bc

Entre Rejas

book_age18+
72
FOLLOW
1K
READ
HE
forced
kicking
city
like
intro-logo
Blurb

“Que no te atrapen” era el lema que seguía Spreen. Pero un robo fallido a un banco lo llevó a la Penitenciaría de Alabaster, un lugar donde no se aplicaban las reglas habituales y los guardias son mas peligrosos que los criminales.Y el infierno al que entró es sólo el comienzo cuandoconoce a Roier, un guardia de aislamiento que esta dispuesto ha hacer comoda su estadia a cambio de favores.

chap-preview
Free preview
Capitulo 1
Puedes escapar de casi cualquier cosa... Cualquier cosa, menos de ti mismo. Todas esas noches que soñé con liberarme, con salir, nunca supe que estaba encerrado profundamente en los confines de mi propio yo. Rodeado de barras de metal y sujetado con cadenas más fuertes que cualquier otra que pudiera atarme físicamente. Una enfermedad se parece mucho a una prisión, aunque te consume desde adentro. Lo mismo puede decirse de la negación. ¿Cómo sigue revoloteando una mariposa en un frasco de vidrio? ¿Cómo canta un pájaro desde dentro de su jaula? ¿Me merecía todo lo que tenía viniendo a mí? Asumí que sí. Y, sin embargo, nunca habría procesado nada de eso, si no me hubiera despertado con los sonidos de la risa... —Maldición, hombre. Le diste demasiado fuerte. —¿De qué hablas, imbécil? Apenas lo toque. —Hombre, está fuera de combate. Risas, con eco y extrañas. Desconocidas, aunque me recuerda a la escuela secundaria, cuando los niños más grandes se burlaban de mí. Me quitaban los libros de los brazos de un manotazo mientras caminaba hacia el cuarto período de estudio. Odiaba a los hijos de puta deportistas entonces, y estoy seguro de que no los soporto ahora. —Oh, mira. Se está despertando. Mis párpados se abren, el resplandor de una enorme luz fluorescente sobre mí me hace parpadear con fuerza. Me duele mucho el costado de la cabeza, que irradia dolor por el cuello y el hombro derecho. Al echar un vistazo a la sala, veo dos caras vagamente conocidas. Los que me arrastraron a esta sucia habitación desde otra sucia habitación. Sí, ahora lo recuerdo... Y me golpearon en la cabeza por una razón que no recuerdo del todo, aunque estoy seguro de que estaba justificada. —Es un placer tenerte de vuelta con nosotros, cariño. —Uno de los imbéciles me pone de pie, donde me tambaleo por un momento, notablemente más suelto sin las cadenas—. Ahora, vamos a intentar esto de nuevo. Desnúdate y agáchate. —Eres un marica. —se ríe el otro guardia. —En tus sueños. —Me empuja el primero contra la pared mientras se dirige a su compañero. Entonces sus ojos se dirigen de nuevo a mí. —Mira, este es el único momento en este lugar, en el que te agacharás por decisión propia, así que, si yo fuera tú, lo disfrutaría. Sé lo que está pasando. No soy estúpido, y por mucho que lo haya sentido toda mi vida, no estoy loco. Sólo que no me apetecía mucho esta parte... Me planteo volver a pelear, aunque la primera vez no me funcionó precisamente bien. Además, he estado mirando las pistolas paralizantes en la cadera izquierda de cada guardia, y las Glocks reales en la derecha. No estoy seguro de por qué necesitan ambas, pero tengo la sensación de que, si no coopero, lo descubriré antes de lo que me gustaría. Vacilante, y lo suficientemente lento como para ganarme suspiros de frustración y miradas de reojo de ambos guardias, me quito la camiseta por la cabeza, me desabrocho los vaqueros y me deslizo fuera de ellos. Una vez en calzoncillos, permanezco allí un momento, frunciendo el ceño lo mejor que puedo. Por desgracia, los guardias parecen aburridos y no les afecta en absoluto mi mirada. Así que exhalo un largo suspiro y me bajo mis calzoncillos rosas favoritos con conos de helado que me regaló Lola por mi cumpleaños. No es exactamente mi elección ideal para vestir delante de estos tipos, pero no había previsto que esto sucediera cuando me vestí ayer por la mañana. —¡Whoaaa, mira ese pene! —Uno de los guardias grita mientras el otro