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Tu Esposo

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Blurb

Tan solo un año después de la muerte de Lucero, las cosas en casa siguen exactamente como el día en qué ella murió. Andrés no sale de su oficina, bebe constantemente y se alimenta solo por necesidad. María y Lena le acompañan en casa y tratan de ayudarle pero es difícil para él. Abril empieza a acercarse a él y en medio del amor qué le provee, ayuda para mejorar un poco todo ese dolor qué tiene retenido.

Cuando cree qué ha superado el dolor y está listo para seguir adelante, intenta retomar su vida, regresando inicialmente a la clínica para continuar con su trabajo, pero sin el cuidado y la responsabilidad para hacerlo. El dolor continúa, ha vuelto a embriagarse y en una cirugía comete un gran error qué hace qué su paciente muera, Andrés es demandado por mala praxis y al hacer las indagaciones descubre qué estuvo operando bajo efectos de alcohol.

Reconocer el error, enfrentarse a la realidad y sus consecuencias, lo envuelven en un abismo de dolor del qué no quiere salir. En ese momento qué siente más dolor una mujer empieza a acompañar sus días e intenta ayudarle a levantarse y a dejar a un lado lo pasado. Lucero, su difunta esposa, llega a su vida, para apoyarlo. Mientras Andrés intenta dejar el alcohol, reponerse del juicio y recuperar lo qué perdió.

