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El capricho del mafioso

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—Nunca me hará suya, o no realmente — sus palabras me encantaron, si, me encantaban los retos.

—¿Por qué?—

—No sería capaz de entregarme a un hombre de su categoría. — se me hizo imposible no sonreír.

—¿Qué quieres apostar que serás mía?— esta vez quien sonrió fue ella.

—Yo no apuesto —

—Porque sabes que vas a perder. —

Leandro Macintosh nunca había enloquecido por una mujer, y muchos menos por una que no sintiera nada por él, por eso le costó más que ser guapo para enamorarla.

¿Será un capricho pasajero el deseo de tenerla, o será un capricho eterno?

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Capitulo 1. Señorita Davis.
En la sala de reuniones habitaban un grupo de empleados que parecían un tercer grado cuando la maestra los dejaba solos por dos minutos. Habían muchas vociferaciones, estaban como locos, ansiosos por la llegada de ese ser, en pánico ante su aparición. Todos estaban inquietos y aunque tuvieran un lugar para sentarse, incluso mantenerse sentados le costaba. Esos que llevaban corbata hoy sentian que el nudo estaba más apretado de la cuenta y las que llevaban medias debajo de la falda la tela les picaba. —Buenos días — todo por él. Aquella imponente voz hizo eco en todo el murmullo. De pie en la puerta se encontraba el dueño de la compañía más grande de toda Bahamas, su empresa es la que hace posible que la isla sea la mas dependiente del turismo en el caribe, pero actualmente pasaban por una situación incómoda. La prensa habia publicado en la portada de uno de los periódicos más leidos tanto como físicos y digitales un artículo que en parte dañaba la imagen de la empresa y el dueño, por lo que en el día de hoy habían citado dicha escritora. Todo mundo en el salón hizo silencio, se sentó correctamente y guardó sus ansias y su nerviosismo. —Buen día Señor— respondieron ante su jefe. Lo que a él más le molestaba era que las cosas le salieran mal, y segundo, tener que tratar con personas. —Iniciemos lo más pronto posible, tengo cosas que hacer— sin darle mucha importancia a lo que ya estaba acostumbrado a que sucediera en su empresa ante su presencia, se paseó por toda la sala hasta tomar asiento en su honorable sillón. —La escritora no ha llegado, señor— su asistente personal, si, un hombre, le hizo saber. El no queria la tipica secretaría para que creyera que podia seducirlo y que terminarían en la cama. No queria mujeres seduciéndolo a cada instante, por eso es un hombre quien maneja su agenda. —¿Acaso no le dijo a que hora debia de presentarse conmigo? No tengo tiempo para que ella escriba cosas de mi empresa que no son ciertas, y mucho menos que llegue tarde a la reunión. A quien le conviene esto es a ella. —Sus duras palabras volvieron a hacer estruendo en todo el espacio en el que se llevaba a cabo la reunión. —Disculpen, buenos días. Falta un minuto para las diez de la mañana señor Macintonsh, lo que me hace puntual todavía. Y no creo en lo absoluto que esto me conviene a mí más que a usted, a mi empresa no es a la que le bajan los ingresos. — una voz sumamente cálida al lado de la del empresario hizo a todo mundo alucinar. Una mujer de estatura promedio, de tez blanca, cabello muy largo n***o, ojos grisáceos, con un bonito vestido rojo ceñido a su cuerpo puso a todos allí a quedar sorprendidos ante su repentina aparición, con un tremendo temperamento que no le quitaba verse dulce, pues llevaba una media sonrisa en su rostro que la hacia ver totalmente cómoda con la situación, cordial y segura de si misma. El mismo empresario Macintosh tuvo que apretar los labios y contenerse ante su respuesta. ¿Acaso ella no sabia que no se le hablaba así a ese hombre? —Solo tome asiento...