aplaude. —¡Bravo, chico! Es una gran pitón. ¿Qué mierda? Levanto una ceja y los dos se echan a reír. —Es broma. —El de la izquierda cruza los brazos sobre el pecho—. Hemos visto un trillón de p***s. La tuya no es especial, así que deja de actuar como si esto fuera un striptease para nuestro beneficio. Esto es literalmente la peor parte de mi trabajo. Mis ojos se dirigen hacia el de la derecha cuando salta: —Sí, cuando me gradué en el instituto mi orientador no mencionó que no ir a la universidad supondría buscar drogas y armas en el recto como carrera. — El otro guardia se ríe—. Por el amor de Dios, date la vuelta y agáchate de una puta vez para que podamos acabar con esto. Apretando los dientes, hago lo que me dicen, me giro lentamente y me agacho por la cintura. Miro fijamente las grietas del hormigón para distraerme de los pasos que hay detrás de mí. Y el chasquido de un guante de goma. Y la sensación fría y sin lubricación de un dedo empujando dentro de mí. Dios mío, esto es horrible. Esa grieta recorre todo el camino hasta el suelo. Y mira, hay una cucaracha muerta. Bien. Después de lo que parece una hora agonizante de tanteo en busca de armas que pudieran caber en mi culo, el único guardia suspira: —Muy bien. Está limpio. —Creo que lo disfrutó demasiado. —se ríe el otro. No puedo decir si me está hablando a mí o al que acaba de registrarme. Debe ser a este último. Porque fue el momento menos agradable que viví en mucho tiempo. Uno de ellos abre un momento la pesada puerta de la habitación y toma algo de alguien. Parece ser ropa. Un mono. El tono de gris más desteñido que he visto nunca. —Póntelo. —me lanza la ropa y la atrapo justo a tiempo. Al examinar el mono en mis manos, no puedo evitar notar... —¿No hay bóxers? —Mi barbilla se levanta en su dirección. Uno de ellos se ríe mientras el otro sonríe. —¿Va a ser demasiado incómodo para ti, princesa? —Abro la boca, pero él sigue—: No te preocupes. No estamos aquí para satisfacer tus necesidades, y seguro que nos importa una mierda si ir de comando te hace infeliz. Parpadeo un par de veces antes de meterme en mi nuevo vestuario. La ropa está muy almidonada y tengo que tirar del cordón de los pantalones casi hasta el final para atarlos bien a la cintura. —Esto es una poronga. —gruño sin que nadie se dé cuenta, ni siquiera yo. —Todo aquí apesta. —El guardia se agacha y vuelve a atar las esposas de cadena alrededor de mis tobillos, luego me agarra con fuerza por las muñecas y hace lo mismo, mientras su compañero abre la puerta y sale delante de mí. Me tiende la mano ante un largo tramo de pasillo ominoso—: Bienvenido a la penitenciaría de Alabastro. 1 semana antes... Mi mente se siente como una estación de televisión, que es todo estática. Sin programación. Sin preocupaciones, sin pensamientos; nada en absoluto. Sólo el vacío. Por ahora. Esto es lo que me gusta. La tranquilidad. Cuando el ruido se acumula, me dan ganas de hacer locuras sólo para silenciarlo. El humo de mi cigarrillo se arremolina en el aire, dispersándose y extendiéndose por la habitación. Hay una neblina, ya que Lola y yo estamos fumando en este momento. Nos gusta fumar cada uno su propio cigarrillo cuando terminamos de coger, y es porque no estamos juntos. No compartimos un cigarrillo como un ritual tranquilo y reconfortante después del sexo, que nos une mientras estamos desnudos y saciados en su pequeña cama. No somos ese tipo de cosa. No somos ningún tipo de cosa. Si comparto un tiempo con Lola, es antes de garchar, cuando estoy en mi frenesí y ella se prepara para tomar lo que le doy, para librarme del ruido en mi cabeza. Pero después del orgasmo, y nos hayamos calmado, somos dos planetas individuales, girando en el espacio, sin que nada nos una al otro. Por eso me gusta Lola, no espera nada, no quiere nada. Y nada es lo que obtendrá conmigo. Vacío. —Mi hermano quiere que lo llames —habla por fin después de lo que parece una eternidad en una mente apagada—. Dice que tiene algo para ti. —Gracias. Rodando