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DOS BEBÉS... UNO MÍO Y UNO DE ÉL

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No nos necesitábamos, en realidad, todo fue un simple capricho, no sé si de la vida, de él, mío o, tal vez, de esos DOS BEBÉS que eran nuestros, de ambos, aunque, al inicio, fueron UNO MÍO Y UNO DE ÉL.

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CAPÍTULO 1
—Papá, por favor —suplicaba una menuda chica de cabello oscuro y ojos azules mientras era arrastrada por ese hombre corpulento y, a pesar de los años, demasiado fuerte—. Solo escúchame, por favor. —¿Escucharte? —preguntó el hombre de cabello cano, deteniéndose al fin, presionando con aún más fuerza la muñeca que sostenía de la chica, quien se quejó audible y visiblemente por el daño que se le estaba infringiendo—. ¿Qué voy a escucharte, Thamara Lester? ¿Vas a explicarme cómo te revolcaste con tu guardaespaldas y quedaste embarazada? ¿O vas a contarme de tus idiotas sueños de futuro con un muerto de hambre? —¡No, papá! —aseguró la joven, intentando zafarse del fuerte agarre con el que era aprisionada por quien mencionaba, pero logrando absolutamente nada—. Solo escúchame, por favor. —¡No tengo nada para escuchar! —aseguró Antonio Lester, furioso, volviendo a andar y arrastrando a la menuda chica que amaba con todo su corazón, pero que lo tenía tan decepcionado y furioso que de verdad le estaba costando trabajo contenerse para no lastimarla—. Está claro el pecado, así que ahora harás la penitencia que te corresponde. —¡Papá, por favor! —¡Papá, nada! El grito de Antonio fue tan fuerte que hasta el alma de la chica se estremeció. Sin embargo, no era de extrañar que Thamara se sorprendiera, pues en toda su vida solo había recibido buenos tratos de parte de su padre, y ahora la lastimaba incluso con la forma en que le miraba. » No quiero escuchar nada de ti —declaró el hombre—. No tengo ganas de oír tus patéticas excusas y, solo para que lo sepas y no te vayas a poner a implorar por él, el imbécil que te hizo eso estará pronto tres metros bajo tierra, porque a los muertos se les entierra. La declaración de su padre hizo que Thamara perdiera toda su voluntad de luchar y, aunque tuvo el impulso de dudar de sus palabras, no había forma alguna de que su padre mintiera. Es decir, personas muertas en su casa o alrededores eran el pan de cada día, y muertos eran como acababan los idiotas que traicionaban a su padre, así que, si Luciano había ido a hablar con su padre, tal como le había pedido que no lo hiciera días atrás, ahora entendía que su padre supiera de su embarazo, y también creía cierto que él estaba muerto. Las piernas de Thamara se quedaron sin fuerza también, así que sus rodillas cedieron y ella terminó hincada en el suelo, como suplicando por qué sabe qué a quién sabe quién. » Levántate —ordenó Antonio en un gruñido, exasperado por las reacciones de esa mocosa que estaba odiando como nunca había odiado a nadie, mucho menos a ella. Era una tortura, incluso para él, la situación en que estaban. Es decir, ella era a quien más amaba, tanto que le había dado toda su confianza y mucho poder, entonces, ¿por qué rayos ahora la quería destrozar con sus propias manos? La respuesta era simple, pero tan absurda y tan dolorosa que no quería aceptarla; además, él no quería ponerla en voz alta, mucho menos cuando posiblemente seguía teniendo ratas en casa que le darían más problemas de los que ya tenía por culpa del imbécil que había enamorado a esa estúpida chamaca. Era su culpa, no dejaba él de pensarlo, por querer criar a su hija ignorando la mierda que ocurría en su vida, entonces la metió en una burbuja color de rosa, irrompible, inquebrantable, y no le permitió aprender que en el mundo había personas malas, y que la mayoría le rodeaban, algunos protegiéndole y otros intentando acercarse a hacerle daño. » ¡Qué te levantes! —gritó Antonio tirando con fuerza hacia arriba el brazo de la chica, arrepintiéndose al verla abrir los ojos enormes y ahogar un grito antes de desmayarse. Antonio suspiró, bajó el brazo con suavidad, logrando que la joven terminara en recostada en el suelo. » Levántala —ordenó para alguien más—, y haz que la revise un médico. El hombre que se acercó a cumplir con las ordenes de su jefe hizo una pregunta de la cual se arrepentiría. —¿Quiere que nos deshagamos...? —comenzó a hablar, pero no terminó la oración, pues la fulminante mirada del hombre le hizo temblar completamente. Hacerle daño a la hija del jefe no era algo que alguien pudiera hacer, excepto el mismo Antonio, por supuesto, y él no se lo haría sin ninguna buena razón, una razón como que la chiquilla se había enamorado de un traidor y le había dado acceso completo a información que no debían soltar si no querían perder mucho y el poder de meter a su casa gente que no