— le habló sin dejarla de mirar un solo segundo mientras trataba de recordar el nombre de ella. Ese que estaba digitado debajo del artículo que desacreditó la empresa. —Ariadna Davis, señorita Ariadna Davis— le contestó ella misma tomando asiento plácidamente, sin incomodidad alguna, colocando su cartera sobre sus piernas cruzadas manteniendo la mirada fija con el Señor Macintosh sin inconveniente alguno. Un carraspeo del gerente de la compañía fue el que hizo aterrizar a Macintosh, quien aún no entendía de donde había salido esa mujer. —Bien, no le daré vueltas a esto porque ya sabe por qué se le ha convocado hoy aquí. Mis empleados y yo formamos una compañía limpia, exitosa, capaz de producir grandes cantidades de dinero, con buen manejo financiero, con una actividad que justifica a la perfección la producción económica que tenemos mensualmente, que es el turismo. ¿Que le hizo hablar en contra de nuestra compañía? ¿Envidia? — si algo le admiraban a ese hombre todo mundo era su manera de expresarse. El señor Macintosh era un hombre dominante, capaz de lograr todo lo que se proponía, un ser grande, exitoso, atractivo, sin pelos en la lengua, ponia en aprietos a cualquier persona y no se ahorraba comentario alguno. —No escribí sobre su empresa por gusto, no vaya a creer eso. Hay tantas empresas de las que me gustaría hablar y no para escandalizarlas, sino para felicitarlas por su buen desempeño en el ámbito laboral. Pero usted y su empresa señor Macintosh han estado siendo evaluados hace mucho tiempo por el mercado laboral y turístico, hay cosas que no se justifican así como usted lo dice. Lo que menos quería era hablar de esto en el periódico, pero a mi me dieron su caso y yo, todo lo que escribo lo hago con certeza— una o se formó en la boca de muchos de los empleados que presenciaban la conversación. Ellos se preguntaban, ¿como ella se atrevía a hablarle así a uno de los empresarios más grandes de Bahamas?. Macintosh apretó el lapicero que llevaba entre su mano. Quería romperlo en este instante. —Señorita Davis, tanto mis empleados como yo si podemos justificar lo que sea que tengan en duda, pero considero que poniendo mi empresa en el periódico como si tuviera que ver en negocios ilícitos solo para afectar mis ingresos y la demanda turística que tenemos por excelencia, es de muy baja ética profesional. ¿Por que mejor no se dirigió a mi antes de hacer esas afirmaciones y publicarlas? Podíamos hablarlo y usted luego aclaraba las sospechas en su periódico — —¿Y por que tendría yo que hablarlo primero con usted? ¿Si no es cierto a que le teme? ¿Que le preocupa? La perdida de unos cuantos millones no lo hará mas rico ni más pobre. Yo no acepto chantajes, señor Macintosh. Además, estuve investigando y son muy pocos los periodistas que se comunican con usted directamente — ni cuantas agallas. Los ojos del empresario estaban clavados de manera furtiva en ella. La atacaba con la mirada. —Yo soy el encargado de dar declaraciones señorita Davis, no el señor Macintosh — intervino un técnico publicitario. —Si lo que quería era tener mi atención directa, ya la obtuvo, Davis. ¿Ahora que pretende? — esas palabras le molestaron. —¿Su atención? ¿Que le haría creer a usted que yo quiero la atención de un hombre que tiene posibilidades de no ser exitoso por lo que aparenta? —La manera en que lo cuestionó hizo que todo mundo en la sala emitiera murmullos. — Y no pretendo nada, señor Macintosh, simplemente continuar con mi trabajo. Si no tiene nada más que decirme, más que puede justificar la producción de dinero tan alta que tiene, me tengo que ir. Yo si tengo cosas importantes que hacer, como por ejemplo, empezar a redactar mi segundo artículo sobre un hombre arrogante muy exitoso dueño de una compañía que está en la mira. — se puso de pie y miró a todos con una linda sonrisa. —Ha sido un placer haber estado con ustedes, pasen lindo día. Hasta luego señor Macintosh — —Hasta pronto, Señorita Davis— a penas entre dientes pudo emitir el empresario. El sonido de sus tacones abandonar la sala hizo que todos miraran al jefe. —Pueden todos retirarse y ni una sola palabra de esto. Si me entero de que alguien ha estado comentando lo que sucedió esta mañana aquí, estará despedido— todos asintieron y rápidamente salieron de la sala, tan solo quedándose con él su mano derecha. Pasó sus manos frustradamente por su cabello, aflojó su corbata con rudeza y lanzó la pluma que tenia en sus puños hace rato contra el gran ventanal de la sala de reuniones. —Tranquilo, solo dime que hacer, esto no es tan difícil. ¿La mato? — las palabras de su mano derecha no lo calmaban en lo absoluto. La fria mirada de Macintosh recorrió el rostro de su amigo. —No. — —¿Y entonces? ¿Vas a dejar que hunda esta empresa? Va a escribir sobre ti, no puedes permitirlo. ¿La matarás tu? — le preguntó con desesperación. —La quiero, quiero tenerla en mis manos si o si, cueste lo que cueste. Secuestrala—

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