fuera de la cama, voy por mis pantalones, vistiéndome apresuradamente. Es el momento perfecto para llamar a Karchez. Estaba a punto de empezar a buscar mi próximo trabajo, de todos modos. Necesito más fondos, ya que estoy ahorrando para una nueva vida y todo eso. Algún día me atreveré a ir a otro sitio... A viajar. Alejarme de ese detective del precinto sesenta y uno que se la agarró conmigo. Estoy bastante seguro de que me están siguiendo. Por supuesto que sé cómo perder a alguien que me sigue, no soy un aficionado. Pero sigue siendo un inconveniente. Mientras busco el pomo de la puerta de la habitación de Lola, su vocecita me asalta la espalda. —¿Quieres hacer algo este fin de semana? La miro por encima del hombro. Está sentada en su cama, la sábana sólo le cubre la parte inferior, con sus tetas a la vista. Lola tiene veintiún años y su cuerpo tiene esa tersura juvenil, aunque su piel pálida está salpicada a menudo de moretones. Ella hace cosas; sé que las hace. Pero no pregunto. Porque no me importa exactamente. Se aparta un mechón de cabello n***o azabache de la cara. —¿Como pizza y películas? Lo que sugiere es algo fuera de lo común para nosotros, y puede ser porque últimamente he estado a la deriva. No a la deriva en ningún sitio en particular, pero creo que la corriente de mis comportamientos me está alejando de Lola. No sé si eso me molesta o no. Disfruto de su compañía, sobre todo porque es desenvuelta y está dispuesta a todo. No hace preguntas y me ayuda a calmar el ruido, lo cual es muy necesario en esos días en los que vuelvo de un trabajo, desbocado por el miedo y la adrenalina, requiriendo más atención de la que solo mi mano podría dar. La última vez, no pude parar de reír; de forma maníaca, como si el Joker hubiera esnifado gas de la risa. Se arrastró sobre mis caderas y se deslizó sobre mí mientras presionaba sus pulgares en la posición perfecta sobre mi garganta. Las estrellas estaban vivas, nadando en mi visión, como un caleidoscopio. —No se si estaré por acá este fin de semana. —respondo, observando sus ojos azules en busca de una señal de que está decepcionada. No veo nada y, de nuevo, no estoy seguro de que esté decepcionada. Tampoco estoy seguro de ser capaz de percibir esas cosas en otras personas. —¿Vas a algún sitio? —Apaga su cigarrillo en el cenicero de la mesita de noche. —No. Pero si este trabajo de tu hermano resulta, estaré trabajando. —¿Así que podrías estar por aquí? —Siempre estoy por acá... —Bien. —Se tumba boca abajo y me hace un gesto con la mano. Se acabó la conversación. Es hora de irse. Salgo de su apartamento en menos de diez segundos y de su edificio en otros diez. Mi hermoso bebé, Zadira, me mira desde la acera y casi sonrío. El candy paint es una maravilla. Apenas recuerdo cómo era antes de que le diera el cambio de imagen. Me subo a mi Audi R8 Spyder y me alejo, bajando a toda velocidad por las calles laterales hasta Ocean Parkway, mientras digo gracias por ahora a Crown Heights y cruzo de nuevo a mi territorio. Brooklyn ha sido mi hogar durante toda mi vida. No conozco ningún mundo fuera de Nueva York. Lo más lejos que he ido de mi casa es a los Hamptons. Sueño con huir a un clima cálido. Suele ocurrir después de una fuga especialmente angustiosa, mientras estoy tumbado en cualquier lugar que me mantenga seguro en mi aturdimiento posterior al orgasmo. Veo arena y sol, aguas azules y claras y pájaros de colores. Bebidas gaseosas de color rosa con paraguas. Eso estaría bien. Por fin vuelve a hacer calor en la ciudad después de un invierno traicionero. Por primera vez en seis meses puedo salir a la calle sólo con una camiseta y unos jeans. Hago una llamada con el Bluetooth y sólo medio timbre después, mi amigo Karchez está refunfuñando por los altavoces. —¿Qué pasa, Buhaje? Pensé que no tendría noticias tuyas. —suena como si estuviera comiendo, lo cual es asqueroso. Odio cuando la gente mastica en el teléfono. —Bueno, tendrías noticias mucho antes si me llamaras