manchas carmesís quedaron en él, dejando huella de la sangre. ―¡Aquí están! – exclamo la monja Tracie en un suspiro tranquilo, entrando en el despacho – las estaba buscando, pensé que se quedarían en la entrada. ―Tuvimos que traerla al despacho, se había mareado de pronto – explica la tercera monja, de la cual todavía desconocía su nombre. Tracie cerró la puerta tras de sí, después se puso delante de mí para extenderme una manta. ―Toma, asi no tendrás tanto frio – dijo, regalándome una sonrisa cálida. Tome la manta y me la rodee en todo mi cuerpo, al mismo tiempo, mientras me abrazaba para darme calor. ―Su nombre es Bridget – anuncia la tercera monja – solo sabemos eso. ―¿Y cuantos años tienes? – Tracie quiso saber, todavía sin quitar su sonrisa. Ella movió una de las sillas para sentarse a mi lado.  ―¡Ja! Como si te respondiera – soltó la tercera monja en una absurda e incrédula risa. ―dieciséis – respondí de inmediato, algo que no se esperaba la monja. ―¿Y porque andabas sola a estas horas? – se interesó, inclinándose – siendo menor de edad, y, por lo tanto, sin compañía de ningún adulto. No le conteste, ya que no sabía la respuesta. Ellas esperaron a que respondiera, pero no paso. ―¿Tus padres saben que huiste de casa? – insistió. Me encogí de hombros, tampoco sabía que responder a eso, no recordaba. «No lo sé» pensé para mí misma. ―¿Alguien quería hacerte daño? – intenta de nuevo con una pregunta diferente, la cual me hiso estremecer. Me quede callada una vez más. ―¡Asi no puedo! ¡les juro que asi no puedo! – se quejó la monja ante mi silencio. La hermana Selma pasa a mirarla con el ceño fruncido y suelta aire por la nariz. ―¡Solo cálmate Charlotte! – le pidió Selma a la tercera monja – en cualquier momento ella nos tendrá que explicar, y si no lo hace, es porque el asunto es algo grave y tiene miedo de hablar. ―¿Ya buscaron al enfermero? ¡Tiene sangre en sus manos! – expreso con horror la hermana Tracie. ―Primero quiero saber si Bridget está a cargo de algún adulto – respondió Selma, pasando a mirarme – dime Bridget, ¿tienes padres? Necesito saberlo, y quiero que respondas con la verdad. Asentí con la cabeza y me mantuve en silencio, por debajo de la manta los dedos me temblaban, tenía mucho frio. ―¿Te sabes el número de tus padres? Ellos necesitan saber que estas aquí, en cualquier momento se darán cuenta que no estas en casa, y con mayor razón deben saberlo, pueden tomar medidas extremas… ―Como llamar a la policía – completo Tracie –. Tenemos que llamar a alguien para que venga a buscarte. Entendía perfectamente lo que trataban de decirme, si mis padres se daban cuenta que no estaba en casa se preocuparían, incluso sabía que el regaño iba a ser enorme y lo peor es que no tengo ninguna excusa o algún invento para poder explicarles como llegue aquí. Sin embargo, no podía ocultar mucho. Busque con la mirada algún papel que estuviera en el escritorio, encontré un cuaderno verde y un bolígrafo, inmediatamente busque alguna página que estuviera blanca por completo para comenzar a escribir. Las mojas compartieron miradas y esperaron a que terminara, pude sentir las miradas de cada una, fija en los movimientos de mis dedos sosteniendo el bolígrafo, intrigadas en mi respuesta. «Puedo darles el número de mis padres, pero, por favor no me pregunten más» escribí en la hoja. Ellas terminaron de leer y se miraron por algunos segundos como tratando de tomar una decisión, pero, la hermana Charlotte, la tercera y más seria de las tres; enarca una ceja con inquisición sin quitarme la mirada. ―¿Por qué escribes en ese cuaderno? Hace un momento hablaste, no comprendo que necesidad hay de escribir – interrogo. «No puedo hablar mucho, solo se decir pocas palabras» volví a escribir segundos después en el cuaderno, respondiendo a su pregunta. ―Bien – acepto la hermana Selma – llamaremos a tus padres, y no te preguntaremos más, ahora necesito que me des sus números. Asiento con la cabeza y, procedí a anotarle el número de mi madre. Al terminar de poner los dígitos en la hoja, le entregué su cuaderno, ella lo recibió en sus manos e hice lo posible por no mancharle las hojas de color carmesí, pero solo las pequeñas gotas de agua producidas por mi cabello mojado fueron las manchas de dicho objeto. La monja busca el teléfono fijo de su escritorio y pulso cada número como le había indicado en la hoja hasta que el auricular está cerca de su oído, el cual permite que en la bocina se oiga todo lo proveniente de la línea telefónica. Ella espero que respondieran, pero no respondían. ―¿Te sabes el número de tu padre? – me pregunto. Asentí nuevamente y ella me extendió el cuaderno, le anoté los dígitos hasta entregárselo de nuevo. Espere que pulsara los botones del teléfono