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Yo soy Victoria

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Blurb

Victoria nos cuenta la historia de su vida, sus aciertos y fracasos, sus secretos más íntimos. La relación secreta con su prima, dentro de una familia que va sobreviviendo a las vicisitudes de la vida.

La primera vez que se miró al espejo se llevó una terrible decepción al descubrir que no era como todas las demás niñas, su piel no era blanca, ni era rubia. Victoria era todo lo que nadie quería ser, en esa época. Victoria era morena igual que su papá.

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1.
1.987 La primera vez que me detuve frente al espejo para verme, me llevé una gran decepción. Lo recuerdo bien, tenía apenas siete. Siempre me había imaginado que era una niña blanca, como el resto de mis amigas. Aunque mi mamá era tan blanca como las actrices de las películas, yo era tan morena, y tenía el cabello ondulado. Según ella, era bastante desarrollada para mi edad. Lo que ese día descubrí era que yo era todo lo contrario al resto de las niñas que veía en las calles y en la escuela. Fue eso lo que afectó mi autoestima desde esa edad, yo no me sentía bien con mi apariencia. Despertaba siempre media hora tarde. —¡Ahí estás! Desayuna rápido y vístete que llegamos tarde. Me embutía a la fuerza leche y las galletas siempre a las rápidas, para luego salir corriendo a la escuela, y en el camino la panza me dolía. Eso se repetía de lunes a viernes. Siempre era el mismo lío, y siempre llegaba cuando sonaba la campana. —Apura y ponte los guantes… Mi hermana mayor me dejaba en la puerta de la escuela Santa María de los Milagros, que era solo para niñas, en las que todas las maestras eran monjas. Supe que me gustaban las chicas cuando a los ocho, sor Catalina, una italiana de ojos verdes, me acarició la mejilla con tanto afecto que, muchos años después, buscaba que alguien me diera el mismo cariño que ella me ofrecía, pero volvamos al asunto. De sor Cata, yo era su favorita, y en ese entonces me gustaba ser su centro de atención. Recuerdo que a sor Cata, siempre la hacía quedar mal, cuando hablaba de lo bien portada que yo era, yo comenzaba a treparme sobre los pupitres, y cuando me ponía del personaje principal en alguna obra de teatro y lo hacía excelente en todos los ensayos, siempre pasaba que en el día de la presentación se me olvidaba todo, arruinando prácticamente el libreto y la obra. Era una nena distraída y un completo desastre, pero era ella la que me ponía en el centro de todo. Sor Cata, siempre me consentía con todo, hasta que un día se enfermó y una monja demasiado estricta y seria ocupó su lugar. Ahí empezó el infierno. Esa monja amargada, era sor María, ella me reprobaba con la vista, siempre que me veía rondar por los pasillos me castigaba y hacía que me arrodille sobre granos de arroz y me obligaba rezar el padre nuestro y si eso no la complacía me mandaba notas a casa con quejas de mi comportamiento, pero yo no hacía nada que no hiciera siempre. De pronto ir a la escuela se convirtió en un calvario. No ponía atención a las lecciones y tenía las tareas a medias. No podía concentrarme en nada más que en el castigo que me daría ese día sor María, de esa forma pasó algo más de unas semanas que para mí en esa época era una eternidad, hasta que un lunes de primavera, regresó sor Cata, y todo volvió a la normalidad, ella me idolatraba y yo me hacía querer con ella. El día que mamá me cambió de escuela, sor Cata estaba desconsolada. —¡Ay, Victoria! Te voy a extrañar, mi niña hermosa… —lloraba a mares. Se despidió de mí con un beso que rozaba mis labios, pero en ese entonces yo no lo entendía, sino hasta mucho después. En esa época mamá trabajaba de sol a sol, con el sudor de su esfuerzo, y antes de que naciéramos mis hermanas y yo, se había hecho de tres amplios restaurantes, de los que se hacía cargo en persona, a eso se sumaron dos contratos de atención a militares, todo eso la mantenía bastante ocupada toda la semana, y el único momento en la que podíamos verla era en la madrugada, antes de que se fuera o pasadas la media noche, si es que conseguíamos ganarle al sueño, la veíamos llegar, y siempre llegaba cansada, agotada y sin ganas de nada, pero nosotras nos conformábamos, al menos yo lo hacía con darle un beso de buenas noches. Así era el día a día en casa. En vacaciones pasaba lo mismo, al menos teníamos vecinas con las que jugábamos a diario, jugábamos a la familia, pero como todas éramos nenas, yo hacía del novio, y la llevaba de la mano, y le compraba flores, luego ella me hacía el té y luego nos dábamos besos, o intentos de besos, ninguna sabía besar realmente, otros días yo era la novia, y ella me llevaba de la mano, me sacaba a bailar y yo le hacía la cena y ahí estaban los simulacros de besos. Hasta que una tarde la mamá de mis vecinas tocó la puerta, mamá estaba ese día, porque días antes había sufrido fiebre y se quedaba para recuperarse del todo. —Victoria, ve a jugar a tu cuarto —me ordenó mamá, y claro, yo hice caso, como niña buena y obediente. Así que ellas se quedaron a conversar. Cuando se fue la vecina, mamá me llamó. —No juegues más con las niñas de al lado. —Pero mami… —quería protestar pero su cara me advertía que era mejor obedecer. Una tarde, que yo salía del baño, la vi jugando y simplemente me uní, para entonces no recordaba las instrucciones de mamá. Ese día jugamos devuelta a la familia, y cuando mamá se enteró me regañó: —Te dije que no jugaras más con esas niñas, son unas torcidas y no quiero que se te pegue. —¿Pegarme qué mami? Mamá suspiró con pesadez. Tenía unas ojeras por cansancio. Luego suavizó su tono para no sonar mal. —Mira hijita, no lo entiendes ahora porque estás chiquita, pero hazle caso a mami, que ella te cuida, ¿está bien? Aunque ella trataba de tomarlo con calma, ella era demasiado estricta, y desde ese día, siempre que tenía que mencionar a las vecinas ponía una cara de asco.

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