en lugar de pasarme los mensajes a través de tu hermana. —Pongo los ojos en blanco, aunque los únicos que pueden verme son los robots de la cámara de tráfico del semáforo que me acabo de saltar. —¿Qué puedo decir? Me conviene mantenerte en mi familia. —se ríe, y mis dientes se aprietan. No soy de su familia y nunca lo seré. No me voy a casar con su jodida hermana. —Bien, vayamos al grano, idiota. Tienes algo para mí... —Exhala un sonido —. En efecto, lo tengo. Mi primo, Ray... Ya lo conoces. En fin, conoce a un tipo que puede meterte en el Municipal de Flatbush. Un escalofrío palpable me recorre. Llevo tiempo esperando una entrada en el Municipal. Su seguridad es ridícula y tienen un montón sin marcar a mano. Ya conozco el trazado porque llevo casi toda la vida en la zona. Un par de semanas de preparación y podría estar lo suficientemente listo como para hacer esa escapada para la que estuve ahorrando. —Pero hay una condición —dice la voz de Karchez, y espero a que se explaye. Esa suele ser siempre la condición—. Tiene que ser este fin de semana. Estoy tan sorprendido que casi piso el freno por accidente. —¿Qué? ¿Este fin de semana? Eso es como en cinco días. Mierda, no. No soy un boludo. No lo soy. Mi padre me enseñó a ser mejor que un ladrón de poca monta. Más importante aún, me educó para seguir una regla por encima de todo: No te dejes atrapar. Sin suficiente tiempo de preparación, es casi una garantía de que esa regla se romperá. —Vamos, Spreen. Eres un puto profesional —continúa Karchez, como si los halagos fueran a convencerme de hacerlo—. Sé a ciencia cierta que llevas años explorando el municipio. No es que no conozcas ya el lugar lo suficientemente bien. —Eso no tiene nada que ver. —Enciendo los calentadores de mi asiento ya que de repente estoy temblando—. No trabajo como un aficionado. Ya deberías saberlo. —Lo sé. Pero también sé que, a partir del viernes por la tarde, el Municipal tendrá más billetes sin marcar que cualquier banco de la ciudad. —Se me hace la boca agua—. Y el sábado por la tarde la mayor parte estará recogida, lo que significa que sólo tienes un margen de unas dieciocho horas. Mi chico puede hacerte entrar. —El pibe de Ray. —lo corrijo, asegurándome de que sabe que no puede optar a ningún tipo de corte extravagante aquí. Se ríe. —Sí, el pibe de Ray. Entonces, ¿le digo que te apuntas? Mi mirada se clava en las líneas amarillas que desaparecen bajo mi vehículo mientras conduzco. No estoy seguro de que deba hacerlo. En realidad, estoy casi explícitamente seguro de que no debería. Mi padre me enseñó bien, y sé que, si estuviera aquí ahora mismo, me daría una bofetada en la cabeza por haber escuchado siquiera a este "gil". Eso es tonto en Argentino Giro a la derecha y doy la vuelta a mi manzana, arrastrando a Zadira por el bordillo frente a mi casa. Apago el motor con una exhalación y le doy una mirada. Mi casa, que no se siente como tal desde que tenía quince años. Es una cámara de tortura. Un cúmulo de calamidades y expectativas podridas de novecientos cincuenta metros cuadrados. Incomodidad. Desconfianza. Asco. —¡¿Spreen?! ¿Estás ahí? ¿Hola? Parpadeo. —Sí, te llamo luego. —Le cuelgo a Karchez mientras sigue hablando y me obligo a salir del coche. Cada paso que doy en la escalera es más pesado que el anterior, y mi mano sigue temblando cuando abro la puerta principal. Siempre es así. Odio este lugar. Me da miedo volver. No tengo muchos amigos. Y los amigos que tengo son unos pelotudos, como Karchez, siempre buscando sacar algo de mí. No puedo considerarlos mis amigos ni nada por el estilo... Nada lo suficientemente sólido como para ir a dormir con ellos. La cosa es que tengo suficiente dinero para conseguir mi propio lugar. O incluso para quedarme en un hotel... Me gustaría ganar más dinero para mi estrategia de salida, pero tengo una parte decente ahorrada. Y, sin embargo, no me atrevo a dejarla... Es enfermizo, lo sé. No debería querer nada más que abandonarla, como hizo papá. Pero