fijo. Mi cuerpo temblaba y percibí una extraña sensación, como si estuviesen observándome. ―¿Hola? – hablo la monja, cuando le contestaron – sí, buenas noches, habla Selma Smith y soy directora del internado Light and Blessings – se presentó – le llamo para informarle que su hija Bridget está aquí con nosotros. Me mordí el labio en un acto nervioso y entrelacé mis dedos, me imaginaba a mi padre sentándose de un solo respingo sobre su cama al escuchar mi nombre, pero, sobre todo; al enterarse que su hija se había salido a altas horas peligrosas y en plena lluvia a la calle. Era una forma para que su rostro palidezca y se formara un ligero color rosa en sus mejillas por la furia de mi salida no autorizada. El rostro de la monja denotaba un asombro absoluto, de seguro mi padre se había puesto a decir muchas palabras, sobre todo a regañar entre dientes como si estuviera delante de mí. ―Solo puedo decirle que su hija entro a nuestro internado muy asustada, no sabemos que pudo pasarle exactamente, pero, está bien – explico ella, tratando de calmarlo –. Necesito que vengan a buscarla si no es molestia, ya que la joven está muy empapada por la lluvia, quizás ella pueda explicarles los verdaderos hechos de su llegada a este lugar. Quizás no, hermana Selma – pensé. Como dije antes, no recordaba ni lo que había cenado, asi que debía buscar la forma de decir algo creíble, pero en estos últimos tiempos entre mi familia las cosas no han ido bien. Y dudaba ser sincera con ellos. ―Si señor, por supuesto, ya se la paso – respondió la monja, esas palabras me pusieron nerviosa y trague saliva con dificultad –. Tu padre quiere hablarte. Al ponerme los auriculares cerca de la oreja, mi padre soltó sin más, gritando con furia y preocupación: ―¿¡QUE CARAJOS TE SUCEDE BRIDGET!? – su grito provoco que diera un salto sobre la silla donde estaba sentada, estremeciéndome y mis ojos comenzaron a cristalizarse – ¡COMO SE TE OCURRE SALIR A ESTAS HORAS DE LA NOCHE! ¿ACASO NO SABES LO PELIGROSO QUE ES? Un trueno me estremeció, las luces del despacho tintineaban, las monjas subieron sus vistas hasta el bombillo del techo, en un gesto de extrañeza. ―Papa – dije en un susurro mientras mis lagrimas salían y mi garganta me quemaba –. Tengo…tengo… ―¿Qué fue lo que sucedió? – me pregunta esta vez, en un tono más calmado. Quería responderle, pero mi respiración se paralizo de momento, ya que, en un rincón de la pared, desde la altura del techo; un líquido rojo se deslizaba por ella. La sangre se esparcía y su color cada vez era más intenso, mi corazón fue golpeado contra mi pecho, sobre todo, cuando un aire cálido se instala en mi nuca. Tomándome un escalofrió en una sacudida rápida, y mi labio inferior tembló al instante. ―¿Bridget sigues ahí? – la voz de mi padre en línea telefónica, me saco de mi transe. Parpadeo varias veces, las monjas se quedaron observándome confusas y miraban hacia la dirección donde anteriormente había visto la sangre en la pared. ―¿Todo bien joven? – inquirió Selma. Mire de nuevo hacia la esquina, la sangre seguía esparciéndose más rápido hasta casi tocar el suelo, y esa voz, de nuevo me torturaba. ―Cuídate de las sombras, que, aunque sean iguales a ti, no es bueno jugar con ellas – me dijo esa voz. Las luces del despacho tintinearon con mayor rapidez y eso tambien lo notaron las monjas, pero, ¿Por qué no podían ver la sangre? Un trueno espantoso nos estremeció, las luces del despacho se apagaron por completo, y cuando regresaron, el cuerpo de aquella voz se puso delante del escritorio; justo frente a mí. Sus ojos blanquísimos y sonrisa maniática me asustaron, sus largas uñas arrastraron el escritorio provocando que la madera crujiera, estaba petrificada y la piel se me puso de gallina. ―¿Qué es ese ruido? – pregunto una de las monjas mirando por todos lados. La cruz que estaba pegada en la pared cayo del golpe contra el suelo, al mismo tiempo en que un trueno se hiso presente en el cielo, las monjas gritaron ante la situación. Mi garganta no emitía ruido alguno. Solo observaba al demonio presente en el despacho. Mirándome con picardía en un ladeo de cabeza, ahí, una patada se oyó desde la puerta y las monjas volvieron a gritar.  ―¡Jesucristo! Agaché mi mirada hacia mis piernas, solté un grito ahogado y tuve que pararme de golpe, dando pasos hacia atrás. Pude ver como varias arañas rodeaban mis pies, las monjas giraron sus cuellos percatándose de lo que me pasaba, ellas emitieron chillidos y frases de imploración. ―Bienvenida al internado Ligth and Blessings, querida Bridget. Donde muchos secretos oscuros se harán parte de tu vida – pronunció el demonio, y en un abrir y cerrar de ojos, desapareció. 

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