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Aquí estoy
Caminaba por un pasillo ancho, uno de los que conecta las habitaciones del primer piso, con el jardín delantero. No acostumbro a recorrer la casa desde qué la compre, ni siquiera he tenido el tiempo o el deseo de comprender su diseño o la extensión de su construcción. Pero, ahora con tanto tiempo libre, me interesa hallar en cada espacio de la casa, un trozo de lo qué ella dejó, su aroma, su voz y la vida qué se llevó. La de ella y la mía. Llego al segundo piso y me detengo solo para procesar que la puerta que tengo frente a mi, no la he cruzado desde hace más de un año. He evitado tanto caminar cerca a su habitación, a la qué fue nuestra por el tiempo que duró lo nuestro. Desde que se fue, elegí dormir en el estudio, total para trasladarme a él, no necesité más qué mi cama y mi ropa, la qué Maria o Lena se encargan de dejar afuera, en la puerta, para mí es mejor así, que no entren. Ellas han sido pacientes y lo sé, pero si quieren seguir a mi lado, no por la casa, me importa muy poco si debo abandonarla y vivir en una habitación, lo digo por que insisten en acompañar. Si quieren hacerlo, deben ser aún más pacientes. Atravieso el pasillo del segundo piso, lo hago corriendo y evitando mirar hacía la habitación, entro a uno de los cuartos y tomó las toallas que María dijo, dejó en él, para mi. Sé que lo hace solo para que yo caminé unos pasos más allá de la oficina y yo le sigo el ritmo solo para que no insista en hablar. Salgo rápido de allí, considerándolo un gran avance para mi evolución del duelo, una se dará con un plan que yo mismo elaboré. Es un plan para vivir sin ella. Es que, aún no se me ocurre una manera más lógica de continuar con mi vida, qué beber hasta estar ebrio, caminar por la casa a altas horas de la madrugada y llorar hasta quedarme dormido en algún rincón o con suerte, llegar a mi habitación. Los días son una constante de la misma dinámica. Despierto por temprano, a las diez de la mañana o cerca al medio día, la comida está sobre la mesa, siempre cubierta y casi al centro, por si unas manos pequeñas, unas qué recorren la casa dejando sus huellas, se les da por tomarla. Ya lo han hecho y la comida termina embarrada en el suelo o en su rostro. Creo qué Abril no descubre aún, donde duermo o ya hubiera llegado allí para enseñarme algo acerca de sus dinosaurios, bebes de plástico y tela o cocinas imaginarias qué no logro comprender aún. Luego de comer, reviso un par de cosas de trabajo, solo lo básico, por ejemplo, qué se den las cirugías programadas, que los post operatorios sean cubiertos y alguna que otra revisión que amerite mi intervención, que son muy escasa, mi personal está por demás calificado. Todo lo relacionado con gastos, contratos y demás, lo maneja Andrea desde la distancia, de eso se encargaba Lucero y no me produce absolutamente ningún deseo revisarlo. Finalizo mi día con alguna serie o programa de televisión, con la botella de algún líquido qué contenga alcohol, al lado de mi cama o de la silla y luego, cuando el dolor no es tan fuerte y la cordura se ha ido, recorro la casa entre llanto y maldiciones, siempre, evitando siquiera acercarme a la habitación donde ella murió. Lamento mucho la noche qué tienen qué pasar Lena o María, pero no he encontrado mejor manera de manejar el dolor y esta dinámica ha funcionado perfectamente para mi. Ellas no me dicen nada, tratan de evitar el tema y hasta a mi, eso lo he notado. También su actitud, funciona en mi dinámica, no me hablan, no les hablo y todos contentos. A excepción de… ― Anles ― La suave voz me permite identificar qué se está acercando a mi. Y, si. Yo soy Anles, por qué a ella no se le puede pedir qué mencione mi nombre de manera adecuada. ― ¿Si? ― Le mencionó sin girarme, mantengo la vista fija en “la niña”. El pensamiento de destruirla, me da vueltas por la cabeza. ― ¿tuando tome ton nolotos?― Balbuceo y creo qué es un reclamo acerca de la hora de comer. Un gruñido se escuchó unos segundos después de la pregunta y confirmé qué se trataba de un reclamo, además su carita enojada y sus brazos cruzados, reforzaron mi idea. ― Tu comes mucho, Abril y yo lo hago solo de vez en cuando. Soltó una risa efusiva, y le acompañé. Generalmente logra hacerlo, en los pocos momentos qué podemos toparnos, Abril ríe fuerte por alguna tontería y yo lo hago con ella. Continúo empujando un pequeño carrito de bebe, como un coche en tamaño miniatura mientras recitaba una cantidad de cosas inteligibles para mi y estoy seguro, qué para el pequeño niño de juguete, también lo eran. Salgo de la casa y me topo con María, su rostro es de sorpresa o susto, aún no logro descifrar sus emociones, a pesar de tantos años viviendo en la misma casa. Le saludó con la mano en alto y pretendo pasar de largo para no tener qué conversar cuando escuchó su voz. ― ¿Señor Andrés? ― No quiero girar ni responder y trato de dar un par de pasos más para fingir qué no le oí ― Sé qué me escuchó ― Refiere con dureza. ― ¿Sucede algo? ― Mi voz también era tajante y no por estar molesto con ella. Maria sabe perfectamente qué mi rabia es contra el mundo, nada específico. ― Señor, desde hace días le están llamando de la clínica. La señora Andrea insiste en hablarle también. ― Yo reviso el asunto más tarde… ― Quise cortar la conversación y continuar con mi camino, pero ella me conocía. ― Señor Andrés ― Blanquee los ojos y no respondí, solo me detuve ― La señora Andrea dice, qué si, en dos horas no se ha comunicado, ella vendrá a casa… ― Qué lo haga ― Sentencie y me encogí de hombros. ― Con su mamita y el señor Gerardo. ¡No! Eso es lo qué menos necesito o quiero en este momento. No importa cuántos meses pasaron o cuanto crean ellos qué es hora de compartir. Para mi, no es ni tiempo, ni momento de nada. ― Dile qué yo la llamo― Mencioné con enojo y continué caminando hasta “la niña”. La idea de demolerla no deja de darme vueltas y siento qué hacerlo, es parte de olvidar. O, tal vez es un capricho mío, qué me permitirá de alguna manera, castigar a Lucero por marcharse y dejarme sin ella. En la soledad de esta enorme casa, sin nada por hacer y con el dolor más grande qué he sentido en mi vida. Me derrumbo apenas pongo un pie sobre la estructura metálica, los libros favoritos de mi esposa aún reposan a la espera de ser leídos. Permanezco acostado sobre el montón de almohadones qué dejó en el lugar, a veces le bromeaba sobre su intención de leer o dormir. Lo cierto es, qué ahora qué estoy sobre ellos, me doy cuenta lo cómodo qué son.

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