no puedo hacerlo. No puedo, y eso me marea. Al cruzar la puerta y entrar en la cocina, mis ojos se mueven para asegurarse de que no se ha levantado. Rara vez se levanta. Nunca sale de su habitación, a no ser que vaya a la cocina a servirse una bebida o a tomar algo ligero para comer. Me escabullo para que no tengamos que cruzarnos. Caminando en silencio hacia mi habitación, paso por delante de la suya y me estremezco. El tiempo se ralentiza mientras miro fijamente la madera, pensando en lo que hay al otro lado. Sacudiendo la cabeza, me obligo a moverme y entro en mi habitación, cerrando la puerta tan suavemente como puedo detrás de mí, y cerrándola con el candado que compré en la ferretería. Una vez que sé que nadie más puede entrar, puedo respirar mejor. La niebla que rodea mi visión se aclara y noto que mi ritmo cardíaco se estabiliza. Debería ducharme, ya que huelo a sexo y a cigarrillos, pero suelo esperar hasta la mitad de la noche para hacerlo, para asegurarme de que se haya desmayado. En lugar de eso, me saco la camiseta por la cabeza y la tiro al suelo. Al pasar por el espejo agrietado de la parte posterior de la puerta de mi armario, mi reflejo me llama la atención. Me paso los dedos por el cabello n***o y me lo tiro brevemente. No soy excesivamente vanidoso en muchos aspectos, pero cuando se trata de mi cabello y de mis tatuajes, disfruto encajando las visiones que tengo de mí mismo. No estoy muy seguro de lo que significa... Estoy algo cansado. Las ojeras son una prueba de eso. Ahora mismo no están mal, pero no duermo mucho cuando no tengo proyectos en los que trabajar. Necesito mantenerme ocupado. Es lo único que calma el ruido. Bueno, eso y el sexo; alguna forma de orgasmo. No sé por qué soy así... simplemente lo soy, y no tiene sentido analizarlo demasiado. Lo único que sé es que debo pensar en un próximo movimiento pronto, o empezaré a dar vueltas. No puedo volver a ponerme así... Paso las horas dando vueltas por mi habitación, considerando si debería aceptar el trabajo del primo de Karchez. Es estúpido siquiera considerarlo, pero la cantidad de dinero que podría ganar en quince minutos allí es casi irresistible. Sacudiendo la cabeza, me tiro al suelo y empiezo a hacer flexiones. Me ayuda a concentrarme. 1, 2, 3... No tiene por qué ser este fin de semana. 8, 9, 10... Llevo un tiempo esperando el Municipal, pero estoy seguro de que volverá a surgir. 16, 17, 18... He explorado algunos otros. Elegiré uno y será ese. 24, 25, 26... Simple. 28. 29... Seguro. 30. —Una cosa segura, hijo de puta. —Exhalo con fuerza, levantando el torso para poder aplaudir entre una y otra, perdiéndome en la cuenta hasta que he hecho cien y me tiemblan los brazos. Caigo boca abajo y me estiro, cerrando los ojos. Cientos de miles de dólares pasan por mi mente. No soy una persona codiciosa. La única razón por la que quiero el dinero es porque no tengo otra forma de conseguirlo. Claro, trabajando en la tienda podría pagar las facturas... apenas. Quiero decir, esto es la ciudad de Nueva York después de todo. Es difícil encontrar un trabajo que te ayude a llegar a fin de mes y ahorrar para una posible escapada. Y no soy exactamente egoísta, simplemente no tengo a nadie en quien confíe o que me importe lo suficiente como para compartir mis ganancias. Lola y yo vamos a comer pizza de vez en cuando. A veces salgo a tomar algo con Karchez y sus estúpidos amigos. Fuera de eso... estoy solo. Mi mente instintivamente va hacia el pasillo... hacia mamá. Claro, si finalmente me animo a salir, tendré que asegurarme de que alguien se ocupe de ella. Pero ese es un dolor de cabeza en el que no tengo ganas de pensar ahora. Miro el reloj de la mesita de noche y veo que son más de las doce de la noche, lo que significa que puedo ir a ducharme. Se me revuelve el estómago. Creo que pediré comida con Postmates y haré que me la entreguen en mi ventana de nuevo, así no tengo que arriesgarme a que suene el timbre o a que el ruido en la puerta