debía estar ahí si no querían al enemigo en casa. Y es que era así. Thamara, luego de enamorarse de Luciano, le había convertido en una especie de guardaespaldas-asistente y lo había mantenido tan cerca de ella, y con tal poder, que el tipo había logrado fácil su cometido de infiltración, y ahora tenía tanta información que Antonio sufriría por al menos un par de años. Y otra que sufriría era definitivamente Thamara, quien, por el amor de su padre y su protección, ni siquiera se enteraría de que había sido utilizada por un imbécil que solo quería quedarse con algunos negocios de su padre, pero que aguantaría un parto y luego se quedaría sin su hijo, porque definitivamente los Lester no criarían al hijo de ese maldito traidor. Thamara fue llevada a una casa de campo que jamás en su vida había visto, porque no era propiedad de su padre. Fue encerrada ahí, abstenida de lujos y limitada en comodidades, pues era un castigo lo que ella iba a enfrentar. El principio no fue tan malo, porque cuando despertó aún tenía gente conocida rodeándola, aunque nadie le dirigía la palabra, solo la vigilaban mientras su lesión del hombro, provocado por la ira de su padre, se mejoraba; pero con el paso del tiempo las cosas se tornarían tan difíciles para ella que se daría cuenta de cuán molesto estaba su padre con ella. A Thamara todo le parecía una exageración. No creía que su pecado, como lo había llamado su padre, se mereciera semejante penitencia, porque ni siquiera lo entendía bien. Es decir, su padre sí era un tipo malo que vivía en guerra con otros, mataba gente, secuestraba personas y demás, pero no era alguien que odiara a alguien por tener una condición económica diferente. Su padre incluso le había permitido convertir a Luciano en su amigo, y le dejaba salir con él, lo trataba cordialmente y hasta comieron y cenaron juntos un montón de veces. Thamara había pensado entonces que estaba bien, que estaba bien amar a ese joven que la amaba y la trataba de tan especial manera, y ahora el pobre estaba muerto por haberse atrevido a tocar a la hija del jefe. Las emociones de la chica fueron un desastre del que no se ocuparía por mucho tiempo, es decir, el dolor de haberlo perdido sería rápidamente sustituido por el dolor de perder todo lo demás, porque, en cuando el médico dijo que su hombro estaba bien, ella pareció ser abandonada por su padre. Las personas que conocía, que la cuidaban, que le ayudaban con la limpieza de esa habitación donde estaba encerrada y le llevaban la comida desaparecieron tras su alta, entonces se quedó sola en esa casa, para nada lujosa, con unos cuantos hombres que no conocía y que no parecían tener ningún interés en ella, mucho menos en mantenerla cómoda. El odio que sintió por su padre, por haber matado a Luciano no sería nada en comparación con el odio por abandonarla a su suerte en semejante horrible lugar. El lugar en que estaba no lo conocía, porque había llegado a él inconsciente, pero luego de ser dada de alta, y de que sus sirvientes no llegaran con la cena a su habitación, de dio cuenta de que su puerta no estaba asegurada y salió de la habitación para encontrarse con absolutamente nadie. La casa era de un piso, tenía dos habitaciones, una pequeña sala y una cocina aún más pequeña, además de que carecía de comedor. Gracias al cielo tenía un baño con regadera, aunque no con tina. Su estancia en el sitio definitivamente no serían unas vacaciones. De pronto, sintiéndose sola, y aunque presintió que estaría cerrada, corrió a la que parecía la puerta principal, pero esa sí estaba asegurada, además, una voz proveniente del exterior le informó que la puerta estaba siendo vigilada y se le dispararía a cualquiera que intentara salir. Eso le asustó, pero estaba segura de que sería temporal, así que solo golpeó la puerta intentando desquitar su enojo y confusión, y volvió a su habitación desde donde, por la ventana, vio otra cabaña, una en donde, al parecer, había más personas viviendo, personas que no reconocía y que, sin duda alguna, la estaban vigilando. Lo que iba a pasar con ella era algo que ni siquiera imaginaba, y lo que más le molestaba era el pensar qué pasaría con su bebé. Si le preguntaban a ella, definitivamente lo conservaría, porque era lo único que quedaba del amor de su vida, y lo amaba, pero no creía que su padre lo permitiera, así que era por él por quien más temía. Como fuera, Thamara estaba segura de que ese encierro duraría mucho. La rabia de su padre se disipaba pronto, así que posiblemente pronto llegaría hasta ella y, aunque le debiera suplicar de rodillas, se aseguraría de al menos mantener con vida a su bebé. Porque ese era su deber como madre, mantenerlo vivo, y para ello haría todo lo que su amor de madre pudiera, aunque eso significara renunciar a él.

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