principal llame la atención. Tomo una muda de ropa y abro la puerta lo más silenciosamente posible, pasando de puntillas por la habitación de mamá hasta el baño. En la ducha, lo hago rápido, luego salgo y me visto, sentándome en el borde de la bañera mientras pido unas hamburguesas. Pero me quedo paralizado. Mi barbilla se levanta mientras miro fijamente la puerta del baño. Me pareció oír algo. Conteniendo la respiración, espero. Tal vez era el ruido en mi cabeza... A veces es difícil distinguirlo. —¡Spreen! —Un fuerte lamento atraviesa mis tímpanos y me estremece. Dejo caer el teléfono y me cubro la cabeza con los brazos—. Spreen, por favor, cariño. Mamá te necesita. —Vete a la mierda... —gruño contra mis rodillas, meciéndome de un lado a otro. —Sólo déjame en paz. —¡Spreen... por favor...! —¡NO ME ROMPAS LO HUEVOS! —rujo y me levanta de un salto, golpeando la puerta del baño. Me dirijo a su puerta y la golpeo con mis puños cien veces mientras ella grita mi nombre desde el interior de la habitación. Su voz me penetra en el cráneo como una vena abierta. El ruido, ruido y ruido aumentan la presión como una lata de refresco agitada a punto de estallar. Spreen... Eres la estrella del baile de mamá. No... por favor, no... Finalmente, nuestro vecino del apartamento de arriba empieza a golpear el suelo para hacerme callar, lo que consigue. Al menos, momentáneamente. Me meto en mi habitación y doy un portazo tan fuerte que hace vibrar el panel de yeso. Cierro el candado con rapidez y corro hacia mi cama, saltando y tapándome los oídos con todas mis fuerzas. Spreen, mamá te quiere... Ya no necesitamos a papá, ¿verdad? Las lágrimas caen de mis ojos. No. Supongo que no lo necesitamos. Cuando mis párpados se abren, la luz entra por las rendijas de las persianas. Me pesa la cabeza por todo el estrés de la noche anterior... Los gritos y el llanto. Solo tengo veinticinco años pero siento que tengo una década mas con toda esta pesadez en la cabeza. Parpadeando, me dirijo a mi armario y muevo la falsa pared, metiendo la mano dentro. Tomo mi pequeña caja fuerte e introduzco la combinación, algo que nadie adivinaría jamás, y la puerta se abre con un clic. Saco mis pilas de dinero de una en una. No hay tanto como quisiera. Trescientos cuarenta y dos mil. No es suficiente para toda la vida. Si intento irme con este poco dinero, acabaré haciendo más trabajos una vez que llegue a mi destino, lo que desvirtúa el propósito de la jubilación. Ok, piensa, Spreen. Esto no es un gran problema. Termina de explorar las otras ubicaciones, escoge una y haz tu jugada. Suspiro y cierro los ojos. Sí, eso si puedo evitar al detective pene flácido. Últimamente, él y sus hombres me siguen cada vez más. Odio mirar constantemente por encima del hombro. Pronto descubrirán mis maniobras de escape. —La puta madre... —Sé lo que tengo que hacer. Guardando todas mis cosas, voy a mi teléfono. Es arriesgado, pero Karchez tenía algo de razón. Soy una leyenda en estos lugares. Si alguien puede hacer esto, soy yo. Hago la llamada y reanudo el ritmo de la noche anterior. —Hijo de puta —se ríe Karchez al teléfono—. Esperaba que entraras en razón. Me froto las sienes con los dedos—. Sí, sí. Escucha, dile a Ray que primero tengo que conocer al pibe, no trabajo con extraños. —Por supuesto. ¿Crees que nací ayer? —Y si voy a hacer esto en cuatro días, tendré que empezar ahora. —¿El lugar habitual? —pregunta Karchez, sonando como si ya se hubiera levantado y movido. —Decile que estaré allá en diez. —Me pongo las botas y hago una pausa—. Que sean quince. Tengo que esquivar a alguien.

editor-pick
Dreame-Editor's pick

bc

Prisionera Entre tus brazos

read
85.7K
bc

(+18) 40 Días de Sexo - Quédate en Casa

read
190.1K
bc

TÚ ME PERTENECES (BL)

read
18.1K
bc

Only Mine

read
10.7K
bc

Entre mi salvador y mi verdugo

read
4.1K
bc

Navidad con mi ex

read
8.7K
bc

Mi Sexy Vecino [+18]

read
49.9K

Scan code to download app

download_iosApp Store
google icon
Google Play
Facebook